Pero, no fue hasta que en la posible posibilidad, en creer lo que fue y lo que más pasó. Un encuentro, un amor de primavera de estancia segura y de derribar a la triste soledad. Un sólo deseo, y un sólo anhelo, el creer en el amor a cuestas de la débil pasión que existía en el corazón, pues, su amor sólo se debió de entregar al amor de María Isabel, ¿nada más?, pues, no, se decía él, Joaquín de la Montaña. Él, sólo quería amar, y todo porque su corazón sólo quería amar a alguien y el amor perfecto para a ese momento era el de la francesa. Y él, Joaquín de la Montaña, se vió aferrado a amar a ese cuerpo francés, que le decía -“L'amour veut s’envoler”-. y él, le decía, -“Yes, I can fly…”-, quería volar lejos, y ella supo que era él, pues, el único que sabía la frase era él, Joaquín de la Montaña. Le guardó el secreto por mucho tiempo, pues, en serio que le contó de todo lo sucedido con su eterno amor, y ella le dice que lo ayudará. Joaquín de la Montaña, sólo era un débil muchacho en aquel cuerpo del cremador, y un engañoso deseo se le vino en mente, cuando no creía en poder realizar aquella vindicta eminente que se venía venir. Pues, de mañana salió de la habitación de la francesa, Frances. Y prosiguió destino abajo, cuando en el silencio socavó como acabó el ocaso frío de aquel día. Y llegó la triste noche, desolada, y abatida, incongruente, y desapercibida, de celos y de amores sin amor y todo porque él estaba y se encontraba solo.
Joaquín de la Montaña, era un muchacho honesto, y sincero, pero, le parece que unos de los tres hombres que se burló de la muchacha se iba del vecindario. Se enteró de ese pormenor, cuando no sin antes hacer valer a su venganza. Tomó varios libros y de entre uno tenía una daga muy filosa, ¿matar?, iba dispuesto a todo y todo por su gran e inmenso amor. Se escondió entre unos de los arbustos del mismo parque y cuando salió no hubo percance, salió muy a prisa un automóvil y lo atropelló en ese mismo instante. Él, Joaquín de la Montaña, temprano en la mañana vió y observó todo desde una perspectiva de asombro, pero, de una buena felicidad en su pecho y una salvación para sus hombros y libertad. Se sintió bien, pues, su cometido iba directamente al blanco y más se había preparado para ello. Pero, la vida, a veces te hace el favor antes de tú pedir. Cuando en el aire se torna denso, frío y apacible, se fue a la oscura habitación por pasar por ella, antes de marcharse a su trabajo como cremador en la morgue. Llegó a la oscura habitación, y se dijo que el silencio atormenta cada vez, se sentó en la silla a pensar y a imaginar que parte de su venganza estaba realizada. Pues, un burlón de feas se había muerto en un accidente al ser atropellado. No pudo más la vida hacer feliz a Joaquín de la Montaña, pues, su venganza iba más allá, de la vida misma y todo por su amor de siempre el del María Isabel. Y recordó a aquel poema que decía así…
“¡... Oh, vida mía, dame de la vid,
que sólo usted es capaz de hacer vino bueno,
sangre que brota de su cuerpo,
en un sólo ritmo de tiempo,
sólo enjuga mis labios con sed,
para que sea bendecida mi vida,
por dicha, tiempo, y alegría, y por prometida,
que sea la vida misma para amar,
amar en la dicha y en el infortunio,
oh, vino de buena cepa,
dame de tu raíz,
el más breve instante por feraz,
para calmar mi sed sediento de tí,
como un torpedo de corriente en un momento aquí…!”,
Cuando leyó de su imaginación ese bello poema, una sonrisa cayó como anillo al dedo. Cuando en el ambiente sólo creyó en ser lo que fue un sólo vengador de feas y de su amor verdadero. Pues, le quedaban dos de tres, vengar el triste desenlace de María Isabel, cuando en el ambiente se tornó tosco, duro e indeseable, al recordar el momento en que Joaquín de la Montaña, supo del terrible final. Cuando en el alma se sintió densa, apacible, pero, inestable, cuando en el alma se desató una luz como fue aquel fuego devorador en que muere Joaquín de la Montaña. Cuando en el cuerpo se identificó como un indeleble momento cuando no pudo