**~Novela Corta - Los Delirios de la Muerte - Parte II~**

Zoraya M. Rodríguez

Primero, sudó fiebre, tuvo escalofríos, tuvo temor y miedos penetrantes, tuvo odio y rencor, hasta que el coraje y arrinconado en la esquina, superó aquella fiebre sudada. Fueron el delirio de la muerte, y deliró con aquella fiebre, hasta que supo que yá estaba muerto y que muy pronto iba a morir. Deliró todo muerte fría, desolación amarga, y triste agonía, y su alma se encontraba en oscura percepción, y sin la luz que emana del corazón con aires de grandeza. Segundo, el cuerpo, lleno de sudor y sangre, temblaba y tiritaba de fríos, de escalofríos muertos, la piel casi sin sentido, y su corazón sin latido. Y tercero, el día, yacía la noche fría, la cual, desparramaba la luz de luna, sintiendo el viento sereno y fríos, y el cielo, ¡ay, del cielo!, ¡oh, qué cielo!, sólo lo miraba con ahínco en poder sobrevivir, viendo desde el rincón todo lo que tenía que ver. Cuando en el cuarto, quedaba aquella mirada, sosegada, fría, calculadora, oscilaba entre las sombras oscuras un rayito de luz, pero sólo los delirios de la muerte cayó en redención, lo que calló, una vida eterna, y soslayó, en un eterno momento, lo que derrumbó el cielo mismo o el mismo frío, a todo un cuerpo caer desde lo más alto de su persona, y cayó abajo, como un triste cometa de luz que se apaga a llegar a tierra. Y se apagó su luz, con una cruel daga, con un sólo dolor en el alma, el que quiso delirar entre cuánto no se cansaba la muerte en martirizar. Y fueron delirios hasta que la muerte hacía lo suyo hasta hacer valer hasta su propio nombre: la muerte. Y sólo susurró algo al morir, que decía así, -"Uno, uno, che vita la mia, e il freddo in il mio corpo, oh, vita, che mondo senza destinazione". Era italiano el cobarde, porque al morir expresó estás palabras. Cuando en el alma, sólo en el alma, soslayó una sola lágrima que le dió triste agonía, y un sólo recuerdo, que el mercenario raudo y cruel era el que tenía que ser sin más ni menos, como él decía, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Y sí, que lo fue, lo aprisionó en una esquina, lo arrinconó, y yá maltrecho, sólo quiso descifrar un cometido herido y adolorido, abatido y perdido, en un sólo y un cruel nativo nonato, volvió a ser un niño. El que le escondía los dulces a María, el que le hacía maldades a Pedro y el que le hacía bromas pesadas a Bill. El amigo de siempre y el que fue siempre el enemigo de Bill. Hasta que lo hirió punzante, letalmente y mortalmente a muerte. Si él era la muerte. La fría y tenue la que guarda el frío en un ataúd, la desolación en el cuerpo y el silencio en los labios. Cuando en el ambiente se tornó pesado, hóstil y pernicioso. Y sólo quiso saber del desierto, del mar desértico aquel que ahogaba a la vida misma. Cuando de pronto se escuchó un disparo y era del calibre de él, el de Bill. Y lo mató pulso a pulso, gota  a gota. Cuando de repente, cayó al suelo dejando una hilera de sangre por el mismo suelo donde yá yacía muerto con la vil muerte encima socavando desde sus más débiles entrañas por lo que le había hecho. Y lo llamaban el mercenario o asesino a sueldo Bill. Yá él había cometido varios asesinatos más y yá lo tenían custodiado, pero, eso no le impedía ser el número uno de la comarca o del pueblo aquel. 

 

