Nos quedamos absortos en un mundo iluminado
por una luz que nace
en él, en la Tierra,
en sus entrañas,
en su nocturna intimidad: no es
la luz que lanza desde afuera el sol,
a través del espacio,
sino la propia luz de la Tierra,
el fuego que la quema por dentro,
la luz que emana dentro de ella del fuego
apenas cubierto por una cáscara sutil de roca.
A pesar de las tinieblas, a pesar
de la oscuridad que nos envuelve antes del amanecer,
percibimos el calor y la luminosidad de los mares,
de sus aguas profundas,
el color y la luminosidad de las selvas
con cada árbol,
con cada una de sus hojas que se estremecen
esperando la salida del sol
para empezar su trabajo de metamorfosis
de lo inorgánico en lo orgánico,
de la muerte en la vida,
de la vida en la muerte.
Pero la vida está dentro de ella,
dentro de sus vísceras,
ella, la única capaz de tener un equilibrio
milagroso entre el frío absoluto
en el que hasta los sueños se congelan,
y el calor de fusión nuclear de las estrellas,
en el que ni siquiera los átomos sobreviven
sino que se escinden y revientan.
Nuestra Tierra tan singular, cariñosa y tremenda,
como lo es el amor,
nuestra Tierra que nos dio
la oportunidad de abrir los ojos y vivir,
tiene su luz interior desde cuando
fue un pequeño núcleo de fuego en el universo,
un fuego, un calor, una luz como la de las estrellas
que nosotros seguimos percibiendo bajo nuestros pies.
Es todo lo que tenemos, perdidos
en un espacio aparentemente sin confines.
Nos quedamos, pues, absortos, percibiendo
esta luz que crece, esta luz
que llega desde la oscuridad más profunda
hasta las cumbres más altas.
Nos quedamos absortos en el borde del día
que entrará triunfante, dentro de unos momentos,
el día eterno, infinito,
imprevisible y antiguo, si antiguo
es un universo desde cuyo comienzo,
desde ese bigbang
no menos misterioso e inexplicable del gesto arbitrario
de un caprichoso dios creador,
nos separan trece mil millones de años
trece mil millones de revoluciones de nuestro planeta
alrededor del sol, o si, al contrario,
solo existe el instante presente,
sin pasado ni futuro, el instante
en que se crea el universo,
este instante fugaz
como el batir de las alas de un colibrí o un pestañeo.
- Autor: andrea barbaranelli ( Offline)
- Publicado: 24 de marzo de 2020 a las 06:11
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 30
- Usuarios favoritos de este poema: Texi, JUAN ROMERO SOTELO
Comentarios3
Genial tu poema. Amanecer y abrir
el panorama fastuoso de la vida que renace. Paleornis.
Muchísimas gracias por tu amable comentario.
Genial tu poema. Amanecer y abrir
el panorama fastuoso de la vida que renace. Paleornis.
El poeta revive, renace, respira,...
Con mucho afecto Andrea
Correspondo con igual afecto, Toqui.
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