**~Novela Corta - Las Cadenas del Imperio - Parte Final~**

Zoraya M. Rodríguez

Y, Elisa, fraguando su más vil venganza, si yá le quedaba corto el tiempo, pues, su enfermedad yá casi la mataba. Y ella, recordó su vida así, -“Elisa, una muchacha feliz como cualquier otra a la edad de ella. Tenía veinte años, la edad más fructífera de la vida de una joven adulta. Sólo ella quería encontrar el amor y casarse, y tirar la casa por la ventana, como siempre yo decía. Yo, Elisa, fui la jovencita más deseada en el barrio, por sus ojazos azules, me hacían más bella y más hermosa y más jovial que nunca. Mi vida fue y será, la más indeleble. No se pudieron borrar las marcas más trascendentales de toda una historia, cuando en el alma se había entristecido como nunca antes. Ella, un día salía de su casa en el barrio más escandaloso de toda una avenida transitada por todos. Salió y la persiguió un hombre de mediana estatura, delgado y con un móvil a la mano. Ella, no se percataba de nada, pues, era tan inocente, la muchacha de ojos azules, y de cabellos rubios, en que solía, sólo ir y de venir al colmado, a la escuela, y a la iglesia y al trabajo. Nunca supo que él, la perseguía, un día se volteó a ver y él se presenta y le dice que se llama -“Rudolfo”-. Conversamos todo el camino, recuerdo que era el nuevo vecino de la vecindad. Había otro hombre mayor que también me pretendía, pues, era yo, Elisa, buena moza. Como de principio a fin, yo, era la más linda del barrio. Rudolfo, era un muchacho delgado, y de buen parecido de unos veinticinco años. Fue un buen hombre, pues, era un ser muy bueno y que me quería, si empezó a quererme, desde que me vió por primera vez. Yo, Elisa, me despedí de él, de Rudolfo, pues, tenía cosas qué hacer”-. Lo recordó todo. Y así fue todo, antes de seis meses. Antes de ser vilmente violada, dejada y tirada al acecho, inconscientemente, dejando a un lado la vida misma, pero, con un hilo de sangre que la dejó en cama por días.

