LA MUJER MAS BELLA

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

Quise mucho a una bella mujer, sí, era bella, muy bella, pero no hermosa, era la mujer más bella que pudiera yo encontrar, su cuerpo era una sola pieza de caoba tallada y barnizada, lista para deslizar mis dedos en ella, su rostro irradiaba encanto al mirar con esos ojos almendrados de finas pestañas que bordeaban las pupilas claras, miel para mi alma, piedras de ámbar que se derretían en nuestras noches ardientes, resina preciosa al mezclarse en mi sangre, labios gruesos vibrando trémulamente a mi contacto, labios perfectos, labios de cueva misteriosa que no hablaban, sólo susurraban, lo que a otros exasperaba a mí encantaba por su misterio, por sus frases inconexas, acertijos que sólo yo supe descifrar, labios míos, sellados ahora por una promesa, yo amé a una mujer muy bella, no a una mujer hermosa sino bella, muy bella, espíritu errante hecho carne para mí, carne sutilizada en espíritu que en mi tristeza viene a consolarme.

Me catalogan como excéntrico y lo celebro, gracias a eso fue como otros me orillaron a acercarme a ella, por sus comentarios despectivos, otros veían sólo en ella una parte del conjunto, ellos sólo veían la forma, sí, eras bella, muy bella, pero no eras como las otras, no eras como las mujeres hermosas que exhiben su hermosura y realzan sus atributos con accesorios y perfumes, ésas no saben seducir, ésas no tienen nada por descubrir, son hologramas intrascendentes para mí, tú en cambio eras simplemente bella, muy bella a través de tu vestimenta humilde, a través de tus pies menudos en constante contacto con el suelo, con el agua, con las ramas de algún árbol al treparte, a través del cabello libre al viento dejándose enmarañar, a veces retenido en dos trenzas, a través de tus manos hacendosas, firmes y delicadas a la vez, impregnadas de polen, de plumas, manos que aprendieron a acariciar y dejarse llevar gracias a mí, eras ardilla, eras paloma, a veces gata, podías mimetizarte entre los árboles, otros te codiciaban como el rapaz codicia un juguete que al poco tiempo dejará roto y tirado en cualquier rincón, otras menos bellas te despreciaban porque no participabas en sus ridículas competencias de coquetería, y sin embargo eras tan coqueta, coqueta cuando te mirabas en la fuente y te adornabas el cabello con flores de monte, pero sólo por un momento, el momento justo en que eras a mi vista la plebeya transformada en princesa de pirámide precolombina.

La quise porque yo nací en luna llena, ése es mi primer recuerdo: yo en los brazos de mi madre que me acunaba frente a la ventana abierta y ella, la luna mirándome como si fuese yo hijo suyo y no de mujer, la voz de mi madre, sus caricias sobre mi piel bañada en plata, quién iba a decirle que había traído al mundo un desterrado de otra dimensión, a un bohemio cuya vida estaría marcada por extremos de dolor y alegría; yo crecí en una familia de clase media y habité por años en una capital de provincia, escuchando constantemente quejas acerca de la carestía de la vida y la necesidad de crecer y estudiar para ser alguien respetable y solvente, pero ésos postulados no se arraigaron en mi mente, mi paso escolar no fue penoso ni glorioso y se estancó en un nivel medio, aprendí el oficio de pintor que mi familia consideró un desperdicio, el arte en mi familia no pasaba de la categoría de pasatiempo y de ninguna manera se le consideraba profesión, motivo por el cual no recibí apoyo de su parte y tuve que desarrollarlo por mi cuenta, me alejé como el hijo malogrado a deambular con mi arte y escasos materiales porque no me gustaba hacer nada más y tampoco fui apto para otro oficio, en lo caminos recorridos tan sólo la luna me acompañó, enjugando mis lágrimas con sus dedos plateados, tal vez por eso ninguna desgracia me ocurrió y en mis insomnios ella me cubría con su brillante manto, calentándome, animándome a continuar, acariciando mis manos, transmitiéndome su magia.

