**~Novela Corta - Los Delirios de la Muerte - Parte Final~**

ZMRS

Cuando en el aire socavó muy dentro, el frío desenlace, de creer que él iba a ser asesinado. Cuando salió el temor a ser devorado por el rufián más famoso del pueblo, por el francotirador, llamado Rudy, salió un frío temor y una ansiedad que casi lo llevó hacia el delirio más inexistente. Y fueron todos aquellos delirios de la muerte, los que lo llevó a imaginar y a pensar, a deliberar un torrente de escalofríos escasos. Cuando en el alma se dió lo que conllevó un aire de sorpresas ingratas. Cuando sólo se dió lo que más quiso en ser y no ser, un verdadero asesino a sueldo. Y lo hirió a muerte, él, el asesino a sueldo, como siempre acostumbraba, a ser el número uno del pueblo y el más temible de los prófugos furtivos. Se quedaron mirando a los ojos, y en la mirada había dolor, penas, sufrimiento, asesinatos, y hasta un sólo amor, el de Andrea. Sólo se debatió a muerte el francotirador, cuando lo hirió a muerte, y cuando lo iba a torturar con los delirios de la muerte, se detuvo y le dijo en voz baja al oído, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, una frase intimidatoria, pero, sólo acabó con deseos de muerte. Sólo quería terminar con él, con el francotirador, para marcharse con Andrea a hacer el amor o el sexo como quieran llamar. El francotirador se levanta del suelo, y deja un hilo de sangre, y le dice, -“eres el mismo diablo”-, a lo que él quedó en silencio, y le dijo, -“el diablo es mi amigo, no mi enemigo si amamos lo mismo, pero, no porfíes no querrás conocerme…”-, e hizo un disparo tan frío, pero, tan certero que cayó en el mismo corazón del asesino a sueldo, no era el del francotirador, no era el de la policía, era de quién lo seguía en silencio, aquél que lo perseguía, aquél que era un sicario u otro mercenario u otro asesino. Le disparó de frente y en el mismo corazón, y le dijo en voz baja al oído, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte, el número uno de ahora en adelante, yá he venido por usted”-, el asesino a sueldo se enfureció tanto, no por lo sucedido sino por decir su frase en su boca. Y llegaron los delirios de la muerte a interceder en él. A torturarlo, sudó sangre fría, y con la misma fiebre sucumbió en un sólo trance, quedó allí moribundo, y fue embestido, fue torturado y consecuentemente delirando entre la vida y la muerte, sólo quiso ser en ser fuerte y no débil, pero, le llegó la muerte vil y torturadora, y fría y densa, inestable e ineficaz, pero, certera, con una grandeza y una sensación de certeza. Se fue por donde el camino empieza y no termina, por el atajo frío y desolado, por el camino tenebroso y horroroso, y de terror, por el camino de los asesinos a sueldo, y lo mató al número uno, a Bill, al mercenario frío. Y él, lo perseguía, lo seguía, y hasta quizás era su fanático número uno, pero, no le dió ni tiempo de saludar. Sino que fue un relámpago de luz, en la noche fría, y desolada, la que se interpretó, como una fría y desolada noche, de sentimientos encontrados, y Andrea llora frente a ése cadáver frío, que yacía muerto y solo en medio de la acera frente al bar, donde ella laboraba como prostituta. Y salió en la prensa éste titular, -“El Asesino a Sueldo, Bill, fue Asesinado”-, Y todos en el pueblo con más temor que nadie ni nada, pues, en el desierto, sólo al desierto se fue el nuevo número uno, sin romper el título. Se fue dejando atrás la justicia que había hecho con su poder y con su arma mortal, la más poderosa, ¿e hizo la justicia, para aquellos que había matado, Bill?. Pues, tal vez, no. Porque todos ellos habían cometido injusticias con sus semejantes y más con lo que más quería Bill, con su propio rostro que le dejaron una marca trascendental, una cicatriz indeleble. Y el asesino número uno, se fue para el desierto, se fue callado, y atormentado con los delirios de la muerte. Con los delirios de la muerte, que se posaron en él, como una vez en Bill. Y los aceptó, pues, él iba a ser el número uno, el otro, asesino a sueldo. El que en verdad era como él, como Bill. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo en el ambiente, se quedó un sólo silencio, el que no esperó nadie. Un silencio mortificador, y silente, frío, y con un desastre entre los presentes allí. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de tentar una luz. Pero, calló lo que calla una voz, y era la frase aquella que decía así, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Cuando en el amor, sólo en el amor de Andrea, se quedó allí entre aquel bar nocturno y se debió de saber que el delirio era tan frío como aquellos fríos y torturadores delirios de la muerte. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de entregar el desafío, la insolvente manera de ver en el cielo una luz. Pero, no, nunca la vió ni reflejada en la memoria de aquel a quien ella amó eternamente al asesino a sueldo Bill. Y socavó muy dentro, el desafío, el tentar los delirios de la muerte, y saber que estaba allí, teniendo en cuenta, lo que queda en un aire tan desairoso. Y se llevó la vil manera de creer y de creer en el poder de la fuerza. Y era ella, Andrea, la que también tomó poder y fuerzas, para vencer, en el combate, los delirios de la muerte de Bill. Y quiso en ser fuerte, como el poder de la manera de ver y de sentir. En la manera de creer en los delirios de la muerte, cuando en el alma, se debió de creer en el desierto. Y él se fue para el desierto, el nuevo rey de los asesinos a sueldos. Y sin más que un sólo poder, se fue por el llano lejos de aquel pueblo, del cerro abajo por donde se llegaba al bar nocturno donde estaba Andrea. Y se quedó frío, pues, el desastre, en ver automatizar la idea, se quedó helado y gélido, como el mismo hielo. Y sin más que el dolor, se fue de allí, el asesino a sueldo, el que había destruido varias vidas, y que había dado muerte algunos por una sed de venganza tan eminente y embriagante como el alcohol entre las venas. Y quedó como quien queda y muere como un frío cadáver y con un delirio atormentando su mente y más a su pobre e inestable corazón. Cuando en el alma se enfrío, el deseo, de amar más, y más, cuando en el azul del cielo se vió reflejada la mala noticia, de que el asesino a sueldo había regresado al pueblo. Y ni tan siquiera solía estar acompañado, porque amigos terminan siendo enemigos. Tan siquiera un frío, tan inestable, como un frío incoherente, pero, tan real y verdadero. Y llegó, hacia el bar en busca de Andrea, también, el francotirador había muerto en aquella escena tan vil cuando éste asesino a sueldo mató a Bill. Y la buscó, a Andrea, y ella lo mira sin compasión, y todo porque le mató a su amor. Y más, le mató la pasión y a su propio sexo. No lo atendió, pues, el desastre en ir y venir, sólo sucumbio en un sólo trance en que le había matado a su amor. Se debió de amarrar lo que debió de automatizar a su solo corazón. Cuando en el alma, se debió de entretejer una red fría y desolada. Y se debió de entregar el frío y el desolado tiempo. Cuando ella sí, quiso atenderlo, se le formuló una idea en la cabeza, y se automatizó la idea, en ser y ser como en el alma un sólo deseo de matarlo a sangre fría. Ella, Andrea, lo invitó a cenar, y a hablar de todo, le dice, que él quería y deseaba en ser el número uno, y como único podía hacerlo era matar sin compasión ni conmiseración. Llevó una relación extramarital, el señor casado, cuando en el sueño se adueñó de todo, dormía de noche con Andrea, y por el día, con su trabajo de asesino a sueldo que le quedaba grande, pues, casi nadie lo llamaba a hacer trabajos de dicha índole. Él, se creía el mejor y el número uno, de los asesinos a sueldos, pero, se le olvidó algo, que aquél a quien él mató y era, como él decía, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, pero, ¿regresó de la muerte Bill?, porque una bala nada más en el pecho sangrando pulso a pulso, lo hirió en el mismo corazón, pero, ¿y, Bill, no hizo nada, quedó muerto y yá?, pues, no, él se hizo el muerto. Y cuando éste se fue al desierto, él se fue al Mediterráneo, y cruzó con la barcaza y con la luna desértica y tan errática como el cuarto