Y era ella, Elisa, la de las cadenas del imperio socavando muy dentro del alma tan fría como tan sola. Después de ese mal evento sólo se perdió su vida en el alcohol, y entre aquella almohada dejando unas lágrimas al viento dentro del cometido de aquella oscura noche tan fria y álgida que tomó otro rumbo su corta vida, dejando una marca trascendental en su piel, en su cuerpo y más en su sangre. Y ella, sabía que el delirio más delirante fue y será la manera de entregar su coraje en sentido adverso, o sea, en un odio sobrenatural que ella sentía cuando perdió todo. Pero, el alcohol era su mayor compañero, y el diablo era su mayor aliado, pues, en la manera de rayar en lo absurdo quedó su corazón maltrecho, con ira y desolado. Después de la cruel tempestad, que se dió en el panorama de su corta vida, quedó trascendentalmente herida y sin Dios. Sin un antes y con un sólo después, quedó herida, perdida y desoladamente triste y con un dolor muy fuerte en su propia alma. Quedó entristecida, e ingratamente adolorida. Cuando en la mañana despertó tomó una botella de alcohol y ahí comenzó todo el mal hábito de su adicción y luego cayó en un manicomio donde aprendió de todo y que hay y que existen otras historias de vida más putrefactas que la de ella misma. Y entonces, calló lo que tenía que callar y su vecina más fiel, la ayudó muchísimo también. Y su corazón quedó a la mala intemperie entre el sol y el sereno y la lluvia y más en la lluvia casi empapada su piel y más sus propios ojos. Si el sol yá no daba abastos, los rayos entrecortan el frío desenlace entre lo que más quería ella, vengarse ella misma. Cuando en el coraje se sentía como tan desolado, herido, y sin Dios. Sólo se desarmó de la certeza de vivir, y de vivir en mal tropiezos. Y era Elisa, la que quería vengar su vida, su piel estrujada entre el frío de aquella noche, y su sangre enferma de Sida. Cuando en el alma, se entregó al cometido de luz oscura y tenue y tan opaca, como la tempestad fría que le atragantaba. Y era ella, la que aguantó todo, pues, la percepción la perdió y todo por ése mal hombre, que ultrajó su cuerpo y su piel y su sangre, pues, del mal momento sólo quedó un sólo dolor. Cuando en el alma, sólo irrumpió en un mal estado de ansiedad y de un sólo estrés, que sólo la llevó por el mal camino pernicioso y aciago. Cuando su alma, ¿la perdió?, pues, no. Sólo que sentía y presentía una cruel venganza que la llevó hacia el mal destino acabando y terminando con su corta vida. Pues, el desastre de ir y de venir, le acechaba en contra de la voluntad y del tiempo de aquella noche tan fría que la dejó débil y llorando de sufrimiento y de pena. Cuando en el alma, se aferró al silencio y en callar lo sucedido, cuando en el ambiente se dió lo que más quiso el alma. Y se fue por el corral, acorralada y temerosa, de un suburbio autómata, en querer abrazar a su almohada con sollozos tenues. Y sí, que la abrazó, y lloró lo que una mujer debe de sentir y de percibir. Una violación. Cuando su vida es y será, la de una antigua mujer. Tan arcaica como aquel ritmo de vida que llevaba ella, como las mujeres de antes. Pero, sólo sollozó y dejó que su vida muriera de poco a poco. Con la misma pena y con el mismo sentido, viceverso, lloró y logró morir en la vida misma. Menos la venganza que estaba por concluir y por dejar de terminar lo que conllevó una fría, pero, un buen sabor de boca, como lo dulce o lo empalagoso de la buena vida, cuando concluye su vindicta. Pero, era ella, Elisa, la que traía y llevaba una pena que le atormentaba y que era extraña a su estado de ánimo. Cuando en el alma, sólo en el alma, se debió de entristecer de llanto y de coraje cuando en un sólo destiempo, se encrudece el tiempo como el coraje que ella sentía. Y de fraguar la idea de la vindicta tan eminente que se creyó que con esa venganza y que lo podía todo. Cuando en el ámbito conceptual se debió de entregar al odio y no al amor como el desamor lo requería. Y era ella, Elisa, la de ojos azules y de cabellos rubios largos como el sol la que quería vengarse a sí misma. Y, ¿lo logró?, pues, sí, y así.                         

