Y John, atrapado, amarrado con las amarras del corazón atrapando al mismo corazón. Suponiendo que el deseo fuera tan real como poder vivir sin esa pócima que encarcela y aprisiona más el corazón. Cuando sale del hospital, pues, su manera de sentirse fue mejor, pero, aún las amarras del corazón no se atrevieron a desafiar lo que más auguró, un tropiezo de los que más se atrevió a desafiar el camino en contra de todo y de la nada del olvido. Cuando más y más, ocurre la desavenencia, de ir y de venir, fríamente cuando el temor encierra el temor a ser libre, destrozando el frío y el calor entre las amarras del corazón. Y era John, el que no amaba a Ellence, pues, su manera de ver y de sentir era tan total como el haber triunfado con las amarras del corazón, pero, sin amar a Ellence, el enamoramiento cayó fríamente al lado del desamor y del odio mismo. Cuando en el mismo instante se encerró en ir y venir encerrando la manera más vil y más cruel de socavar en el mismo desierto frío y sin poder calcular lo que más encierra dentro del mismo coraje de ver y de creer que la pócima de Ellence le hacía algún efecto a John en su interior, pero, no, no fue así. Sólo le advirtió la forma atrayente de creer en el amor, y en la compasión, de ver el siniestro cálido, entre sus propias manos, como triunfando lo que nunca un verdadero amor entre John y Ellence, pero, no fue así. Y John, tonto y lerdo, no quiso saber de un triste jamás, cuando en la manera de sentir y de percibir el amor, sólo quiso en ser certero en contra del mismo deseo, cuando sólo falla una cosa por hacer en ser siniestro y cálido, enfrentando todo como la más vil forma de atraer el comienzo y no un triste final, desatando la lúgubre y el trémulo camino, socavando lo que más quiso Dios, un desafío cruel y con una desavenencia tan fría como el mismo hielo. Y quiso ser a conciencia lo que no pudo en ser, y falló algo, en que el ojo visor de un mañana se aferraba a ser frío como el agua misma. Cuando en el ocaso polvoriento del mismo suelo, se abasteció de calma y de avidez inconclusa terminando en un cruel desajuste. Cuando por fin le agradó a Ellence, cuando la vió creando y elaborando su brebaje más cruel, el cuál, le dió el más vil de los instantes, cuando por fin, se dió a la fuga de un casi amor, pero, no, no era la pócima, sino el instante en que Ellence, hacía y realizaba el más vil de los brebajes, y tan sólo, poder con él, enamorar a John. Y sintiendo el más vil de los momentos, creó otra pócima, el de hacer fácil desenamorar a Ellence de John. Y todo porque con su cruel luz, y siniestro y cálido tormento, yacía enamorado de ella, de Ellence, pero, no por el brebaje sino por su forma inteligente de crear pócimas en un laboratorio. Y tan exquisita y suavemente delicada, la cuál, nunca se debió de conformar, su instante ávido, y tormentoso, tan infructuoso, donde terminó, su hálito frío en salvaguardar su amor por John. Y, la cuál, nunca se enteró de su amor conceptual, hacia la manera de amar de Ellence hacia las pócimas. Sino que las amarras del corazón, no funcionaron de tal manera como se esperaba, al fin y al cabo. Si cuando el ocaso brilló de un flavo color, sólo se miró fíjamente en aceptar que Ellence era una mina de oro para él. Y las amarras del corazón, sólo fraguaron lo que temía el hombre casual, un enamoramiento fijo y adyacente. Si perpetró un sólo incidente, en saber a conciencia, lo que más anhelaba, sin saber que el derecho a ser enamorado, sólo se electrizó su forma más cruel, en saber que el instante se cuece en la manera más vil y más nefasta de un sólo tiempo adquirido.
Continuará……………………………….
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 21 de mayo de 2020 a las 00:28
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 18
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
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