Las manos que se divisan
son horizontales piedras vislumbradas.
Como toques de atención en un mal día,
situadas al fondo de lo ocre, destituidas
por la mano que fragua la vecindad de la noche.
Verticales, las sombras amenazan;
son edificios, alternos, que procuran su
sigilosa venganza sin árboles.
Las manos que me tocan, alzan
desde la espesura, su razón de amar.
Soy paciente con la herida que rozo.
Y soy del día, al igual que antes, de la noche-.
©
- Autor: Ben-. ( Offline)
- Publicado: 9 de junio de 2020 a las 01:47
- Categoría: Amor
- Lecturas: 25
- Usuarios favoritos de este poema: Jorge Horacio Richino, Lualpri, Anton C. Faya
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