**~Novela Corta - La Oscura Habitación - Parte III~**

ZMRS

Cuando se dió de cuenta de algo, en que se hallaba en aquella oscura habitación, se debió de entregar un desafío, una pena, y un insolvente delirio como aquel frío en que yá se iba, porque yá se había asomado primavera. Y yá, llegaba el calor, el desenfreno del calor asomándose por las ventanas y puertas y más entre el aire que azotaba más la piel. Cuando en el alma, se debió de entretejer como la más cruel red de leones salvajes, en que sólo el reflejo se vió como lluvia empapando más a la piel, y devorando el recuerdo de uno mismo. Y quedó solo, entre aquel mojigote de recuerdos vivos, cuando en el alma se abasteció de fría calma, pero, de sudores extremos cuando en el ambiente se dió como lo más insospechado que yá llegaba el cruel verano. Cuando en el alma se identificó como el más vil de los tormentos, cuando el huracán no pasó desapercibido. Azotó fuertemente, como si estuviéramos en época de huracanes, pero, no, corría el mes de marzo. Todos aventurando, afortunadamente, y otros desamparados en el infortunio. Se llenó de ávido tormento, y de un triste desenlace, cuando quiso vengar el recuerdo de María Isabel, la del colmado de frente. Pero, no vió nada, hasta que en aquella oscura habitación se dedicó en cuerpo y alma al olor del humo y de las cenizas frías en aquella oscura habitación que quedó devastada por el fuego devorador y tan fugaz como el aire sopló y cayó una escarcha de aquella ceniza fría en su nariz. Cuando en el momento, se dió lo que más se atrevió a enfrentar una vil patraña, por haber despreciado la belleza inusual de una pobre muchacha como lo fue María Isabel. Y quedó como el viento o como el soplo del aire soplando lo que no pudo más soplar su olor a perfume de azahar. Y se lo llevó de tiempo, de era y de malas  suspicacias, cuando recordó a su gran amor de siempre y de toda la vida. Pero, era el humo del cigarrillo y la silueta de aquella mujer quién amó intensamente. Se confundió con el olor a la consumada oscura habitación y se dió una terrible sorpresa, cuando el sol alumbró a aquella oscura habitación y más recordó a María Isabel, con la endecha poesía que narraba así…

 

             “¡...Oh, luz de cera,

               será, será, será,

               que estás alumbrando como el sol,

               que iluminas las noches en tinieblas,

               tan oscuras como mi pensar y callas,

               o es el farol de medianoche que das con control,

              desafiando un claro de luz como es el sol…!”,

Cuando pensó es ese triste poema del sol, se acordó de aquella noche, cuando el fuego devorador lo atormentó cayendo al suelo como un desolado y atropellado transeúnte. Y el camino, ay, del camino, y del cruel destino, en que sólo el destino fue y será el que más le dió como única alternativa en posar su alma en la persona del cremador de la morgue. Cuando el alma se debatió en una sola en esperar algo que quizás nunca volvería a ser igual. Pero, fue esa vil noche, la que le dió un atormentado fuego voraz como haber soplado una luz de vela encendida entre aquella oscura habitación vacía, pero, tan llena de recuerdos. Y quedó como un cielo de gris tormenta, cuando sintió el fuego y ver las llamas correr por la oscura habitación. Y más su cuerpo caer en el delirio entre la fiebre de un cuerpo que yacía muerto y casi moribundo pidió auxilio, pero, quedó como un triste descendiente de la vida o de la letal muerte. Cuando en el ambiente quedó como órbita lunar atrapando el deseo de la vindicta más eminente y que se veía venir. Y luego de pasar por la deteriorada habitación sólo socavó muy adentro las frías llamas y cenizas de aquel incidente cruel y devastado por el tiempo. Sólo presintió que quedara como un más devorador de fuegos o de cenizas clandestinas que se atrevieran a desafiar al cuerpo. Cuando en la oscura habitación se siente como un frío hielo caer dentro de la misma piel, pero, no, no quiso ser más fuerte que la misma sensación y sensibilidad en obtener el mismo deseo entre aquella oscura habitación quemada por el voraz fuego. Cuando en el reloj advirtió que era la hora perfecta y exacta en creer que era un momento, en el cual, era el instante inoportuno, pero, tan real como aquel fuego devorador que lo atrapó y lo encadenó dentro de aquella oscura habitación. Y recordó la inmensa poesía, en la que creía en ser como la misma musa o una inspiración más allá de la verdad y del amor tan verdadero como lo que sintió él, Joaquín de la Montaña. Cuando su rumbo cambió de personas, de labores, y hasta de casa. Pero, ¿qué era casa?, Si su cuerpo lo era todo. Y su alma dentro le abastecía de miedos y de temores que realmente eran pasajeros, como por ejemplo, la vindicta eminente de creer en hacer y de realizar a favor de su amor más real, el de María Isabel. 

