Me quedé muy solo
en la tarde aquella,
y llegó el silencio
y también la ausencia,
y lloró la luna
al saberse fuera
y vagar sin rumbo
por la ardiente tierra,
mientras yo quedaba
con la cruel galerna
y el puñal clavado
entre las tinieblas,
que llegó a mi alma
de la mano tierna,
porque hasta el silencio
quería su presa.
Me quedé en la tarde
junto a las estrellas
que ya aparecían
como unas luciérnagas,
y ellas me calmaron
de tanta tragedia
y trajeron risas
y llevaron penas,
renovando un ciclo
de paz y de guerra
entre la batalla
de amar a la fuerza,
el amor sublime
de alguna princesa,
nacida, a la imagen
de la Cenicienta...
Me encontré en la tarde
con aquel poema
donde tú me diste
de nuevo la fuerza,
para ser un hombre,
y sentir, de veras,
el amor sincero
del niño que fuera,
porque tú supiste
encontrar la tecla,
y el arpa sin nombre
que el sonido crea,
¡bella sinfonía
de labios y venas,
de besos robados
con la miel y el néctar...
"Te encontré una tarde
y seguí tus huellas,
luego, nuestras manos,
unieron sus letras..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/02/20
- Autor: Pyck05 ( Offline)
- Publicado: 20 de abril de 2020 a las 06:33
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 47
- Usuarios favoritos de este poema: ivan semilla, Solasdelval, Yamila Valenzuela
Comentarios1
hermoso poema!!!!
me lo llevo para no perderlo de vista.
felicitaciones!!!
Gracias Ivan Semilla.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.