Si yá casi llegaba el instante en que debía de vengarse, Elisa. Pues, su manera de sentir estaba tan sin sentido, desolada, y herida en su propia alma, que en aquel momento, se acabó en atraer en perder toda la vida al acecho, cuando en el amor sólo el amor, sólo sospechaba en desamar lo que más quería en odiar y, ¿volver a la vida?, pero, aunque quisiera no podía en ser verdad. Cuando en el alma, sólo se llevó una mala pasada, un pasado tormentoso, de terror, y de saber que estaba tan herida como un dedo herido con las espinas de la rosa. Sí, yá casi llegaba el momento de hacer valer su venganza, pues, la había imaginado y pensado y muy bien, cuando en el amanecer llegó y con ella llegó y con todo el dolor llegó el momento la tarde cuando él llegó, sí, él llegó. Y Elisa, tan fundida, tan brillante, y tan prendida, pero, con tanto dolor entre su corazón y sus hombros, que yá se venía venir el pecado a ellos. Cuando en el alma irrumpió en un llanto seco, pero, con una lágrima salada, que le llegó a sus labios y recordó todo lo del valle. Pues, su manera de amar había acabado, le contrajo una enfermedad llamada Sida, y la dejó inconsciente tirada allí en medio del aquel valle solitario ajena a todo lo ocurrido en una noche fría y desolada y sin la magia de la luz, en plena oscuridad, dejando una cadenita de eslabones dorados con un dije de delfín, en la cruel escena. Y así, socavó, muy adentro su decisión de vengar su cuerpo, a su alma, a su piel y más a su sangre yá sucia por aquella enfermedad. Lo tramó y perpetró muy bien le sale muy bien vengarse de él del caballero de más de treinta y cinco años. Y él sin saber nada, del cruel e impuro acto para con ella. Sólo se sintió apaciguada, en calma y vengativa, con una sed, casi muy sedienta, que el agua no lograba dar con ella, una sed para la historia, ni se compara con la sed de justicia en la cruz del Cristo. Cuando en el aquel valle salió sin temores ni ansiedades, a recuperar lo que le pertenecía, pero, yá era muy tarde. Su sed por el alcohol se había agotado, y aprendió que en la vida no se ha de ganar tomando sino con sobriedad y disciplina, y aprendió que respetar era lo mejor en salud para con sus semejantes. Aprendió que el amor nunca le llegó, y que eso no importaba si en el mundo hay y existen gentes solas. Y que la lluvia te empapa la piel, dejando un montón de fríos inertes y adyacentes en el camino por donde tus pies, que sino te agarras bien resbalas. Aprendió que hay muchas historias, y peores que la de ella, y que de ninguna se compadeció, se le puso el alma más fuerte, con más deseos de lucha, y con más poder en sobrevivir de allí de aquel cruel manicomio donde estuvo internada. Aprendió que la vida es insegura, tímida, pero, débil de espíritu y de alma, cuando en el atardecer, sólo en el atardecer, se vió empañado de sangre y de dolor y de un sufrimiento que casi la ahorca o la ahoga. Aprendió de la paz y del silencio, que son dos cosas que te deja la vida, sino sabes vivir. Aprendió que las velas de la vida se encienden con amor y lucha, pero, sino esas velas estarán por siempre apagadas con el trémulo de luz, pero, que si se encendían sólo el fuego era capaz de apagarlas cuando derritiera la cera y acabara de apagar su luz por más que luches y por más amor que poseas. Y aprendió algo muy exquisito de Dios, que el cuerpo del polvo es, y al polvo vá, y que su cuerpo no le pertenecía, por ende, su alma fría desde aquel entonces su alma nunca fue violada ni tocada. Aprendió que la venganza es dulce en el paladar, pero, es fría en las manos, y que si lo tomas muy a pecho la perjudicada aquí podría salir ella. Tomó aire, estaba sofocada, escribiendo su historia, para dejar su marca trascendental o la historia viva y que fuera historia y no leyenda. Estaba nerviosa, pues, su forma de hacer su venganza la llevó por la crueldad y por lo más vil del momento. Y ella, sólo quería sí, hacer su vindicta más real. Sí, yá llega el momento, de ella, vengarse de ese vil y ruin hombre, el que le hizo tanto daño. Cruzó desde su cuarto y tomó un cuchillo y un pote con su sangre enferma de Sida, y se instaló dentro de su cuarto de aquel hombre de más de treinta y cinco años. E iba a todo, menos ser una santa y sin conmiseración y sí, con todo el dolor, con todo el odio y con el despecho de una mujer violada y por haber dejado el alcohol, si estaba sobria, porque ebria no hubiera podido. Cuando ella logró su instinto y sus ganas de hacer vengar una venganza en que sólo ella era la más perdida, la más herida y la que más poseía un fuerte sufrir muy dentro del corazón. Y si sólo, ella tenía que pensar y analizar lo que quería hacer y perpetra, cuando en el alma estaba devastada por el tiempo, (hacía más de seis meses de lo ocurrido), cuando ella, sólo ella, le permitía a la vida ser tan indiferente, e insignificante, pero, con la certeza en la mano y con el acecho de perpetuar lo yá sucedido. Cuando sólo quería vengarse a ella misma, de ése mal hombre que el ocasionó mal estancia en la vida. La dejó maltrecha, inconsciente, y ambigüa, con dolor entre sus piernas y con un hilo de sangre que la dejó menstruando unos días. Fue fuerte y doloroso el momento en que la violó a la virgen de Elisa. Ella, nunca hubiera sospechado tal cosa, tal desventura, o tal instante, cuando en el la noche fría llegó a su propia piel. Cuando en el camino se dió un horroroso desenlace y fue el de querer con tanta fuerza de asesinar al hombre que la violentó. ¿Y lo hizo?, pues, sí. Cuando ella, perpetró el más sangriento de los asesinatos, el del hombre de más treinta y cinco años, sólo socavó muy dentro su pena. Su dolor no apaciguaba la desventura ni el sufrimiento ni la manera de ver en su rostro el dolor fuerte que le dejó ése mal hombre. Su fuerza de alma, y de espíritu sólo la llevó por el desierto, estaba sola y se sentía sola. Y luego, recordó su adicción al alcohol, y que llegó por culpa de ése mal nacido al manicomio para poder rehabilitarse, pero, ¿para qué?, para vengar lo yá sucedido y caer presa, presa de la ansiedad, presa del temor, y del embargo, pero, sin embargo, ella quería sólo odiar y saber que el destino se aferraba para ello. Pero, ¿qué queda del hombre malo aquí?. ¿Lo mata?, pues sí, así...

