Mujer amada
por siglos ignorada,
ahora despiertas.
(O te despiertan,
las voces y los años
de indiferencia).
Pero en los niños
la madre y la mujer
están latentes.
En ese niño,
los ojos de la madre
dan nueva vida.
Es ese hombre,
orgullo silencioso,
de un corazón.
Y esa mujer,
anciana y con arrugas,
es nuestra madre.
La que engendró
la vida que ahora tengo
y que disfruto.
La que vivió,
conmigo tantas penas,
y sufrimientos.
La que cambió,
su vida por la mía...
¡esa es mi madre!
Que no te cambien
mujer, que tanto diste,
de mi razón.
Yo soy tu obra,
y todo lo que tengo
te pertenece.
Tú eres mi madre,
te siento en mis latidos
y en los recuerdos.
Tú me enseñaste
los versos más hermosos,
con tu sonrisa.
Todos los días
del año, son tus días,
de sol a sol.
Y no te olvido,
soy fruto de tu entraña
y del amor.
Porque tú amaste,
quizás como yo amo
y más que yo.
Y trabajaste
de un modo silencioso
y sin cobrar.
No quiero rosas
que empañen tus sonrisas,
y tus recuerdos.
Solo mi nombre,
saliendo de tus labios,
para comer.
Solo aquel beso,
de un modo tembloroso,
en la partida.
Y una oración,
a Dios, en estos versos,
a ti, mi madre.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/03/20
- Autor: Pyck05 ( Offline)
- Publicado: 4 de mayo de 2020 a las 07:49
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 66
- Usuarios favoritos de este poema: Jorge Horacio Richino, Andy Lopez, Yamila Valenzuela
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