Que las uvas de tu ira no me rocen el labio
El amor es posesión, es conquista que se desgrana desde dentro, desde la entraña
herida por la flecha de Cupido, una herida que se gangrena hasta hacerse presa en
el alma del finado, del sucumbido ante tanto dique rebasado.
El amor no es amor sin invasión, es la capitulación de un tropel legionario que con las
armas de la emoción derriban las atalayas y rinden hasta la muralla más alta que pensar
quepa en la mente del mayor poeta. Desde que el amor sienta plaza con honores de
conquistador en las planicies del alma, la consciencia, la voluntad de decisión tiene que
someterse al marasmo de la incontinencia cordial; el entorno ambiente se hace edén en
el que pasta a sus anchas la felicidad, un estado de suspensión que embriaga hasta la
náusea, pero que permanece en la brevedad que su desgaste admite.
La clave de la discusión reside en la necesaria impermanencia a que acaba de aludirse.
Para que el amor haga garra en la carne palpitante del paciente amoroso debe entrar
en tromba, necesariamente, para así, después de la bajamar consiguiente, la pesca que
se asegure en la red sea suficiente a la calma que le sucede.
El amor es hijo de Dioniso, tal que, como su bendito padre, se explica desde el ímpetu de
la rambla, nunca desde el remanso quieto de la serenidad.
La libertad, el no estar en estado de conquista ni de presa, es hijo de Apolo; eso explica
la continencia de las aguas, la impasible sucesión filmográfica que retrata la pantalla grande
de sus acontecimientos, la ataraxia grecolatina tan ansiada y adorada por el filósofo, la
dominación de la ciudad todavía no sitiada e ignorante de su posibilidad.
Tormenta frente a calma, tempestad frente a la película de rocío que empaña las mañanas,
la explosión de un rayo imprevisto frente a la previsión del horizonte.
Ni la una ni el otro deben atenerse a la disyuntiva de la elección, ambos son cara y cruz
de una moneda que corre de mano en mano sin que el sudor de su roce la devalúe, la
deshaga, y ambos nos vienen dados; solo nos cabe el signo de su aceptación.
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 3 de marzo de 2020 a las 16:50
- Comentario del autor sobre el poema: El yin y el yang, la noche y el día, la libertad y el amor; el mundo consiste en un equilibrio de opuestos.
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 26
- Usuarios favoritos de este poema: Daniela Mora, librarian
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