Lo llama el francotirador el más peligroso de la zona y del pueblo, necesitaba de su ayuda y más con el poder tan vil de matar a sus víctimas y más por un sustancial sueldo, se debía de llamar “El Temible”, pero, -“de seguro que ése estaría muerto mañana mismo”- le dijo Bill. Era un hombre delgado, casi triste de semblante y con un rostro casi pálido al que quería que le matara al francotirador. El francotirador era un hombre grueso y muy diestro en su afán con la puntería y con su rifle, pero, de matar no era un hombre capaz. Y él en su tormento de proseguir un sólo camino y destino, si sólo se llevó una mala sorpresa. Y fue el tener que matar a un hombre que quizás sea inocente. Cuando en el alma, sólo en el alma, se electrificó el combate de matar cuando más late el corazón. Así es, es como perecer dentro de la manera de odiar más a su contrincante. Cuando en el alma, se dió como una vez, una sola oscuridad, cuando en el ocaso frío, se concentró en querer con rencor, cuando sólo se atreve a desafiar lo que acontece. Cuando amaneció se fue por el rumbo, y quedó casi sin dirección fija. Fue y buscó al hombre, lo rondó, y lo perforó, acuclillado y arrodillado, sólo quiso ser el fuerte en ese mismo instante. Y se fue por el rumbo incierto, se lo llevó con él, y paseando con un paisaje hermoso de un ocaso se fue por la noche fría hacia un culto adorado, como lo fue una procesión de la iglesia de la esquina. Hasta que pasaron por un paraje solitario y quiso entrar allí. Le indagó y le preguntó, hasta que confesó todo, el francotirador le dijo que lo matara, pero, al estilo de él, del mercenario más buscado del pueblo, como un asesino a sueldo cruel y vil. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo triunfó la muerte. La delicada, y atrayente y maloliente: la muerte. La que sacude el alma, la que enreda y atrapa al corazón dejándolo sin latidos, y sin más fuerzas que el propio camino. Y llegaron a mortificar los delirios de la muerte, a él con suma importancia, primero, lo cercó como un tiburón ronda a su presa en el mar. Y fueron los delirios de la muerte, los que le acechó con exacta claridad, con imprudente desorden, y con un torrente de sensaciones malas, que bifurcan lo extraordinario. Arrodillado, de bruces caídas, y de desenfreno cálido, cuando atormentó lo que enredó más y más, la vil muerte. Tan horrorosa y terrorífica muerte. La que en el alma se debió de creer en la mala suerte, en la más cálida y desventura de las suertes. Y creyó en lo más pernicioso, en lo más fastuoso, de la calma sin calma, cuando en el rencor, se creyó en lo vil, en la terrible muerte. Y lo rondó y lo sesgó, con tranquilidad, con desarmas, se puso bravo, se puso intranquilo, tenebroso, y ruin. Cuando por fin lo tuvo entre sus manos, una lágrima calló en silencio, lo que atormentó en la vil y sangrienta escena, cuando en el alma ordena, una atracción específica. Cuando en el alma, acecha lo que es de los dos, una escena vil y punzante y sangrante muerte de Bill hacia ése ser que quizás haya sido inocente, pero, el capricho del francotirador era más poderoso que los deseos de Bill. Y lo cercó sí, como a un barril lleno de cervezas, extrayendo su sabor y su efervescencia. Cuando en la madrugada, murió con los delirios de la muerte, sólo tuvo que edificar su cometido en bruces caídas. Cuando sólo cayó lo que tenía que caer, un sólo deseo y un sólo desenlace, cuando murió con los delirios de la muerte. Cuando los delirios de la muerte lo atormentaron bastante y por buenos momentos. Cuando en el desafío, fue el frío, como el delirio de un buen instante en que sólo se encerró el deseo de morir plenamente, con la fría muerte. Cuando en el ambiente, sólo se llenó de un tinte de color como el carmín o como el púrpura de color rojo, cuando era su sangre tan desparramada y tan vil sangrante por aquel suelo donde yacía su cuerpo, su piel y más el  entero desenlace. Y era él, el mercenario Bill, el más vil de los hombres muertos. Y era él, Bill, el que hizo vengar su cometido, su fuerza y más su entero desenlace, cuando en el combate se electrizó el susurro entre aquel instante. Y se llenó de coraje y más de un rencor en que sólo le advirtió y le dijo, -“otro por mí será mayor que tú”-, y el mercenario sin dudar ni temblar su mano lo perforó de un sólo balazo. Y se dijo para sí, -“tonto, soy el único aquí, yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, le dejó allí tirado ¿y mal herido?, no, muerto, más muerto que Abel con Caín. Y bajó cerro abajo, calle abajo por la vendimia del vecino más rico del pueblo, y vió a Andrea, la prostituta de la esquina, la de siempre, la que él amaba con todo su corazón, pero, ¿qué corazón?, si era un asesino a sueldo que no sentía ni percibía nada, pero, en su corazón había o quedaba un rinconcito para el amor o el sexo. Y era ella, la que le guardaba la razón al mercenario, la esencia, y más, sus crímenes de víctimas que lo buscaban para matar. Cuando en el alma se debió de entretejer lo que más endureció el alma, cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de entretener con amor y virtud, pues, no era así, en contra de una sola razón, sólo era vicios, malos actos y desenfrenos sin parar. Sin detener la pasión por esa mujer, que ella, guardaba la más celosa razón de él. Pues, él, la amaba de vez en cuando, cuando a su plenitud, le entregaba a su corazón. Y era ella, Andrea, la que en aquel cuarto o habitación, la amaba él, el mercenario más buscado, el asesino a sueldo y suelto y con más libertad que cualquier otro. Cuando en el momento se dió lo que más acecha la desventura de ser y de guardar en su recóndito amor el amor de Andrea. Cuando en el alma se abasteció lo que más discurre. Cuando en el alma, se dió lo que más se sabe que el delirio se cuece en sábanas blancas. Y él, el mercenario de ojos azules lo sabía y muy bien. Y la amaba, más y cada vez más, y él, lo sabía que era ella, la que guardaba en su interior toda aquella razón. Y era ella, Andrea, la que sólo sabía de amor por él, y que sólo sentía lo que en ella había: amor. Y Bill, el mercenario, sólo quería olvidar sus recuerdos, sólo quería revivir el instante en que sólo guardaba la ilusión en volver a ser lo que fue un día: un buen hombre. Pero, nunca fue así, como lo que más quiso él. Pero, su conciencia yá estaba y se encontraba en un desierto y acordándose de que un asesino y más a sueldo no tiene memoria.       



Continuará……………………………………………………………………………

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 31 de marzo de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 36
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