**~Novela Corta - La Oscura Habitación - Parte VI~**

Zoraya M. Rodríguez

Se amó como nunca entre aquella oscura habitación, y ella, guardando el secreto bajo la más pura lealtad de aquel velo de la noche. Cuando en el alma estaba a favor de todo, cuando él, Joaquín de la Montaña, subrayó sus palabras de un feliz “te amo”, pero, cuando se despidió, le guiñó un ojo, por saber que era también su amor. Que por saber se comenzó así, diciendo, -“L'amour veut s’envoler”-. y él, le decía,  -“Yes, I can fly…”-, cuando se amaban y se profesaban amor a tutiplén. Cuando le cuenta todo del segundo muerto por él, y el primer asesinato por su parte. Pues, el primero corrió buena suerte no lo mató ĺe, sino que fue un accidente automovilístico. Ella, buena con él, lo aconsejó, pero, nadie aprende sino con las piedras que se le cruzan en el camino a uno. Más, no se sabe el desenlace, de él, Joaquín de la Montaña, pero, aunque no había cumplido en total cabalidad su vindicta eminente, porque le faltaba uno de los tres hombres que mataron a su amor indirectamente, que ella, tomó una soga y se ahorcó por la fría ventana colgando de ella una soga. Colgando la tristeza, y más el dolor que su cuerpo sentía, y más, por el motivo cruel de seguir viviendo siendo fea. Cuando en el instante se vió alterado por un cometa de luz que cruzó el cielo, y él, Joaquín de la Montaña, lo comparó como la luz de María Isabel, de su amor eterno muerto, pero, vivo en sus más bellos recuerdos. Sucumbió un sólo deseo, entre aquel cometa de luz que apareció la noche después con el sol de mayo que corría yá en el año, y era lograr su cometido con el hombre que le faltaba por vengar honra y belleza de su amada, porque, para él, era bella como las flores de primavera. Y sí, que pudo vengar a su amor. Pues, el dolor y la tristeza de haber perdido a su amor, le dejó una marca en la vida como que fue tan real el amor y como fue tan pasajero el haber vengado a su amor. Y se concentró en hacer vengar a su amor con su oponente, el más, difícil el que se llamaba “El Tosco”, era fuerte y de una fuerza extravagante, pues, se ganaba la vida cargando cajas fuertes en un almacén. Y se detuvo su razón en un momento, pensando, que tenía familia qué mantener, y que sería un desastre matar y total por una cruel venganza. Pero, prosiguió su rumbo, y su cometido, pues, el suicidio de María Isabel, no iba a quedar impune entre sus manos. Y era yá julio, el verano con tanta fuerza de calor, el sol, el mar y la arena de la playa. Él, lo seguía oculto entre aquellas palmeras de playa y lo conoció era un sátiro como burlón fue con su eterno amor. Él, se hizo amigo de él, pues, sólo quería lograr su cometido, su vindicta eminente cuando en el lugar entre el mar, las olas, y una sola daga en su cintura, sólo le dió la gran suerte, él, Joaquín de la Montaña, sólo pensó que si con la daga o con las propias manos, si había gente en la playa, sólo utilizó una torcedura en su cuello cuando bajo el agua estaban bañándose entre aquella playa de sol, mar, olas, verano y arena caliente. Él, realizó un evento y un revolú entre aquella playa en donde él, Joaquín de la Montaña, hizo creer a todos que fue una corriente submarina que lo terminó ahogando entre aquellas olas de magia total, cuando en la tarde se llenó de alegría y de estupor, cuando logró su cometido en hacer vengar a su amor del alma. Él, sabía que sus manos no eran las  mismas, pues, estaban llenas de una sangre, que tal vez, era sangre inocente, sólo fue un juego de jóvenes, pero, el final de su burla quedó en un triste suicidio que le atormentó. Y se fue de la playa, después de haber comprobado que estaba muerto. Y se fue por el otero, cuando el sol se fue del cielo hacia el oriente con aquel ocaso frío cuando llegó la densa noche. Y buscó ayuda y un refugio entre los brazos de su otro amor, la francesa, que le decía así, -“L'amour veut s’envoler”-. y él, le decía, -“Yes, I can fly…”-, y se tornó áspero su amor, con tanto dolor entre las venas ardientes de un prófugo, pero, valiente señor y era él, Joaquín de la Montaña, y recordó un poema triste que se le parece al tormento que vivía, ahora y que decía así…



                 “¡... Las olas del mar llevan sangre,

                  como en la noche el frío en desastre,

                  si entre las olas se devuelve todo,

                  ¿por qué no devolver la vida?,

                  oh, mar vil o mar muerto dejando lodo,

                  en mi pobre existencia con herida,

                  se llevó un muerto el caprichoso mar,

                  que desnudó mis ansias en un sólo desamar,

                  cuando en el ocaso se llenó de frío,

                  cuando en la manera de matar quiso el desafío,

                  de hacer vengar el amor en el corazón,

                  y con tanta razón…!”,

 

