Oscar Perdomo Marín
Eternamente inconcluso
Exhausto corro entre brumas y escalo montañas.
En las alturas veo un abismo
que me lanza hacia los mares infinitos
de lejanas galaxias.
Yo: un microbio gigante,
chupando la sal de mil fuegos en la nieve
de un planeta inexistente.
Subo. En lo alto diviso a Petrarca
y doy saltos sobre su hígado
para que bote todos los quejidos de la tierra:
la tristeza melancólica donde beben todos los poetas,
el agua que sirvió de espejo a extinguidos ritos.
El viejo bardo está pariendo.
Homero le sirve de partera
para que esta raza maldita
de componedores de palabras
estire el mito de La Ilíada
y Valmiki siga defecando su Ramayana
en la copa de vino de Khayyám,
bajo la noche llena de fuegos fatuos
y lunas rapaces en Kamaresh,
la ciudad de los mil alminares.
Petrarca grita, mientras salen
como conejos voladores, de sus gastados testículos,
torrentes de advertencias a los borrachos,
consejos para las meretrices
y obscenas muecas al Poder.
Las furias de la vieja Hélade
parecen resucitar para callarlo,
pero el bardo las ignora y advierte:
“reivindico a Séneca
y me niego a beber la cicuta espiritual
con la que Roma quiere castrarme.
Soy la perversidad y el amor;
lujuria y furia soy ¡Oh, inocente de mí!
Mi voz es la de todos los poetas
y salto al Siglo XXI, metido en un software
para hacer morisquetas,
mientras me miras con tus ojos
de doce mil millones de ojos
de los muertos en todas las guerras.
Hay miedo en tu mirada,
deseo y lascivia en los poros de tus senos;
requiebre tembloroso en tus caderas
cuando se abren para devorarme,
tiempo infinito y corto,
tan largo como el tamaño de mi ansiedad”
Una fuerte ventisca azota a Florencia.
Galileo es prisionero en su propia casa.
Corro a guarecerme en una oscura cavidad
del palacio de los Médicis
y la voz de Petrarca me sigue:
“A los que vendrán os digo:
Escriban, mientras quieran y puedan;
sigan adormeciendo las almas,
resguardándolas del fuego grande que se avecina
y no os dejéis tentar
por un embaucador llamado Nostradamus,
que predicará vuestro fin.
¡Oh, bacteria humana! usa la palabra
y cabalga con los cantores que como yo,
de la mano de Dante y Neruda
le ofrece una serenata a Margarita Gautier
y una flor a los sueños
que se expresan en la pupila de una mujer enamorada
cuando se entrega o en la sonrisa de un niño,
que es como el agua clara y las primeras luces del alba,
dones de la naturaleza
que ensanchan el espíritu de los buenos
y alimentan la cólera de la perversidad,
que conspira en la noche
cuando las doncellas duermen
y yo busco un suspiro de mi amada
para perderme con ella
y regresar con un soneto al acto supremo de la vida.
¿Qué debo hacer? Pregunto al poeta y me responde:
“Se lo que quieras ¡Ármate de palabras!
Será tu consuelo: el último
si se levanta el hongo de Hiroshima
en tu plato de lentejas.
Llena de amor los cántaros
para que beban todos los sedientos de la tierra,
pero no te engañes conmigo que no soy perfecto.
Dentro de mí el bien y el mal juegan al ajedrez,
sigo la senda de Virgilio, los pasos de Ovidio
y de otro mundo que nunca conocí
en el que Nazahualcóyotl cantó a Tenochitlan hecho mujer,
mazorca de maíz, cacao y miel de flores silvestres
en los tiempos de Moctezuma,
mucho antes de la Noche triste”
Petrarca se marchó por el camino de los inmortales
y el eco de su voz fue capturada por los ríos y el aire,
trepó por las montañas y navega en todos los mares
con la lira que tocaron a su tiempo,
Gabriela, Alfonsina, Hernández y Lorca
y todos los que nacieron
y están naciendo
para continuar un poema eternamente inconcluso.
Derechos reservados
- Autor: oscar perdomo marin ( Offline)
- Publicado: 28 de febrero de 2020 a las 21:43
- Comentario del autor sobre el poema: la poesia es eterna como la vida y el amor
- Categoría: Fantástico
- Lecturas: 18
- Usuarios favoritos de este poema: migreriana, jacqueline Sellan
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