Todos me consideraban fracasado, misógino y tarado, eso como resultado de mi carácter volátil que me perjudicó más adelante cuando comencé a recibir encargos una vez pobremente establecido, porque tardaba mucho tiempo en acabar mis cuadros, no por falta de destreza sino porque era extremadamente propenso a los vaivenes del clima: un día brillante y soleado, uno ventoso o tormentoso me podían sumir en estados de euforia, depresión o malevolencia, pero también a los estímulos del exterior, quiero decir, que el día podía estar lleno de sol y color, pero si las noticias anunciaban un fenómeno catastrófico, una devaluación, un atentado de grandes proporciones, o algo parecido, era suficiente para que mi obra quedara aplazada pues corría el riesgo de no transmitir lo que estaba plasmado en él, es algo que sólo los artistas entendemos, esas emociones que sólo nosotros somos capaces de sentir pero pocas veces de controlar; ése es nuestro mérito y castigo, yo descubrí la genialidad en mi arte, pero los genios rara vez son aclamados en vida; pues bien, cuando a fuerza de contar con los medios para subsistir debía entregar un trabajo en un plazo estipulado (una de mis virtudes era ser cumplido) no quedaba conforme y aunque el cuadro fuese bueno, yo sabía que ahí faltaba ese algo que lo haría admirable y perfecto, mi talento era mucho, pero física y mentalmente estaba limitado, por eso, cuando encontré a la mujer más bella de la creación supe que debía tenerla y descubrirla poco a poco, como los colores, como los sonidos, como los latidos, su piel tersa, salpicada por una que otra manchita de sol, sus caderas y piernas ágiles como las de un venado, sus pechos que dormitaban como ardillas hibernando, qué maravilla descubrirlos despertando entre mis dedos, aspirar su aroma silvestre, ha, y lo mejor, lo más enloquecedor, su entrada al paraíso, oculta por enredaderas, a donde penetré por primera vez con miedo, con aprehensión, como vil mortal ante la morada de los dioses, cuánto gocé en tan poco tiempo, cuán exhausto amanecí, pero también con cuánta alegría renovada, me sentí poderoso, bautizado con sus aguas, tenía conmigo a la mujer más bella, no la más hermosa, sino la más bella, la margarita perfecta de entre las perfectas rosas y azaleas, mi jardín estaba completo, mi alma resanada, margarita amada, margarita amorosa, cuán largo se me hace el tiempo de volverte a ver…

Tal vez le atrajo mi soledad, tal vez se compadeció de mi tristeza, tal vez le conmovió mi porte vagabundo, habrá escuchado a lo mejor el llanto permanentemente insatisfecho de mi corazón, habrá notado colores y formas recónditas en mis manos, en ese entonces mi alma arrastraba un cuerpo muerto, condenado por ignoto delito a ser otro artista errante, infortunado y apático a sus semejantes. Pero ella se acercó sinceramente preocupada creyéndome enfermo, sí, enfermo de vivir y poco a poco me mostró un segmento que yo no conocía, su voz fue la voz del Cristo diciéndome: levántate y anda, con ella no necesitaba dar explicaciones, ni disculpas ni llevar rutinas, ella era el agua que se amolda, el viento que atraviesa, el fuego que quema y la tierra que sostiene, con su influencia y compañía mi ser floreció y también mi arte, ya no fui uno sino dos en uno y eso me bastó y sobró para cambiar mi situación un tiempo, con ella mi economía y mi espíritu mejoró considerablemente, fuimos dos en uno, a su lado sentí flotar en el limbo.

Ella me observaba al trabajar, para ella mis manos eran mágicas, diestras para crear los tonos, las sombras, para darle vida a una simple tela, a un simple papel, mis manos cuyas caricias la recorrían y me enervaban en cada luna llena, ella era capaz de verme absorto durante horas para descubrir el truco de las líneas y su metamorfosis a objetos y seres concretos, en dimensiones engañosas a la vista y eso me halagaba; en algún momento se iba, y cuando regresaba y me encontraba cansado, pero concentrado aún, se acercaba sin decir palabra y me besaba suavemente en la mejilla, se mojaba las manos en aceite de sándalo y me masajeaba la nuca, los hombros sin decir palabra, yo cerraba los ojos e inspiraba durante su contacto, luego me acercaba un té tibio, o un café, o algún entremés y se alejaba de nuevo, traía flores o pajuelas de incienso y sabía exactamente cuál aroma era apropiado en esos momentos, esos gestos eran más valiosos que sus palabras, y gracias a eso logré equilibrar mi extremada sensibilidad, podía aislarme sin problema pues ella era el hilo que me unía a la realidad y siempre me la hacía llegar sin agresividad, inocua; incluso antes de unirnos, antes de conocer mi relación con la luna, antes de darse cuenta que mis manos la acariciarían con tanta ansiedad como mis ojos. Soy un artista y ella era una obra maestra, soy un artista que puede plasmar la belleza o fealdad de un objeto al influjo de su mente y transmitirla gracias a su talento, ella era una obra maestra, era bella, muy bella pero no hermosa, yo no quería hermosura porque le hermosura es irreal, embaucadora y dañina, es rosa cubierta de espinas no apta para poseer sino para admirar, por el contrario, la belleza es espontánea, tangible, sin engaños ni artificios, margarita silvestre, rayo de luna, agua de manantial.

Yo tuve conmigo a la mujer más bella, pero eso no duraría siempre, justo cuando estaba en el extremo de la gloria, cuando yo podía controlar mis estados de ánimo y mis obras realmente me satisfacían aumentando así asombrosamente su valor y conocí el respeto que me podían traer, fue entonces cuando ella se empezó a desvanecer, empezó primero con una ligera palidez en su piel, su piel tersa, luego sus ojos de ámbar empezaron a decolorarse, sus huesos a ablandarse ¿por qué? Los médicos no encontraban nada malo, me miraban como si yo estuviera alucinando, asegurando que mi mujer estaba perfectamente sana, ella por su parte no trataba de desmentirme, porque como siempre, sólo ella podía entenderme y me dejaba actuar, no se quejaba, era solícita en el hogar y ardiente en la cama, pero a mí me atemorizaba, a su palidez siguió la frialdad, no una frialdad de hielo, no, una frialdad de brisa, de rocío temprano, ¿la luna no aprobaba nuestra unión? ¿acaso era una madre celosa? En nuestras apasionadas noches parecía meterse en nuestra alcoba y acechar nuestra unión, mi cuerpo sobre el suyo temblando agitado y esa luz plateada se le adhería al suyo, al mío desconcertándome, mi mujer, la más bella, retocada por una misteriosa hermosura, su tez canela era argentina en esos momentos, sus ojos amarillentos no eran los suyos, sus fluidos enfriaban los míos y aún así los gozaba, los deseaba…