olvidar el instante en que María Isabel murió, también. Fue un momento infalible, pero, indestructible, casi inocuo, falto de razón y lleno de una insania y vesania desazón. Cuando en la ignominia se llenó de locura cuando en el alma se dió como un furtivo desenlace. Y fue ella, María Isabel, la que un día amó calladamente a Joaquín y Joaquín la amó a ella también irremediablemente callado. Cuando en el alma se dió como el frío, como el gélido hielo, o como el álgido instante en que se dió como un instante en que se dió el más cálido y feroz coraje en vengar con una fría vindicta eminente a María Isabel. Cuando en el desierto se convirtió en un mar tan inmenso, como el mismo mar entero, pero, sus ojos los que lloraba y más su corazón en un instante en que se debió de amarrar el deseo en amar a María Isabel. Cuando en el alma se entristeció de falta y de una falla inconclusa y de porqué la chica había tomado aquella fatal decisión. Y Joaquín de la Montaña, sólo se percibió indeseado, con falta de capricho y sin un sólo Dios, que lo ayudara en el tormento y más en aquella vindicta eminente que se veía venir. Cuando en el tormento, se dió como el pasaje de ida y no de vuelta, y con un boleto sin regreso, el de María Isabel. Cuando en el alma se abasteció de una silueta sin destino ni calma, el que se llevó una ira sorprendente, inexistente e inadecuada del aquel tormento sin la luz del mismo cielo. Cuando se alegró del desastre inalterado en sublevar lo que corrió por el llano o por el mismo monte. Cuando el colmado quedó sin dueña, sin dependienta ni quien cuidara de él. Y, todavía, en la oscura habitación ardía de temor y de dolor, cuando en la manera de ver y de observar se llevó acabo una endeble situación. Y lloró, como quien llora a todo un mar bravío. Cuando quedó en el vacío, irreverente, pero, destruido, abatido y más herido sin poder salvar a su gran amor. Cuando en el aire quedó como el frío o la nieve blanca de un nuevo amanecer con un sol que casi no puede con su contrincante. Y fue abstracto el deseo inmóvil en creer lo que fue y lo que más pasó. Cuando en el suburbio en creer lo que más pasó se llenó en saber que el destino y el camino fue como el ademán tan frío que se sintió como un náufrago en llegar a la orilla sin vida. Y se fue por el camino desértico, errático, y soberbio como lo fue realizar es vindicta en llegar a correr por el barrio que Joaquín de la Montaña, la quería vengar. Cuando en el aire se enfrío de escalofríos incongruentes soslayando en una sola penumbra. Y fue él, el que sólo sintió un sólo desafío, en descifrar lo que ocurrió, entre lo que fue, lo que será y lo que vendría a ser, un sólo incierto atrayente de vengar con vindicta eminente lo que más pasó y le ocurrió a ella, a María Isabel. Cuando en el ocaso se enfrío todo, y por todo, cuando llegó la noche a descender fuera de la espera en esperar lo que más ocurrió. Y un cigarrillo y una silueta de mujer, otra vez, y un sólo recuerdo en su interior de hombre fastuoso, débil y entrañablemente ineficaz. Pero, duro, recio, y casi imperceptible el momento, en hacer creer que descender de la comitiva era como alterar lo débil y lo abstracto. Cuando en el amanecer se debió de fingir y no de creer, pero, todo fue cierto como el ave vuela lejos buscando alimento para su cría. Y él creyó, pero, cayó de rodillas esperando otra oportunidad en hacer valer lo débil del corazón de María Isabel. Y fue derrumbe total cuando recordó a su eterno amor, como una silueta del cigarrillo que estaba inhalando, bohémico y pertinaz se encontraba el señor Joaquín de la Montaña. Cuando en un atardecer halló lo que nunca, un reflejo de lo que nunca se esperó. Cuando pensó en aquel poema clásico de su autoría que decía así…
“¡... Oh, María como la vírgen María,
sólo me diste un encuentro fugaz,
como la eternidad en descender con alegría,
hacia un sólo y una eterna mañana capaz,
de entregar la paz en el interior y por demás,
sólo fuiste pájaro que voló alto hacia un triste jamás,