 

La muchacha fría, densa, retraída y compungida, sólo quiso alterar su cometido, cuando fue la chica más fea del vecindario cuando se electrificó su forma de ver la vida. Cuando él, Joaquín de la Montaña, la amaba también, pero, ella nunca lo supo ni se enteró de nada. Sólo desafío aciaga la vida, cuando triunfó la vil muerte, sin poder ver la vida, con una sola muerte que sólo le dejó fría el alma. Y era ella, María Isabel, la que irrumpió en muerte suicidándose al colgarse por la ventana con una soga y que murió y todo por ser fea por haber burlado de ella, sin poder soportar lo que le dió la vida misma. Y era ella, María Isabel, la que furtivamente, se dió como el frío hielo. Pues, su alma, se dió como tan fría como tan débil, cuando en el camino se sintió como lo áspero y lo ávido del destino crudo y sin más fortuna que el infortunio de la mortal muerte. Y se murió, la muchacha, la tierna jovencita por un grave error y no se debió de automatizar ni aventurar el futuro. Sino que debió de haber esperado. 

 

Mientras, que Joaquín de la Montaña, pensaba e imaginaba en la casa del cremador, que sólo quería vengar a la muchacha, pero, que no sabía ni cómo. Sólo el suave murmullo, se electrizó con la vil muerte de la muchacha, sucumbiendo y susurrando su nombre a los cuatro vientos, María Isabel. Cuando en el alma, sólo en el alma, silbaba el desafío y las ganas tan terribles de vengar a la muchacha, de querer con una sola vindicta hacer pagar al agresor de aquella mala situación en que la chica María Isabel, sólo llegó a su hogar y se suicidó. Un suicidio que le tomó la vida, y más la gracia de vivir y de querer vivir más. Con o sin amor, con o sin desprecio, con o sin alegrías, con o sin voluntad de supremacías inconclusas. Cuando en el alma se abasteció lo que más se dió y con la lluvia mojó y empapó más a sus ojos de llanto frío cuando al recordar a María Isabel, sólo se vió el dolor marcado y reflejado en cada dolor de aquella tarde en aquel parque. Cuando la muchacha, sólo la chica, se vió entre la espada y la pared al ser recorrida por el parque al burlarse de ella, por la fealdad de su físico. Y fueron tres hombres los que se burlaron de ella, en ese día, en aquella tarde. Cuando en el comienzo se debatió la espera de esperar por el tiempo, pero, no fue así, no hubo más tiempo para la muchacha. Se suicidó. Mató todo el dolor, mató todo el rencor, mató toda alma solitaria, y en sola soledad, subyuga lo que es la vida. Cuando en el momento se dedicó a ser como el misterio desafiante de amar lo que fue y lo que más pasó. Cuando en el alma, se fue como el misterio o como el mismo desafío en creer lo que más fue en amar lo que irrumpió el deseo en la misma muerte. Cuando se fue por el amor de Joaquín de la Montaña, cuando se dedicó en cuerpo y en alma en amar a escondidas por un amor entero que sólo el deseo se fue como el viento volando y dejando un desafío de un torrente de un frío dolor. Cuando en el alma, sólo en el alma, se identificó morir y no vivir. Cuando María Isabel se electrificó su paranoia en un total y mortal suicidio, en que sólo la muerte le llamó a ser como el deseo. Cuando en la manera de ver la tristeza se llenó de bondad y de un susurro suave en que sólo la muerte se volvió un desenfreno sin frenar a la muerte en cada paso que tomó María Isabel por morir al suicidarse y todo por la burla de esos tres individuos. Cuando se tornó desesperadamente, en cada lado del alma, y en cada hemisferio del cerebro una depresiva depresión y en cada lado del corazón una tristeza y con un dolor muy fuerte. Cuando en el corazón se desafío una inconclusa desavenencia sin poder terminar lo que fue y lo que más pasó. Y recordó aquel pasaje del poema aquel, que decía así…