menguante como que le guiñó un ojo. Cuando quedó como tres meses allí, sin poder salir, sólo curando sus heridas y a su pobre corazón. Cuando en el amor, mantenía comunicación con Andrea. Pues, era su presa más codiciada, el tener relaciones con el otro matón, con el asesino a sueldo quien lo había herido de bala en su corazón. Cuando en el ambiente se tornó pesado, hóstil y demacrado, volvió el asesino a sueldo, Bill, cuando después de tres meses, regresó entero y con más fuerzas. Sólo el ayuno le hizo bien, a Bill, en una fría mañana, cuando en el frío se dió como la manera más cruel y más vil que siempre. Cuando él, llegó del Mediterráneo al pueblo, y se vieron los dos, los dos sacaron su arma más poderosa, y se enfrentaron los dos. Uno con uno, mirada con mirada, en contra del reloj, en contra del sol, otro aguacero y una lluvia incontrolable. Los dos se enfrascan a los puños uno a uno. Y él Bill, le dice, ¿quién es el número uno?, y el otro le responde, -“tú, no eres”-, los dos pelean un camino oscuro, perdido, tenebroso, y horroroso, y terrorífico, cuando en el alma, sólo en el alma, se jugó indeleblemente un juego muy sucio. Y eran ellos, los dos, Bill, y su asesino a sueldo, los que de una forma u otra, creció el odio, el rencor y el coraje en ser el número uno. Cuando en el alma, sólo en el alma, sólo se vacío el tiempo, en horas exactas, y en un tiempo en que sólo el alma, sólo el alma, se enfrío como un hielo en el refrigerador. Cuando en el instante se abrió la piel con una herida punzante y letal. Y la lluvia casi curó la herida, pues, era fuerte el aguacero, el que siempre, se debió de creer en aquel mar desértico en que casi ahogaba la vida en que él Bill, cruzaba hacia el Mediterráneo. El cielo de gris y de tormenta cayó en reo y en una automatizada redención del mismo diablo, que lo veneraba hacia lo que más subrayaba, y rayaba en la idea de matar al asesino a sueldo. Y el que dijo así y le dijo en voz baja, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte, el número uno, yá he venido por usted”-, dió un ¡zás!, y volteó la mirada y lo mató con los delirios de la muerte que lo torturó en menos de unos segundos, y murió otra vez. Y sí, deliró, pues, el delirio delirante sólo fueron la fiebre del calor en la piel, y entre aquella lluvia le dió unos suaves, pero, insistentes escalofríos que lo mató en el acto. Al que lo persiguió por un tiempo, al que lo seguía con la mirada fría y calculadora. Pero, sin ser necesariamente, sino que el otro, murió de un infarto en el corazón. Cuando en el momento, dió un salto y le arrebató el arma de fuego, sangrando, y letalmente y mortalmente cuando murió en el acto. Y Andrea, quedó sola, pues, su amor, no volvió más por el bar, porque sólo fue y siempre será, como él decía siempre, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. La frase que siempre y será de él, de Bill. Al que lo llamaban siempre, para hacer algún trabajo. Y se fue con la lluvia siendo el número uno, el asesino a sueldo, el que siempre quiso decir así, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Y con la lluvia entre sus heridas y espaldas, sólo sucumbió en un sólo deseo, en tener y llamar a la muerte, por su nombre: la muerte entre aquella contienda de querer ser el número uno en ser un asesino a sueldo y más diestro. Y era él, el asesino a sueldo, el que se debió de amarrar a la vida, cuando logró sobrevivir de aquel altercado entre dos asesinos y muy diestros. Y era él nuevo asesino a sueldo, pues, rompió estándares de un sólo asesino a sueldo. Y siempre él dirá la frase así, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Y todo porque los delirios de la muerte serán siempre la representación de él, Bill, cuando en el acto de la muerte torturaran siempre a sus víctimas, hasta que la muerte los ha de llamar.                                                                                

FIN

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 7 de abril de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 11
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