No hay sonidos, ni voces,
ni susurros.
Solamente colorean el aire
la quietud y las miradas.
Son las sombras una esencia
de lo impronunciable,
cultivando los silencios
nacidos por la mañana.
Así transcurren los eones
surgidos al brillar el sol
en último confín de la piel,
luego de acumularse
con tesón y aires de victoria
lo que no se dijo,
más dejó en la piel y el alma
un lazo indestructible
en los mares recorridos
por los árboles amantes.
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