El hombre llegó una tarde en el vecindario y tomó sus llaves y entró a su casa. Allí, estaba Elisa, con un cuchillo, y un pote de su sangre sucia con aquella enfermedad que le transmitió, el Sida. Elisa, sentada en su silla de rueda, por que del todo no estaba muy bien para ella. Había tramado ese plan perfecto, y quiso perpetrar lo más indiscreto posible. No hubo gritos, ni lamentos, ni llantos, ni odio, ni un sólo coraje. Sólo hubo dolor, y un sollozo en su interior en calma, si débil se encontraba el alma, y sus ojos llenos de llanto. Él, sin sospechar nada, no sabía nada de nada. Él, se hallaba lelo, tonto y lerdo, y sin saber qué decir. Ella, Elisa, sacó la cadenita con el dije del delfín, y le indagó fuertemente y mirándolo a los ojos con un odio petrificante desde sus adentros… -“no se acuerda de ésta cadenita con su dije del delfín, no se acuerda de esa noche fría y tenebrosa por el valle, cuando usted hizo uso de sus fuerzas y mancilló y ultrajó lo que más yo quería, mi pureza y mi virginidad, ahora sólo resta ésto…y con voz fuerte gritó que las cadenas del imperio lleguen yá para tí”-, más no dijo nada el hombre estaba estupefacto, y sin sentido, cuando se desplomó al suelo cayendo de herida latente y por una vil puñalada que le traspasó el pecho y más a su corazón. Cayendo muerto en el acto dejó la sangre enferma correr hasta llegar al pasillo. Y Elisa, ¡ay, de Elisa!, llega la policía e investiga todo, y ella, entra a la prisión por ser culpable de ese crimen y de ese mal acto. Sólo le quedaba aprender una cosa. Y ni ella lo sabía. Hasta el final de sus días, que lo aprende. 

