Solamente una vela al trémulo de luz, encendía aquella oscura habitación. Y él, Joaquín, sin un fin o final de aquella vida sin vida, veía desde su oscura habitación a la luna. La luna hermosa, y blanca como aquellas nubes, en que corría el triste silencio, sólo se hallaba en el cielo oscuro y tenebroso. Él, Joaquín, sólo quiso ser sin conciencia lo que más quiso en ser. Corría el mes de enero, como el invierno aquel, que yacía en aquella oscura habitación. Vivía solo y se debió de haber tornado frío, pues, la soledad le ahogaba más de la cuenta. Salió un día a trabajar, pues, no quiso ver más la oscura habitación. Sólo le recordaba la silueta de aquella mujer quien amó intensamente. Cuando en el mundo sólo se vió el bello reflejo del flavo color en el ocaso frío. Y sintió sudores extraños, y vió en sus ojos el calor, pues, no era el tiempo de verano sino el invierno aquel. Y socavó muy dentro el dolor, aquel frío dolor, que le dió la fiebre por amar. Cuando halló el amor, el amor, en Frances, una francesa que le decía siempre, -“L’amour veut s’envoler”-. Y él, le decía siempre en inglés, -“Yes, I can fly…”-. Y fueron muy felices desde que el sol alumbró a su vida, nuevamente. Pues, el diluvio que cayó, en el corazón fue como todo el mar muy dentro. Pero, aquella oscura habitación, sólo dejó una marca irreconocible en su vida, pues, en el ambiente, sólo en el ambiente, sólo se inmiscuyó en el desierto, como que se creyó que en la oscura habitación en que sólo se sintió un mal estado como un malestar en su vida. Y en el reflejo se vió un sólo deseo de creer y de no creer, ¿en el amor?, pero, era él, Joaquín, el muchacho de ojos claros, el que un día amó a María Isabel, la del colmado de frente de su casa. Pero, ¿llegó a amarla en verdad?. Pues, él, sólo lo sabía. Y, él, en aquella oscura habitación con una sola vela encendida, y que yacía encima de la mesita de noche. Sólo, él encendió la vela cuando llegó de noche. Pues, él quería sólo navegar por el tiempo y más por su propio pensamiento. Y se dijo una vez más, -“que el tonto es aquél, que pierde su vida amando, pues, el ocaso llega en las tardes y como llega se vá, así es el amor también”-, pero, él, sólo él, quiso ser a conciencia un sólo pensamiento hóstil. Cuando llega a derribar el mundo en un sólo segundo, pensando sólo en ella, en María Isabel. Y esperó, por el momento, un instante en que sólo el misterio se tornó el deseo de embargar a aquella habitación desolada, y triste y mal herida de espantos nocturnos. Y sólo, él, Joaquín, se tornó denso, frío y apaciguado, cuando sólo pensó y adhirió un tormento de luz a aquella vela encendida de luz y de frío invernal. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo albergó más dolor, y más capricho, a la vida misma, cuando en el ocaso se refirió al constante murmullo de voces muertas que yacían en el fondo de aquella habitación siniestra de opaca luz. Cuando en el invierno se dió un sólo tormento de luz como el invierno aquel. Y era una vela, una sola vela, la que se electrizó el combate de ir y de venir, cuando en el instante ocasionó un sólo desafío de ver el sol y no una lluvia clandestina y fugaz en el tiempo. Pero, era invierno, y el frío, sólo el frío, sólo lo ayudó a saber que en el invierno sólo se abrigaba el alma, pues, era ella, la del alma fría, que con cálidos