**~Novela Corta - La Oscura Habitación - Parte Final~**

Zoraya M. Rodríguez

Un deseo, una exacta perfección de Dios, fue por haber creado a su cuerpo, y más, llevar a su alma dentro y por más de una veintena de años. Y él, ansiaba su cuerpo y más, que su alma estuviera muy dentro de su propio cuerpo, de aquel cuerpo, abastecido, herido, casi quemado, con laceraciones, y perdido, y él, estaba perdido, pues, su alma estaba en un sólo delirio y en un sólo desafío. En que el fuego silente barrió todo como escoba a la vil y cruel suciedad. Y fue Joaquín de la Montaña, el que se debió de haber entregado a la vida misma, a la ansiedad y al estrés vivido. Cuando sólo quería sacar a ese cuerpo del cementerio e interiorizar a su alma reviviendo el cuerpo a la vida con un conjuro que él sabía y muy bien. Y si bien, fue así, como que el silencio se llenó de algarabías sobrias, y de una seria alegría. Cuando en el alba, sólo en el alba, se electrificó el deseo en ver el silente desafío. En poder sacar a ese cuerpo del cementerio y tentar a la suerte y revivir el cuerpo a la vida misma. Pero, no, sólo presentía un oscuro interior en ese cuerpo, el cual, no era él ni de él. Pero, cómo iba a recorrer el cementerio con ese cuerpo entre sus hombros y a la espalda. El sepulturero, sólo se iba a sorprender de ver a ese cuerpo fuera de su propia tumba y a él, le preguntaría. Y, ¿qué?, él, iba a responder. ¿Y qué respondería?. Cuando quiso ser ése, el de esa tumba congelada y tan fría. Y recordó un poema que decía así…



                     “¡... Oh, amigos del alma,

                      ésta alma vaga por el tiempo,

                     o por el ocaso en flavo color en calma,

                     no quiero ni debo ser exacto con el cuerpo,

                    si quiero y deseo pertenecer a él sin dolor,

                    cuando mis reflejos yacen atormentados,

                    con un ingrato amor que levanta silencios,

                    desde que en el ámbito se creyó un sólo clamor,

                    desnudando el deseo en ambigüo corazón,

                    y sin una total razón….!”,

 

Cuando él, en un desaire de su cometido, quiso enfríar el deseo en amar a ese cuerpo desnudo, pero, lleno de recuerdos que en su alma llevaba, como preámbulo de pertenecer al instante, en que sólo quería a su cuerpo para interiorizar a su alma fría y deambulante de recuerdos vividos. Cuando en el alma, en su propio destino y el camino lleno de ansiedades crudas, se vió alterada su forma de vivir, pues, sólo el deseo fue cumplido cuando sólo quiso a su cuerpo, nuevamente, y dentro su propia alma. Cuando recordó a ese triste poema, que quería lo que fuera en ser. Y lo recordó así y que decía así…



                   “¡... Quiero ser aquel que fue,

                      cuando en el tiempo, sólo en el tiempo,

                      pasa, como pasa como luna en la medianoche,

                     corre como corre en el cielo un ave capaz,

                     en volver a ser como el ave rapaz,

                     cuando el alma, sólo en el alma,

                    corre la sola y sin una tempestad calma,

                   cuando adhiere lo que hiere,

                   cuando en el vil trayecto,

                  es como el terrible proyecto,

                  cuando en el camino es recto,

                  como un terrible impacto…!,



Y deseaba que su camino fuese como el tiempo, o como el mismo desenlace. Cuando en el ambiente, sólo se crucificó, lo que quiso ser un fuego devorador que se alteró entre aquella oscura habitación en que él, Joaquín de la Montaña, recordaba toda su vida y más a su amor eterno. Y fue en aquella triste oscura habitación, en que él, Joaquín de la Montaña, fue y quiso ser un hombre fuerte y valiente en hacer creer y realizar una vindicta eminente en hacer valer la honra y la virtud de aquella pobre muchacha en que tomó la soga de su colmado y se ahorcó por la ventana fría de su casa. Y fue un triste momento, el que ella María Isabel, tomara esa fría decisión. Cuando en el alma se debió de creer en aquella virtud de ella, de María Isabel, por la desventura, por el cual, fue ese camino que ella tomó. Y él, Joaquín de la Montaña, sólo pensó en aquella oscura habitación, en la cual, él, halló a su imaginación viva. Y le dedicó un poema de la talla de ella de su eterno amor, que decía así…