cuando en el interior socavó muy dentro la paz,
si quise extraer de tus adentros el recuerdo,
pero, fue frustrante el desenlace de lo prohibido…!”,
Y sólo se llevó su mano a la sien, donde él podía pensar claramente. Y se dijo para sí, -“sólo me faltan dos de los tres hombres que hirieron pulso a pulso, gota a gota a mi María Isabel, la que se llevó consigo a todo mi amor, y a mi dulce pasión, la que contrajo el néctar del sabor a mi boca, la que endulzó mi paraíso en un sólo reflejo como en el espejo aquel dentro de la pura fantasía”-. Y él, Joaquín de la Montaña, se fue por el rumbo incierto, sí, por la dirección equivocada o por el monte imperfecto lleno de ansiedades, y de recuerdos caros como el haber sido como el más ingrato porvenir. Pero, el recuerdo de la venganza estaba ahí, como un torrente de sinsabores, de sentir lo imperfecto de querer amar a lo inusual del recuerdo de aquella princesa. Cuando en la mañana se tornó densa, apaciguada y extremadamente dura. Sólo sintió gotas de sudor extraño en su cuerpo, sólo socavó muy dentro el imán de la perdición o del mismo incierto camino. Cuando quedó adherido y atrapado como imán o como órbita lunar en su propio destino y camino. Y quiso extraer de su pensar el recuerdo fijo de aquella mujer. Cuando en el amanecer se alteró lo que más se filtró el anhelo en ver y de sentir el deseo en proseguir una senda yá oscura como aquella oscura habitación. Cuando en el instante quedó como un frío y letal desenlace, la venganza eminente. Y yá se veía venir, pues, sólo le quedaban dos de tres hombres los que en mal sentido hicieron burlar a la muchacha de una inusual belleza. Cuando él, Joaquín de la Montaña, se hizo como buen samaritano al querer vengar el suicidio de la chica en manos de un sólo hombre valiente y era él, Joaquín de la Montaña. El que sucumbió en un sólo percance cuando en el amanecer se vió el ruido del sol siniestro a un lado de cénit. Sólo quiso ser en conciencia el hombre capaz de solventar una cruel sustracción en querer vengar el suicidio de la muchacha María Isabel.
Sólo, María Isabel, sabía del dolor a cuestas de la vil y crueldad de las palabras hirientes de sus agresores en aquel parque. Sólo, se decía ella, -“la fealdad es tan pasajera”-, pero, ella no lo sabía, y sólo quiso saber que la vil muerte la esperaba con sus manos sobre ella, y en sus hombros el llanto frío de un mal comienzo. Cuando sintió un frío dolor dentro de su propia alma. Y tomó aquella soga lánguida, pero, fuerte entre aquel colmado del vecindario, el cual, la amaba, pero, ella no lo sentía así. Y él, Joaquín de la Montaña, leyó un poema, el cual, lo tenía muy guardado entre sus neuronas más fuertes del alma fría, cuando decía así…
“¡... Mar incierto de crueles hipocresías,
¿por qué eres tan bravío como lo que nunca decías?,
cuando en tí y entre tus más grandes olas,
yace el más fuerte de los tormentos,
la sal viva que cura mis heridas,
cuando en mis adentros yace el más cruel de los silencios,
sólo aviva la espera del aciago porvenir,
cuando en el instante se cuece de triste morir,
cuando vienes y vas como en el más vil...,
de las veces en que te amé, mil,
y que yo te besé con total osadía,
cuando fuiste en mí la total alegría…!”,
Y Joaquín de la Montaña, pensó e imaginó lo que nunca habría imaginado. Cuando en la alborada sólo el sol salió, pero, él sólo veía la lluvia descender. Cuando en la temporada yá era abril, todavía, la primavera de aquel año, y en equinoccios tan reales como aquellas flores del jardín. Y su alma, quedó varada y atrapada en un funesto instante, cuando su alma, quedó adherida en aquél cremador de la morgue. Y se acordó de todo, de la oscura habitación, de ¿por qué estaba tan oscura?, pues, el fuego devorador atrapó toda la habitación con sus llamas dejando frías sus cenizas.
Continuará…………………………………………………………………………………..
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de marzo de 2020 a las 00:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 15
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