En la prisión le fue bien, pues, era una mujer mancillada, y enferma de Sida, y en total aislamiento. Y Elisa, ¡ay, de Elisa!. Estaba feliz, pues, se había cumplido su cruel vindicta, y que no saldría de la prisión hasta que la vida le otorgara una oportunidad. Y Rudolfo, la vino a visitar a la prisión, era su gran amor y, así, le hizo creer, él la ayudó muchísimo a tramar esa cruel venganza y la visita feliz por haber logrado su cometido. Y la felicita. Pero, el frío, y las cadenas del imperio, todavía, le atormentaban, y sí, ella sabía porqué, por la cruel enfermedad del Sida. Que la llamaba desde sus más fríos reposos. En la prisión sólo se identificaron las cadenas del imperio, casi le ahogan y le atormentan, y ahora más por el vil pecado de asesinato que incurrió en el acto por hacer valer su sangre y su cuerpo y su alma. Y sola quedó con las cadenas del imperio al acecho de su propia vida. Y con las cadenas del imperio, sólo le llamaba la fría muerte a interrumpir una vida. Las cadenas ella, siempre luchó con romper las cadenas del imperio las de la muerte fría, pero, siempre se llenó de ellas, las cuales, eran más fuertes que ella misma. Cuando una mañana se adelantó por el tiempo, y le llegó el ocaso frío, sólo perfiló la muerte llevándose con ella la vida, el odio, el rencor, y el dolor de haber sido y nunca en ser alguien como ella quería en ser, el odio le marcó trayecto y trascendencia, un camino malo y pernicioso, dejando estéril a su vida, a su corazón y más a su pobre delirio y delirante vida, en un odio tan marcado, pero, normal, en la vida de Elisa. Y la vida, cayó en un hospital, cuando se enfermó más de Sida, la enfermedad le ahogaba, la mataba, la ahorcaba. Y estaba delirando fiebre y con un dolor de cabeza muy fuerte que la hacía vomitar. Luego, en el hospital se repuso y determinó lo que en verdad había hecho y más con su propia vida. Aislada, en total soledad, las cadenas del imperio hicieron estragos con ella, y le consumieron su vida poco a poco, hasta que las cadenas del imperio sobrepasaron de tal manera la vida, la fría muerte,la inseguridad, y el querer romper las cadenas del imperio, sólo era un mal ritmo, -“porque sólo Dios es el que puede ganarle a la muerte y el que resucitó a Jesucristo”-, se decía ella. Templada la noche y acostada entre los barrotes de la cárcel, y aislada, completamente sola y amargada quedó la muchacha. En un sólo tiempo de ira y de soledad y de odios y de rencores, y de muerte segura como la muerte que la esperaba y que la llamaba. Quedó moribunda y sin yá más vida que la misma mala suerte que la vida le deparó. Sin más que las cadenas del imperio automatizando la espera de llevársela lejos de allí. Sí, al ataúd y a la muerte y al sarcófago más tenebroso de la historia y cerrado. Y murió en la prisión, de Sida, de esa cruel enfermedad, que le atormentó por bastante tiempo. Y que le hizo odiar hasta la muerte con las cadenas del imperio al hombre quien la mancilló de tal manera. Y socavó muy dentro la pena, el dolor, y la fuerza en voluntad de hacer vengar a toda una vida. Pero, cayó en reo y ser presa de la vida, por una venganza, pues, no era la certeza en recorrer el camino y el destino lleno de dolor y de miedos atemorizantes. Sólo ella, se comprendió, se mimó, y se complació, en hacer vengar a su pobre y débil corazón. Y sí, que lo hizo. Pero, las cadenas del imperio quedaron por siempre en ella, y sin poder romper, y todo porque ella, Elisa, era y es y siempre será aquellas cadenas del imperio, enredada y atrapada como pez en la red, sin poder salir de ellas. Y nunca logró salir de ellas. Pues, su esencia y carisma no salieron a flote, con las pruebas de la vida. Y las cadenas del imperio, quedaron varadas allí mismo en su piel, en su cuerpo y más en su sangre yá ensuciada por el vil y mal acto de ése hombre. Cuando su vida se atormentó deliberadamente, cuando en el mal mancillo de su alma nunca logró llegar a ella, pues, su cuerpo era indeleble, sofisticado y con un porte envidiable. Sí, era ella, la que debió de pelear por su vida, por su cuerpo y más por vivir, pero, la manera en ver las cosas le cegó profundamente, hasta hacer cometer ese mal delito entre lo que quiso en ser sin conciencia. Una vil asesina por una fría venganza, que la llevó, sí, a prisión. Cuando su vida quedó marcada y atiborrada de espantos nocturnos, sí, entre aquellas cadenas del imperio que sofocaban yá su vida.      

Cuando una mañana Rudolfo, sale de su habitación en el vecindario con una cadenita de eslabones y con un dije de delfín en ella, sólo se dijo… -“ay, María te veo en el valle…como siempre”.             

Sí, María, era una dulce jovencita de apenas veinte años, la cual era vecina de Elisa, en el otro lado del complejo o vecindario. Ella, era tan jovial, y suspicaz y muy alegre. María, sale de su casa y se cruza por el valle, a Rudolfo, y ésta la perseguía como a Elisa, en el principio, pero, no le hizo ningún pormenor a Rudolfo. Se electrizó el combate de ir y de venir y quiso en ser fuerte como la rosa y con sus espinas. Y él, la persigue a pie y a sombra, por el camino del valle. Era una noche fría, desolada, y de tempestades gélidas, cuando en medio de la tormenta se avecina el más cruel suceso, lo que le ocurrió a Elisa, en aquel valle. Pero, algo pasó llegaron las cadenas del imperio a advertir y a llevarse a Rudolfo, que la perseguía de igual forma por el valle oscuro, en la noche de tinieblas frías, y de bruma espesa en aquel horizonte sin poder apreciar. Y él la persigue siendo un hombre de mediana estatura, delgado y con un móvil a la mano. Y más, con una cadenita y con el dije del delfín en su cuello...     



FIN

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de abril de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 20
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