El cielo estaba nublado,
la luna estaba escondida,
las hormigas se dormían
en sus hormiggueros negros,
los sapos cantaban todos
sus cantos de enamorados,
y yo te extrañaba mucho
mientras pensaba a tu lado.
Las nubes blancas y grises
se paseaban por el cielo,
patos dormían felices
a la orilla del pantano,
la noche estaba tranquila
dejándonos descansar
reponiendo la energía
que venimos a buscar
cuando enfilamos contentos
lo más lejano posible
del ruido de la ciudad.
Los libros que yo leía
para poder relajar
los entuertos cotidianos
que tenés al trabajar
tenían historias viejas
de las luchas intestinas
escondidas en desechos
enterrados en el suelo
donde pasamos ahora.
Toda una vida encontrada
en relatos de viajeros
que buscaban ver acá
cosas que ya imaginaban
cuando venían de lejos.
Mirando el cielo de noche
desde el fondo de la cama
se podría adivinar
la presencia indiscutida
de la luna y las estrellas
que dormían sobre nubes
que no dejaban pasar
los rallos de la luz blanca
que emanaban desde ellas,
mientras a nadie el importa
lo que pasó en aquel tiempo
en este mismo lugar.
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