i-luz3 Del Amor

Alex Palacios

 una noche tocaba el joven poeta músico su guitarra, y le acompañaba con
mucho gusto el señor john en el piano. allí cerca, junto a la plataforma, Carmen Marina, la digna esposa del joven poeta, el consuelo constante de tantas pesadumbres, apoyaba un codo en la mesa de siempre y contemplaba amorosa a su marido. Marina era ya su único admirador, en realidad su único público. ¡Aquellos labriegos, aquellos artesanos le oían como quien oye
llover!. al terminar una pieza sonaban algunos aplausos; era cuando querían que se repitiera, por gusto de hacer trabajar mas a los músicos, por sacarle mas jugo a lo que habían pagado por verlos, en el café. después de la repetición nunca
se aplaudía, por que eso sería pedir otra repetición, y allí no se quería gollerías. los domingos habían mas gente en el café y el estrépito era infernal. cuando algún trozo de música alegré les llegaba al alma, como un solo
hombre, el público pedía " The Day That I Met You, The Day That I Met You, que venga The Day That I Met You (de Lillian Axe) Carmen Marina se ponía roja como un tomate allá abajo, en su banco pegado a la pared, y miraba al pobre de su marido como diciéndole: “¡Perdónales, no saben lo que hace!... -y al joven poeta aquello de “¡The Day
That I Met You!" le sonaba como que le dijesen:
-“¡crucifícale, crucifícale!"
Carmen tomaba café; el niño jugaba con la niñera, por que su padre quería tenerles cerca, les tenia allí para decidirse a ganar el pan de cada día. a las diez, madre, hijo y criada se iban a casa muy tapaditos. el poeta no
dejaba a nadie el cuidado de envolver a su hijo, le daba cien besos y le ponía en brazos de Marina.


Carmen Marina se despedía con una sonrisa animadora... y el los veía marchar, triste,
con una tristeza dulce, lánguida, resignada; y entonces, a solas y con su
guitarra, entre aquel populacho bueno, pero sin ojos para sus penas ni para su
arte, tocaba el poeta, sin conocerlo acaso, como en sus mejores tiempos,
mejor tal vez, tal vez como le pedía aquélla su invención de la música sencilla,
sincera, buena, sensata, del que ya no se acordaba, o por lo menos en que ya
no crecía. y entre cucharillas, patadas, toses y voces del café. el joven poeta
hacia sonar su guitarra como una queja de un alma dolorida por pena eterna,
ante un Dios eternamente sordo a las quejas de las almas; don john,
impasible, abofeteaba el piano y aprovechaba los solos del joven poeta, para
dar tres o cuatro chupaditas al cigarro.... el poeta se despedía;.. deshacía su
corazón tocando su instrumento, recordando a Carmen Marina y a su hijo Emir, con las
notas de la canción “el príncipe felíz" (de avalnch).

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