Alfredo (1996-2020).

Comentario de autor*

Llevo algunos años con esta herida en el pequeño retazo de alma que me queda. Podría ignorarla pero está abierta y la depresión que hay en la tierra guía el camino de sangre hasta este lugar. Lleno de imágenes, sonidos y recuerdos en él, bajo la sombra que marca un espejo, encuentro a mi adversario, el contrincante. En su mano lleva aquello que debo, lo que mantiene a este susurro dentro de mí vivo y no son más que luchas constantes para obtenerlo. Durante la lucha, en medio de cada golpe siento la victoria, el pensamiento de salir triunfante se avecina y un alivio fugaz se cubre. Pero es en el sabor que prueban mis labios quienes me hacen dar cuenta de que la sangre y el sudor son míos; entonces caigo.

Yo soy una persona que siempre cae ¿sabes? Desde hace tiempo siento el frío golpe del suelo, lo profundo que se puede caer y en cuanto tiempo la luz se escapa de este agujero y no queda de otra más que ver a los que están arriba, pedir auxilio y ser levantado. Sin embargo, en la ayuda, en el estrechón de manos que se da recuerdo al adversario y mi cuerpo, que a veces ignoro, se vuelve pesado y me vuelvo a precipitar, a veces, llevándome a mi salvador de turno conmigo.

Mas hubo un día, -mentiría si digo alguno, aunque intente ser lo más exacto- en que mi mirada se postró en algún otro incauto, recluido igual que yo en este valle de sombras. ¿Por qué, siendo aquel idiota más grande que yo, más vivás e inteligente, era presa del mismo adversario? Entonces más allá logré ver a otro y a otro. Fue cuando comprendí la naturaleza de mi propio enemigo.

Se aprende, es un proceso largo, sí, pero se aprende. Morimos cada noche para amanecer siendo alguien nuevo. Aprendemos cada vez que caemos porque después de todo, al final de la caída, cada golpe se siente menos pero sigue siendo molesto. Es ahí cuando decidimos ya no ir al suelo, o al menos no tanto y sí lo hacemos, habremos aprendido a levantarnos, esta vez más rápido y sin tanta ayuda.

Sólo estoy harto de eso. Siempre traté de echarle la culpa a una fuerza extraña que ni siquiera conocía, pero ahora estoy claro, el camino es angosto y yo soy tan torpe, pero ahí, al otro lado, puedo ver todo aquello de lo que me estaba perdiendo, todo aquello que anhelo y quiero. Trataré de dar lo mejor y de conseguirlo, claro. Tú te darás cuenta de ello, algún día, pero ese día no tardará en llegar.

Por ahora sólo me queda agradecer a todas las personas que conozco, que conocí y que ya no están, pues ¿no fue mi vida moldeada con el resultado de su experiencia? Tal vez algún día puedan verme o enterarse y decir “Dios mío, el pobre lo hizo”... ¿por qué no ahora? ¿Por qué no demostrar todo lo que puedo hacer? Levantarme y ganar mi propia batalla y por primera vez en mucho tiempo, sentirme completo porque, aunque ni siquiera yo me lo crea, la herida aún no ha cerrado, pero comienza a hacerlo.

¡Vaya! Mira este lugar, ¡se nota que ni el trapo le han pasado!

2020