            “¡... Ay, María Isabel,

             que como aquel cascabel,

             abriste una ilusión de esos en el tiempo,

             cuando en el amor, sólo fue en el dolor,

             y en el alma una desilusión en el cuerpo,

             ay, María Isabel,

             que como una pluma y un papel,

             mi deseo fue mi buena suerte por tu eterno amor,

             ahora quedo solo,

             como un frío todo,

             sin la nada de tu olvido…!”,



Si sólo el sueño fue como el abrir y cerrar los ojos. Cuando supo que el deseo, se vuelve como una certeza en morir de pie, como un soldado de la milicia. Sólo se fue para aquella oscura habitación, y quiso lo que nunca en ser, aquél hombre incapaz, desolado y abandonado entre aquel ataúd. Y descifró un sólo instante cuando se forjó un destino y un solo camino. Cuando en el alma, se abrió de tormento y no de felicidad. Cuando en el amor se debatió una sola espera, por esperar por el amor de ella, de su María Isabel, pero, no quedó impune su vil suicidio cuando no quedo impune y fue el vengador siniestro de ella, 

él, Joaquín de la Montaña. Y recordó un dulce poema que decía así...  



               “¡... Soy como el ave,

                que cuando puede volar vuelo,

                cuando presiento el suelo,

                ¡vuelo, vuelo, vuelo!,

                y más vuelo, cuando puedo y vuelo,

               si quiero a tu amor,

               es como sentir el dolor,

              sin un antes ni un después,

              te me vas como el ave,

             y si quiero vuelo, y vuelo,

             y si hoy en otoño,

            retoño como en un sólo carroño,

           que se gana el deseo,

           cuando llega lo que poseo,

           a tu gran amor…!”,



Y él, Joaquín de la Montaña, sólo se dedicó en cuerpo y alma, a abastecer a su alma, en aquel cuerpo muerto y desolado entre aquel ataúd frío y en aquel cementerio desolado. Y lo tomó pues, casi, frío y tan gélido y tomó el conjuro y lo tomó y se deshizo dentro del cuerpo verdadero de Joaquín de la Montaña. Y se electrificó el deseo, cuando sucumbió en un sólo trance y fue que su alma se interiorizó dentro de aquel cuerpo muerto que yacía dentro de aquella tumba y la dejó vacía, pues, el muerto sólo se sintió fuerte y desolado y con su terrible alma. Se adentró como si fuera un preámbulo, como en un tabernáculo del Cristo, o como un círculo vicioso. Se tornó denso, débil y frío y muy frío, pero, un desafío que su alma se interiorice como aquella alma fría en que al cremador de la morgue se le otorgó y se le adentró. Pues, vivió y a tiempo. El cuerpo del cremador lo dejó entre aquella oscura habitación en que el fuego quemó con su poder devorador a todo el lugar. Y él, Joaquín de la Montaña, salió de aquella tumba fría y pudo sobrevivir gracias al conjuro que tomó. Y la autoridad buscaba al sospechoso de esos crímenes de “El Tosco” y de aquél del tendedero, y sólo se supo que había sido el cremador y todo quedó ahí.  

 

Y pasó el otoño y la francesa en invierno apareció con su niña entre sus brazos, pues, de ese amor procreó una hija entre ambos. Y pasó mucho el tiempo, pues Joaquín de la Montaña, volvió, se había escondido en la ciudad de aquel vecindario hasta que en el barrio nunca se supo la verdad. Y le dedicó mucha buena poesía a su hija desde que nació en aquel invierno, la cual decía así... 



                  “¡... Ay, hija de mi alma,

                   calma mi angustia y mi desesperación,

                   que si te tengo entre mis brazos,

                   es como una bella pasión,

                   pues, en la calma sólo se siente en silencios,

                   un beso de mis labios deseándote alegría…!”,



                        

 

Y él, Joaquín de la Montaña, sólo desafío una luz con un trémulo de vela encendida entre una oscura habitación. Y escribía más y más, poesía de extrema sensibilidad por atraer la atención de su hija escuchando la innata poesía que nacía de él, de Joaquín de la Montaña. Y quiso ser el padre consentido de toda una proeza de amor hacia su hija. Y crecía y crecía la niña, en cuanto a la belleza, no fue tan agraciada como aquella francesa que le decía a él, -“L'amour veut s’envoler”-. y él, le decía,  -“Yes, I can fly…”-, pero, la niña sólo quedó con una triste fealdad. Era un castigo o un desenlace fatal, lo que la vida perpetró con él, con Joaquín de la Montaña. Y se dedicó en cuerpo y alma a cuidar a su hija, que nació sin una inusual atracción ni con belleza exquisita como su madre la francesa, Frances. Y él, Joaquín de la Montaña, yá sabía por dónde la vida iba y venía. Y la niña, fea, era fea, y nada la podía hacer feliz. Hasta que un día llegó triste a su casa y él, Joaquín de la Montaña, sólo le recitaba una bella poesía, la cual, decía así…