abrazos abrazaba la vida misma. Pero, él, en la oscura habitación, yacía moribundo de pasiones y de un sólo tormento, cuando en la cruel desavenencia, sólo se llevó el trémulo vacío de un sólo corazón a la intemperie, de la cruel y sola soledad. Cuando en el momento, se vió el vil y la sola ansiedad, de ver el cielo de azul y no de gris. Pero, socavó en el interior de aquel momento, la vil y atractiva mujer de silueta clandestina con aquel humo del cigarrillo en que él, Joaquín, fumaba e inhalaba en aquella oscura habitación. Cuando de pronto, sólo sollozaba entre aquella luna blanca, entre aquellas nieblas imperceptibles, pero, que se sentían en la misma piel. Cuando en el alma pura, sólo llegaban los recuerdos indelebles. Cuando en el lugar, entre aquella oscura habitación, sólo venían los recuerdos malditos o buenos a atormentar lo que en cruda piel se debatía en ser y querer ser mejor o peor. Y, él, Joaquín, sólo se llenaba de ansiedad y de estrés, cuando en el alma sólo se abastecía, de nunca la calma ni débil corazón, sólo que el alma estaba como aquella oscura habitación, y sin luz. Triturando el reflejo del alma oscura, cuando obtuvo un sólo y cálido desenlace en amar a aquella mujer y que se fue. Cuando calmaba sus pesares y angustias, pero, la lluvia no cesaba el ruido de sus gotas en el suelo. Cuando el alma de Joaquín, se debatía entre lo ávido y amargo, entre lo áspero y lo suave, entre lo imperceptible y lo abstracto. Creía en ser un mojigato o un moribundo entre aquella oscura habitación, cuando en el alma se abasteció de fríos y de nunca calma hacia el nefasto delirio, en creer en lo que fue y será. Y su amor, María Isabel, se llenó de amor y de pasión al recordar su amor. Cuando en el ámbito perfecto entre querer y amar se llenó de fríos incongruentes. Cuando en el desierto, se ofreció lo que más se dió un numen ambicioso. Y recordó a su amor, como nunca antes, pues, pertenecía a la sensibilidad y a la sola soledad, en que fraguar la constante idea, se venía abajo, como el pensar e imaginar lo que encrudece el tiempo, el sólo deseo con el destino y el camino tan helado como el mismo corazón al recordar a María Isabel. Y se vió alterado, inocuo, aciago y despreciable, por recordar a su amor como si fuera algo tan irreal, como el haber sentido, el cielo entre sus deseos, y más entre sus ojos. Y se fue por el camino pernicioso el que le dió hambre de pertenecer en las circunstancias tan deplorables como el haber sido el hombre de su vida y más como haber sentido el cielo caer como todo cristal del cielo azul. Cuando en la oscura habitación se debió de entregar en cuerpo y alma, una vela encendida y un triste o endecha poesía, que decía así…
“Oh, luz candente que emana de su cera la luz,
que con un triste anhelo se vuelve la vida un marfuz,
cuando en el alma se abastece de aciago tormento,
cuando hay y existe un veraniego inconcluso trayecto,
oh, cálida luz, que enciende el camino de hojas secas,
cuando la vela enciende como candelabros que callas,
oh, la vida, oh, la vida, es como una cruel herida,
que hoy finge el destino como tan honda y prohibida,
es el momento como un beso con traición,
oh, luz candente que hiere como las nieblas frías y con pasión,
no desestimes mi ilusión de ver el cielo nuevamente de azul,
cuando la vida, es la vida como un astuto adul…”.