Y creyó en la conciencia, y en el arrepentimiento, pero, creyó más en su poder de hacer vengar a su amor. Y de hacer valer entre sus manos el deseo de amar y de saber que ella era su eterno amor. No hubo precisión, no hubo lamento, no hubo tristezas, no hubo llanto, no hubo un corazón marchito, no hubo ni una sola lágrima, no hubo desolación, no hubo condenación, no hubo percepción y no hubo infelicidad, sino que hubo una alegría, una felicidad y un agra e inmensa satisfacción en creer hacer valer su capricho en vegar con muerte el suicidio de su amor eterno. Y el horro, sólo le quedaba en el alma, pero, no se salvó su corazón del pecado y de la fría tentación de haber cometido dos muertes en sus propias manos. Y era él, Joaquín de la Montaña, el que desnudó el alma, entre aquellas palabras tan recias, sí ante ella, ante la francesa, y le confesó todo. Pues, su forma de ver y de sentir el instante, se llenó de bondades frías, y de sangre fría, como el haber matado. Y recordó, y se asustó al pensar en su cometido ante bruces. Y se dijo, un asesino real no piensa en su delito, no deja marcas ni en su propio pensamiento. Y fue feliz con la francesa, por mucho tiempo, pasó agosto y en octubre recordó que las hojas son secas como aquel vago recuerdo de todo lo sucedido. Y se dijo que era el equinoccio de otoño, y que la vida es así como hojas sueltas por el suelo, por donde pasa la vida no inmóvil, sino que la vida a  veces te da la espalda y caes al suelo, como el vil suicidio en enero de María Isabel, en ese invierno solo y desolado. ¡¿Qué fría es la vida ?!, se decía él, Joaquín de la Montaña. Y pensó en dos poemas de su autoría, cuando decían así…



                   “¡... Oh, vida en otoño, vida en otoño,

                    cuando la oscura soledad y yo retoño,

                    cuando caen las hojas al suelo,

                    cuando yo creo que vuelo,

                    es tan desgraciado el tormento,

                    si llega la triste soledad en el tiempo,

                    ¿cómo es posible que el otoño se vaya?,

                    si yo me levanto y perpetro,

                    lo que me mata, en el otoño de hojas secas,

                    cuando en la vida, sólo en la vida,
                    cae el desastre en la mirada,

                    de ver a esa hojas verdes en otoño,

                    cuando yo vuelvo y de ellas yo me adueño…!”,

 

Y el otro poema que decía así...

  

 

                   “¡... Otoño, otoño, 

                    cuando yo reintegro,

                   cuando mi noche denigro,

                   cuando en el alba caen las hojas,

                   cuando en el siniestro cálido,

                   el sol desnuda su luz,

                  cuando un beso queda prohibido,

                  otoño, otoño,

                cuando yo y mi luz es negra,

               como en la piel denigra,

               como una lágrima da grima,

               cuando las hojas sueltas caen,

              en derredor y todo porque yacen,

              en el suelo por donde se pasea la lluvia,

             porque es la pluvia donde barre con ellas en la vía…!”,



Y él, Joaquín de la Montaña, volvió a esa oscura habitación, cuando de repente, volvió en el pensamiento el recuerdo de María Isabel. Era otoño, cuando en la vida hojas caen al suelo, por donde se pasea la cruel suciedad de la vida en pesadumbres totales. Y él, lo sentía así, como una vez, y era el dueño, de amar lo que quería amar a María Isabel. Y se quedó como un total méndigo, y vagabundo, en querer lo que fue y lo que más pasó, en contra del deseo o del sueño, un terrible suicidio que marcó trascendencia en la manera de ver el cielo mismo en colores nuevos. Y fue María Isabel, la que se privó de la buena suerte, del total amor, y de las desavenencias que dá la vida a veces. Fue como alterar el silencio de una paz clandestina, de un sosiego pertinente, o de una soledad intransigente. Y en aquella oscura habitación sólo fue la verdad, para Joaquín de la Montaña, en que el recuerdo vive y le hace vivir. En que el silencio se fue por el altercado, por el ruido o por la contienda en ser el más fuerte de los vivos. Y fue él, Joaquín de la Montaña, el que enredó el deseo en revivir lo que pasó, pues, en aquella oscura habitación, sólo socavó en un destierro infernal su recuerdo y su realidad vivida en su loca existencia. Y no era él, sino que era el cremador de la morgue, cuando en el ambiente se tornó pesado, oscuro y con demasiada vil e irremediable, pero, cruda realidad. Y cayó en reo, como un preso prófugo, pero, insolvente preso de aquel recuerdo en que se atrevió a desafiar lo que más pasó él, y más con su eterno amor María Isabel. Pero, pasaba algo, que él quería a su cuerpo el de Joaquín de la Montaña, y estaba en un cementerio entre aquel barrio del pobre vecindario. Cuando en el alma se entregó el combate frío, de un desastre, de un sólo desafío en que el cielo se abrió como preámbulo de un cielo yá abierto. Cuando en el alma, se debió de creer que el silencio es la paz, la consecuente vida en creer que el desierto, es como el aire perdido, si es que el aire se pierde. Cuando en el amanecer se vió el sol nuevamente, y recordó un nuevo poema de su propia autoría que decía así...

 

                    “¡... Quiero ser aquel que fue,

                      cuando en el tiempo, sólo en el tiempo,

                      pasa, como pasa como luna en la medianoche,

                     corre como corre en el cielo un ave capaz,

                     en volver a ser como el ave rapaz,

                     cuando el alma, sólo en el alma,

                    corre la sola y sin una tempestad calma,

                   cuando adhiere lo que hiere,

                   cuando en el vil trayecto,

                  es como el terrible proyecto,

                  cuando en el camino es recto,

                  como un terrible impacto…!,

 

Y recordó todo como él fue, pues, en el ámbito y en el camino, sólo en el camino, no se opuso a ser incierto como tan verdadero fue el camino. Y quiso ser como el amor, o como el frío desamor, en que se ganó la triste batalla, pero, no la guerra total. Y quiso ser ése, que estaba acostado en el ataúd frío y desolado y con Dios sobre sus penas y pecados y dolores más fríos. Y se fue como el río al mar, como en el cielo una lluvia con el sol, o como una fugaz estrella a medianoche. Se fue a buscar a su cuerpo en aquel cementerio frío y desolado. Cuando en el aire socavó muy dentro, desde su propio interior, y calló lo que calló.

 

Continuará…………………………………………………………………………   

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de marzo de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 39
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