                   “¡... Ay, hija del alma,

                    sólo desnuda la sonrisa,

                    y que la brisa,

                    se lleve tu tristeza,

                    y todo porque eres como la lluvia,

                    que vá mojando como la pluvia,

                    a todo un suelo,

                    por donde yo vuelo…!”,




Frances se enfermó de cáncer y fueron unos momentos en que casi pierde la vida a consecuencia de este terrible y mortal enfermedad. Pero, cuando casi muere y en su lecho de muerte le confesó todo a su hija, el secreto de su padre. Y que lo guardara, ella también, y por siempre. Quedó por siempre a la deriva, a la suerte y al cielo de gris o de azul con blancas nubes si el tiempo así lo ameritaba. Cuando en la hazaña y en el sólo tiempo, sólo quiso socavar muy adentro de la esencia y de la presencia de haber sido un mojigote entre aquella conciencia tan fría, él Joaquín de la Montaña. Cuando en la manera de ver y de sentir lo que creció se debió de ver el cruel desastre de sentir a su fría conciencia. Cuando en el instante se llenó de fríos incongruentes y de sudor extraño, pues, su forma de pensar se debilitó de la forma más irreal, pero, Joaquín de la Montaña, sólo quiso vengar a su amor, pero, no esperó lo peor. Su hija, la más delicada flor para él, sólo sintió una desavenencia en su vida. Y fueron tres hombres en su vida, los cuales, también como con María Isabel se burlaron de ella y de su terrible fealdad. La muchacha, hija de Joaquín de la Montaña, sólo sintió un dolor muy fuerte en su interior por esos tres hombres que se burlaron de ella, sólo se debió de creer en el dolor y en la tristeza, pero, no halló lo que nunca una belleza exquisita como su madre. Cuando se dió un igual suicidio como aquel de María Isabel como su eterno amor. Y se murió la niña, la hija de Joaquín de la Montaña, cuando se debió de entregar a la vida, como un sueño en querer vivir. Sino quiso ser como el ave volando lejos, sino que irrumpió su vida en un terrible y cruel suicidio como aquel de María Isabel. Y él, Joaquín de la Montaña, recordó toda su venganza en cuanto a hacer pagar la vindicta eminente y de los agresores de María Isabel. Y se llevó consigo el secreto de Frances, su madre y el de Joaquín de la Montaña. Sólo quiso, que la vida se tragara su coraje de padre bueno. Y él, Joaquín de la Montaña, qué pensó, qué hizo, qué más quiso hacer perecer entre ellos, si su coraje o su amor de padre bueno. Y pensó en ésta poesía hermosa para su hija, la cual, decía así...  




                  “¡... Ay, hija de mi corazón,

                    y que con toda razón,

                   se gana mi tiempo contigo,

                   y se pierde mi amor en un abismo,

                   si no te tengo aquí,

                   es como haber sido un frío sismo,

                   el haberte separado de mí,

                   hoy es invierno como aquel frío infierno,

                   en que sólo el tiempo socavó,

                   muy adentro y te perdí y, todo acabó…!”,



Y ésta que decía así…         



                 “¡... Ay, hija de mi corazón,

                  sólo la llama es como la vela encendida,

                  que prendida sea como el cielo,

                 sí y con tanta razón,

                 se gana mi destino como un frío hielo,

                 si eres como el mar y la locura perdida,

                en que hoy se gana mi corazón,

                amándote más y más…!”,




Y él, Joaquín de la Montaña, y entristeció cuando supo de la terrible desventura que le hizo tomar y hacer su hija. Tomó valor, tomó riendas y se electrizó más el deseo de no ver nunca el sueño de su hija realizar. Y él, Joaquín de la Montaña, se armó de valor y de fuerzas, halló en su interior fortaleza y se fue como un rumbo sin destino ni camino, por donde se fue el deseo de navegar y de naufragar por la dirección incorrecta, pero, correcta, y todo, porque hizo valer la honra y la virtud de su hija entre sus manos. Y supo que el horro se da cuando se ama en verdad, sólo cuando se respeta como se debe de respetar. Y pensó en un triste poema cuando yá su hija, había pasado de viva a muerta, el cual decía así…

 

                 “¡... Ay, hija mía,

                  ¿qué dolor has dejado en mí?,

                  cuando en el alma fue toda alegría,

                 ahora el dolor es como un terrible desenlace,

                porque cuando amanece, 

               sólo el sueño está aquí,

              y a tu lado, como antes, y ahora no soy de tí…!”, 




Y él, Joaquín de la Montaña, fue a aquella oscura habitación, silente, oscura, inhabitada, desolada y en cruel desolación, fría e inestable, en la cual, donde había dejado y que tenía y poseía el cuerpo del cremador, y…




FIN

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de marzo de 2020 a las 00:03
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 15
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