**~Novela Corta - La Vida en el Tren - Parte X~**

Zoraya M. Rodríguez

Cuando él sólo quería vivir más, sólo que el corazón sentía un sólo latir para hacer valer su venganza en contra de Julián. Y sufrió mucho, pues, su eficiencia sólo lo llevó por el camino pernicioso de la vida, y tuvo problemas como cualquier viajero. En que sólo la vida, se enfrentó a un sólo instante, en que el deseo de preguntar por Julián le llevó a ser preso de ladrones y de sicarios que sólo querían lo que tenía. Y quedó sin equipajes, sin dinero, sin tren de regreso, sin más que poder dar la vuelta y regresar por el mismo norte, el viajero del tiempo. Cuando en el ambiente, sólo quedó una mentira que se estira con la verdad, que se quedó sin nada. Pero, obtuvo una lucecita desde su terrible alma, desde su más ansiosa alma, cuando en los celos de la vida, se tornó deseoso, ambicioso, y cayó en redención, sudado por allá en el norte. Caminó camino abajo con su sombrero, si era el viajero del tren, y del tiempo y del ocaso frío. Cuando logró ver el cielo, y más aún, la fantasía, cuando en el ocaso se llenó de bondades frías, como dentro del mismo tiempo, en que solo caminó por el acantilado, y bajó el umbral de la mala suerte cuando no hallaba a Julián. Y por ninguna parte lo lograba hallar. Si era como el suspiro, o como el mismo respiro, en que se divertía la vida para con él mismo. Si era la vida misma o la misma tontería, de perseguir un rumbo sin dirección, sin encontrar lo esperado ni tan siquiera lo inesperado. Pero, él, tenía un brillo en la mirada, desde sus ojos verdes, como el lago que tenía de frente, si halló lo que nunca un bar y un prostíbulo. Allí, encontró lo que nunca una mujer con Julián. Y la vida, se dijo -“maldito seas, Julián”-, lo sacó a patadas y por un brazo lo tiró en la acera y le indagó, y le ripostó, -“tú, dejaste a mi hija, una niña decente, pura e inocente por toda esta porquería”-, y Julián callado no decía nada. Y le dijo más, -“y tienes un hijo precioso con mi hija, que lo dejó tirado entre las caballerizas del establo de la hacienda de tu padre y más, lo dejó allí por inexperta y cobarde, siendo casi una niña, la cual se entregó a tí pura e inocente creyendo siempre en el amor, en tu amor y gracias a Doña Tomasa que lo recogió está bien, sí, muy bien con su madre, pero, le falta algo el amor de un padre, ¿qué dices Julián?”-, ahora llévame a mi hacienda, y paga los pasajes porque no tengo ni un peso, por buscarte todo se me acabó. Y nos vamos por el viejo tren, en el cual llegué. El muchacho tirado en el suelo en la acera del bar y del prostíbulo, le indaga, -“¿y, quién es Julián, señor?”-, el caballero y el viajero del tiempo, y del ocaso frío, se llenó demás ira y de soberbio odio. Cuando le dijo, -“¿y, usted no es Julián?”-, y el muchacho le dijo que... -“no”-. Cuando en el instante cayó como relámpago a medianoche, y alumbró sus ojos de odio, pero, sólo quedó con su dolor. No era Julián. Se disculpó Don Emeterio del Bosque, con él, el susodicho, o individuo con que se enfrentó. Pero, sin ser erróneamente, y sin duda alguna, sólo prosiguió el camino por el norte mismo. Sintió un dolor terrible por no hallar lo que buscaba, por no hacer real su vindicta, por no hacer valer el honor de su hija Mayrenis entre sus manos. Y saber que el destino, es como un sentimiento, es como un odio y un sólo rencor, un sólo deseo, y un sólo tiempo, en que sólo el ingrato tiempo se dió como un devastador dolor entre las entrañas más amargas del instinto que tiene Don Emeterio del Bosque. Cuando en el ocaso, se dió como el aire libre o como la misma mala suerte de no encontrar lo que buscaba. Y, ¿Julián, dónde estaba?, pues, su forma tan extraña de ser como dejó abandonada a Mayrenis, sólo se electrizó su forma de ver el instinto, en que sólo se sublevó su forma tan adyacente en que sólo se dió una manera en creer en el ocaso frío que le cayó encima cuando supo que vendría al mundo un hijo suyo. Cuando en la sola soledad, se advirtió el mal deseo, de creer en la soledad que se advirtió en el corazón, de ser como la fuerza débil de saber que en aquel tren viviría. Cuando en el alma se debió de obtener la misma fortaleza, la que en cada delirio se dió como aquella vez, como amarrar sus deseos a la mala suerte. Y caminó por el viejo tren, desatando la ira a más odio y rencores, cuando no era Julián, el que quería hacer pagar su error. Cuando en el dolor, sólo en el dolor, se supo que en el instinto, fue tan distinto como poder sublevar su ira hacia la misma cúspide del propio corazón. Y tomó el tren, otra vez, ese viejo tren que lo llevaba y lo traía. Cuando en su alma jugaba un mal paso, cuando no era Julián ése que había tirado al suelo para hacer pagar su abandono. Y se fue en el tren, caminó la estación y quiso ser ése viajero del tiempo, y más de los ocasos fríos, que dentro del tiempo era y fue como la noche fría, y ese frío en que en la piel sobrevivía. Cuando en el alma, sólo en el alma, descubrió lo que ocurrió en el más débil corazón, un sólo latir en él, pues sólo quería poder vivir para hacer pagar su gran delito de abandono a una mujer que lo quería, que le dió todo, hasta su más inocente pureza, cuando en el camino se cruzó entre Julián y Mayrenis. Cuando en el alma, se debió de creer en el coraje de ser el que quería tener y obtener el honor de su propia hija entre sus manos. Y era él, Don Emeterio del Bosque, el que quiso ser el fuerte, pero, la forma de ver en el cielo una luz, se veía más lejos que cerca del poder de hacer valer el honor de su hija. Cuando en el corazón se desató una manera de creer en su propio coraje de padre herido. Cuando quiso ser el fuerte dentro del amor en que quiso ser más fuerte que la misma fuerza. 

Si Mayrenis, se volvió más desesperada cuando despertó y su padre yá no estaba. Recorrió la hacienda y su padre había volado lejos, había tomado el tren de la vida misma. Había subido al tren de su propia esencia, de su propia presencia, y por su propia sabiduría de caballero respetuoso con la vida misma. Cuando en el tren se vió directo y perfecto, buscando a Julián, fue a otro pueblito por el tren, si era el 1940, y sí que lo halló, era éste. Lo recibió una señora en una mansión donde el tren había llegado y se había detenido. Él, Don Emeterio del Bosque, pregunta en la puerta, ¿está Julián, el hijo de mi amigo Don Cripto?, y la señora que lo recibe le dice que, -“sí”-, y Julián sale de la mansión y le dice, -“aquí estoy, Don Emeterio del Bosque”-, y el señor, el padre de Mayrenis, lo toma por el brazo y lo tira al suelo y le dice, -“usted es el que engañó y le hizo tanto daño a mi hija Mayrenis y a mi nieto, dejando un hijo a la intemperie, ah, y después te fuiste dejándola en mal estado y ella sin buscar una salida abandonó a la criatura en un establo de caballos, dejándolo allí, y Doña Tomasa lo recogió, ah…”-, pues, debe de responsabilizarse de ellos como todo hombre. 

 

Continuará………………………………………………………………………………….                                                                                            

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de mayo de 2020 a las 00:02
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 37
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.