Y proseguía leyendo el poema, pues, su manera de creer en la vida cayó a muerte devastada. Pues, su ilusión pertenecía, sólo al ambiente lleno de paz y de sosiego y de clandestinaje emoción. Se fue de aquella oscura habitación, cuando cayó el trémulo de luz en el cielo azul, cuando llegó el ocaso frío y triste de un enero que yá se veía venir febrero. Y recordó a cupido, cuando flechó a su más ardiente ilusión y más a su corazón tan enamorado. Cuando casi la luz se iba del cielo y que caía el velo de la noche oscura. No esperaba la alborada, pues, el sol para él no existía yá, cuando muchas veces le dedicó el sol en su clara poesía de ser un poeta de la altura de ése como un poeta de la altura y de la envergadura de la época en que vivía más. Sólo fue como un paraíso lleno de ilusiones adyacentes y de un tiempo en que sólo como Adán se encontraba. Pues, desnudaba el alma, y el corazón en una triste poesía. Donde el alma, sólo el alma, veía a su propio oscuro desenlace, de terminar lo que comenzó, cuando en el alma, sólo en el alma, se vió la oscura soledad, de ver y de creer en el desierto, lleno de luz, y de saber que era la fría luna la cual le alumbraba el camino o el destino. Pero, llegó. otra vez, a visitar a su oscura habitación, cuando en la noche se vió la opaca luz, descender, del cielo de gris y de tormento y de las tinieblas negras que yacían en el mismo cielo. Cuando en el alma, sólo el alma, se llenó de tristezas cuando en el fuego clandestino, barrió de lleno a aquella oscura habitación, por un soplo de viento entre aquella luz de aquella vela encendida. Y él, Joaquín de la Montaña, no murió a consecuencia de las tristes llamas que azotaron con fuego devorador a la fría y oscura habitación que quedó como las frías cenizas del tiempo o del aquella noche en que el sol yá no volvió a alumbrar más a su vida ni a sus ojos de luz. Cuando en el tiempo, sólo el tiempo, cayó en redención cuando el muerto fue a parar a la morgue, a satisfacer su más preciada vida, en un fuego por perecer en el mismo fuego que pronto lo cremaran. Cuando en el instinto se fue por el distinto y suave de creer en el amor a ciegas. Y no murió, pues, su alma se posó, en la persona del cremador, que cremaran su cuerpo, como hoja en el atardecer. Cuando en el febrero sucumbió en un sólo trance, de ver el cielo de gris y no de azul, como lo quería y ansiaba ver él, Joaquín de la Montaña. El señor sólo pensaba en su poesía y en su alma devastada, y corría el mes de febrero, el mes de la poesía y del amor entero. Y sólo recordaba aquella poesía de cupido, y que decía así...
“Oh, cupido esculpido como lo que pido,
cuando hoy ruego lo que más en el corazón,
una suave sazón sin la completa razón,
en que hoy ha petrificado lo que ha sido,
un corazón al desnudo y sin más que una débil traición,
sólo yo evidencio lo que más auspicio,
cuando en mi ingrato corazón,
hay y existe por usted un tremendo desahucio…
Cuando sólo en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo se llevó lo que parecía en ser como un tiempo nefasto. Cuando en el delirio, se enfrío como la nieve en el suelo. Y él, pero, él, Joaquín de la Montaña, sólo sintió un fuego tan devorador como aquel en que sintió el deseo de ver y de observar lo que petrificó un ademán tan frío como aquel fuego dentro de la oscura habitación. Cuando al amanecer no lo vió más, pues, su esencia, sólo en presencia, se vió como el instante en que se dió el más frío y penetrante fuego devorador y en el alma, se vió como el frío o como el mismo desenlace de esa suave pertenencia de saber que el destino fue así. Cuado en el alma se identificó como la nueva era y de la nueva noche. Cuando se cremó su cuerpo, y dejó de un lado a toda alma fugaz como el tiempo. Y era él, Joaquín de la Montaña, era él, el que se debió de dejar de llevar por el monte, o por el azul del cielo majestuoso. Cuando en la alborada se electrizó el sol, o como el control de ver el cielo de gris y no de azul. Cuando en la mañana abrió los ojos del amor que le tenía a María Isabel, y vió el reflejo de su rostro debatir en la espera, por esperar en ver a su amor como la más bella flor. Pero, falló algo, en amar lo que nunca dejó de amar a su verdadero amor.
Continuará…………………………………………………………………………….
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 10 de marzo de 2020 a las 00:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 45
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