MANCHITAS

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

Yo tuve a Manchitas desde que era una pequeña e inquieta bolita de pelos, fue una excepción en una casa donde sólo se aceptaban gallinas, ella era parte de una camada de gatitos que apareció un día en un hueco junto al lavadero, tal vez mi madre se compadeció al verlos tan indefensos y no tuvo valor para deshacerse de ellos al momento, pero la gata habría adivinado que no era bienvenida y buscó al poco tiempo otro escondite llevándose una a una todos sus cachorros, excepto uno, a quien por algún extraño impulso decidió abandonar u olvidar dentro de un zapato, yo lo encontré atraída por sus maullidos y apenas lo tuve en mis manos supe que se quedaría a pesar de ser hembra, pues eso también era un factor en contra de cualquier mascota, mi madre trató de objetar, pero tal vez pensando que el animal no sobreviviría me permitió tenerla, yo la alimentaba con una jeringa y conforme crecía le daba vísceras de pollo e incluso pedazos de mi propio almuerzo hasta que fue capaz de cazar. Manchitas fue el primer ser vivo que me dio esa sensación de compañía y comprensión incondicional que recuerdo, en una etapa en la quienes me rodeaban siempre esperaban algo de mí, ya fuera buena conducta, notas altas en la escuela, sumisa obediencia, pulcra presentación, etc. En cambio Manchitas simplemente se acercaba juguetona, se dejaba acariciar y escuchaba moviendo su cola todas mis inquietudes, luego me miraba fijamente unos minutos y demostraba su solidaridad maullando.

Sus garras y sus colmillos muchas veces me arañaron las manos y los brazos al jugar, acarreando recriminaciones de mi madre hacia mí y chancletazos hacia ella, pero no me importaba, los recibía de buena gana, Manchitas no tenía la culpa de estar dotada de esa manera; creció rápidamente y comenzó sus correrías nocturnas, a veces se ausentaba durante el día, pero siempre regresaba buscándome para tallarse cariñosa en mis pantorrillas, entonces yo la tomaba en brazos, la llevaba al patio y la estrechaba, a veces llorando si había recibido algún regaño o burla mientras su tenue ronroneo me calmaba ¿cómo podría verla como un animal dañino por sus pelos y caprichoso carácter como decía mi madre? Tal vez me había identificado con su silenciosa manera de demostrar afecto, casi confundida con la indolencia, admiraba su independencia, su agilidad, el aura de misterio que la envolvía y mi abuela se encargaba de acrecentar contándome historias de brujas en las que el gato era mensajero o portador de sus maleficios, pretendiendo con ello evitar mi preferencia infantil a su compañía, lo que consiguió por el contrario fue atribuirle poderes sobrenaturales, inventé juegos e historias con ella por protagonista, para mí podía ser lo mismo una pantera, una hechicera dispuesta a concederme algún deseo o un ser venido de otra dimensión para estudiar el comportamiento humano.

El día que murió me sentí completamente desamparada, lágrimas silenciosas nublaron mis ojos por días al entender el significado del nunca más: nunca más se tallaría en mi pierna, nunca más la oiría maullar, nunca más le rascaría la pancita ni dormiría acurrucada en mis brazos mientras le acariciaba las orejas, el significado de que haya muchas otras mascotas, pero sin la individualidad de Manchitas, porque para un niño que ha perdido a su primera mascota, la que lo escucha cuando otros no lo hacen, la que no se burla ni humilla y que se acerca silenciosa a acariciarte nada más porque sí es algo que se extraña por días. Recuerdo que llegué de la escuela y salí al patio buscándola, pero la encontré rígida bajo un árbol, era la misma Manchitas, pero no igual, el cuerpo presente pero ella ausente, mostrándome por primera vez los estragos de la muerte, tan fugaz y natural entristeciendo el ambiente con la imagen de sus ojos abiertos pero fijos, sus miembros completos pero quietos, sin nadie más que yo para despedirla, vida truncada por algún veneno, según deducción de mi madre, vida insignificante para todos pero invaluable para mí, vida que comenzó como un regalo predestinado y se fue llevándose también parte de mi alegría, me dolía imaginar el momento en que su vida se desprendió, pequeña y frágil como una polilla ascendiendo en busca de su cielo.

Manchitas no fue enterrada en el patio como yo quería:: la envolvieron en periódicos para abandonada en algún lejano punto de la carretera, como alimento de zopilotes y gusanos, pago cruel a su fidelidad, por eso hice un entierro simulado en el rincón donde reposó su cuerpo por última vez; enterré el listón rojo que adornaba su cuello e hice un montículo de piedras sobre la cual deposité una flor cada día que duró mi luto a pesar de las protestas de mi abuela, quien consideraba una insensatez ofrendar flores al recuerdo de un animal inmundo que enterraba sus excrementos precisamente en el jardín de donde yo cortaba las flores, sin embargo supe que Manchitas me lo agradeció porque pude sentirla acercarse esa noche y lamerme la mejilla, podía sentir sus patitas palpando mi estómago y escuchar su ronroneo acompasado con mi respiración, sí, su visita disipó poco a poco mi tristeza y podía ver titilar su alma simple y pura entre los astros al oscurecer e imaginármela junto con tantas otras mascotas que acompañaron fielmente a otros niños tan solitarios e incomprendidos como yo.

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Comentarios +

Comentarios1

  • Ignacia.

    :")



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