               “¡... Oh, mujer soñadora,

                que sólo un sueño enamora,

                cuando de usted viene el amor,

               y la pasión desnuda y con tanto dolor,

               se desparramó aquí en mis sueños,

               dejando una triste desolación en silencios,

              cuando murió tu amor en un terrible frío,

              dejando en delirio un sólo e ingrato desafío,

             cuando te fuiste de mi lado dejando el corazón helado,

            como una suave endecha canción y el camino congelado…!”,



Cuando él, Joaquín de la Montaña, derribó la mala suerte cuando se enteró de que su amor había muerto y por un triste desenlace en un cruel suicidio. Cuando en el amor sólo cumplió lo que soñó. Ser el dueño de su eterno amor, pero, no, no, no, no, y no pudo en ser el dueño de María Isabel. Sólo el destino se fue como llega el camino y llega la muerte fría a interrumpir el deseo en sobrevivir en la vida. Y pasó, otra vez, por la oscura habitación, aquella en que el fuego devorador perpetró una osada osadía, en destruir todo y por una vez. En que se advirtió el deceso de aquel cuerpo desnudo como el Adán, en aquella oscura habitación cuando el fuego fue voraz como aquel viento en que sopló el aire a aquella vela encendida. Cuando en el instinto fue tan distinto, en que en aquella habitación se fue por donde se fueron las terribles llamas del viento aquel y del fuego devorador en que soslayó una sola pena en ver a su cuerpo lleno de llagas y de quemaduras por el fuego siniestro que acechó con irrumpir su vida. Y fue aquella ruta que tomó abruptamente, cuando de la casa del cremador quiso visitar a la oscura habitación, nuevamente, y quiso sentirse Joaquín de la Montaña, cuando vió una fotografía de él junto a su amor de siempre, María Isabel. Y se tornó áspero, recio y tosco, cuando el sentido yá no lo tenía más. Pues, su mundo se había tornado débil, pero, más insistente que nada. Salió de aquella oscura habitación, sintiendo el desafío de vengar a aquello que se llamó amor y que todavía la sentía viva, pues, en su corazón latía amor por ella. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo halló lo que creía, en ser un eterno amor de tiempo y nada más. Y pronunció aquellas palabras de la francesa que decían así… -“L'amour veut s’envoler”-. y él, le decía,  -“Yes, I can fly…”-, y no pudo contener lo que a su juicio le venía en gana, buscar a la francesa para tener un poco de amor. Cuando en el silencio se llenó de ira y de sustracción inconclusa de amor sin un destino ni un camino. Cuando en el alma se entregó en un solo delirio, y la buscó, pues, sí, pero, no lo reconoció. Pues, llegaba en otro ser humano y era el cremador. Y entablaron una conversación.



Continuará…………………………………………………………………………………

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 12 de marzo de 2020 a las 00:03
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 35
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