Grandes Ojos.

Conocí a una mujer, ese día ella se encontraba urgando entre la biblioteca, y vagaba de un pasillo a otro, disfrutando como un niño en algún parque de diversiones; inquietamente se desplazaba, enamorándose de las románticas cartas de Sabines, hasta embriagarse con el último poema de Bukowski. No podia dejar de mirarla, su escaso cuidado en su cabello combinaba a la perfección con los rayos de sol colándose por las ventanas; sus jeans rotos y tenis de tela hacían cuenta de su buen gusto optando por la comodidad de no llamar la atención de cualquiera y mientras ella se acomodaba los lentes por quinta vez, yo detallaba cada parte de su rostro, contaba sus pecas y trataba de descifrar lo distante de su mirada. Me daba cuenta que se habia perdido en el mundo que se crea cada vez que se lee un libro, que sus labios repetían letra por letra dándole el gusto a un loco escritor que ni en sueños se hubiera imaginado ser conocido ¿acaso era yo el único que pudo darse cuenta de tan hermoso suceso? Si la escena más común la habias convertido en una pintura digna de un museo, no podia dejar de preguntarme que harías con el resto de mi vida. Ese día salí de la biblioteca un poco más tarde de lo que acostumbraba, esperé a que te fueras, luché contra las ganas de interrumpir tu camino y preguntarte tu nombre, pero no tuve el valor, eras demasiado hermosa como para hacerte sombra. Sintiéndome un capullo, me dirigí a la parada del autobús, grande fue mi sorpresa al encontrarte ahí, tan sencilla que te hacía perfecta, me regalaste una sonrisa antes de partir, juro por Dios que regresé cada tarde después de ese día, con la esperanza de volverte a ver ahí, pequeña mujer de grandes ojos.