Por la luz que penetra los vitrales y se difunde
pesada y gris en el espacio de la nave,
se intuye el cielo tormentoso
encima de la cúpula. Los raros
visitantes o fieles,
sentados en los bancos o parados
cerca de los pilares, están
inmóviles, ensimismados, en espera
del primer chaparrón que llegará como un murmullo
desde más allá de los muros, desde más allá
de la cúpula cubierta de planchas de plomo
que la aíslan y protegen de las furias del cielo.
Llegará apenas como un murmullo
de agua que discurre sobre las altas ventanas,
un murmullo que invita a recogerse en una casa
lejana en el tiempo, cuando empiece el frío,
recordando a quién ya no está más con nocotros, a quien ha muerto
y a quien sencillamente ha cambiado
de ciudad y de amistades y su cara
se confunde en la luz gris que te envuelve
en la iglesia ya casi vacía y hace que
te encojas de hombros, como
por un escalofrío
o por una súbita sensación de soledad.
- Autor: andrea barbaranelli ( Offline)
- Publicado: 12 de mayo de 2020 a las 08:32
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 21
Comentarios1
En el altar de la desolación, tiritando.
Un abrazo poeta amigo
Gracias, amigo Toqui. Un abrazo.
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