Trabajaba mucho y mi trabajo fue aclamado en ese tiempo, ella deambulaba por la modesta casa, por el jardín, a veces salía, a veces dormitaba, pero muchas más estaba conmigo, mirando mis manos sobre el cuadro, sus pensamientos revoloteando muy lejos, yo era un mago del color, un mago de la forma, ella una obra de arte, una escultura hecha para que mis dedos la recorrieran una y otra vez, la escultura silenciosa que nos habla sin palabras de cómo fue creada y ella hablaba de su campo lleno de flores, de su trabajo, de su libertad y de su amor; pero eso tampoco duró, ella descubrió quién era yo y de dónde venía, supo de mis debilidades, de mis profundas emociones y mi fugaz estancia entre los suyos, me amó sabiamente porque yo sólo podía hacerlo en demasía; su piel adquirió un tono pálido y así permaneció, sus ojos parecían no tener iris, pues eran de un amarillo tenue, su temperatura corporal era baja, tan baja que no podía explicarme su tranquilidad, no podía explicarme tampoco la flexibilidad de sus huesos, parecía de hule, una muñeca suave, en eso se había convertido, pero aún así la amaba y aún así ella me correspondía, la luna, en tanto, insistía en desvanecerla, pero eso era algo que sólo yo veía, algo de lo que nada más yo me daba cuenta, imposible de externar, mi situación económica mejoró solamente para darme cuenta de que a mi alrededor seguía criticándome a mis espaldas, que solamente a genialidad de mis obras se debía haberme permitido penetrar en sus círculos, yo seguía siendo el artista fracasado, misógino y tarado de mi juventud y mi mujer una vulgar india de pueblo, interrogué a la luna, pero sólo me acariciaba, ahora los dos éramos sus hijos, los dos unidos un extraño embrujo; yo trabajaba febrilmente y mi conexión con el mundo externo seguía siendo la mujer más bella que cometió el error de amarme incondicionalmente, por eso ya no está conmigo, por eso me dejó regresar a mi origen y continuar mi labor ahí, eso sucedió después, cuando la gente creyó que había perdido la razón y que mis obras eran obra de ángeles o demonios que por igual canalizaban a través de mí, he dicho que podía plasmar la belleza y la fealdad, y que sólo la mujer más bella podía entenderlo sin asustarse y apoyarme, eso le costó, mis obras llegaron a ser famosas, eso lo supe por ella, pero la fealdad que plasmaba era aterradora y la belleza cayó en la hermosura y era una hermosura enloquecedora, yo debía permanecer solo para poder crearlas y la gente trataba de importunarme, ofreciéndome precios muy por debajo de su valor, siempre odié los regateos y las discusiones, mis obras no podían avaluarse en dinero, me negué a atender a los compradores, y exigí que todo trato lo hicieran a través de mi amada esposa, para ellos eso era humillante, pero la codicia podía más y ella por instrucciones mías aceptaba lo que le ofrecieran siempre y cuando pudiera cubrir nuestras necesidades y sus gustos que eran bien pocos, de cualquier forma, tarde o temprano esos cuadros tendrían que ser exhibidos en público o acaparados por coleccionistas privados, fiel a mí, ella lo impidió por los medios que pudo el acoso de la prensa, de compradores, de maestros de arte, de otras instituciones y se negó en mi nombre a asistir a cenas de gala y todo tipo de invitaciones, nos mudamos a un ranchito de difícil acceso en medio de la sierra, aún así se las arreglaban para llegar y temí exasperarme tanto un día y reaccionar violentamente, por eso acabé escondiéndome en una cueva alejada de nuestro hogar y de la cual sólo ella conocía su localización, ahí me visitaba poco para evitar que la siguieran, ella también estaba cansada pero aún así resistía, mis ojos húmedos delataban mi inminente partida uno de esos días, cuando su estancia se prolongó hasta la noche, nos amamos por última vez sobre la roca dura y seguía siendo la mujer más bella, yo, no sé, dijo que me veía tal y como yo la veía a ella, y entonces entró la luna, iluminó toda la cueva y me fundí con ella, mientras me alejaba en esa esfera plateada ella prometió esperarme…

Yo sigo pintando, mis manos siguen siendo mágicas, pero ya no estoy con ella, quien no dejó de amarme y aceptarme incondicionalmente, por eso debo regresar por ella algún día; luna es una buena madre, paciente y comprensiva, me lleva por todo el planeta cuando su gran esfera de luz adorna el cielo, o al espacio cuando se cubre con su velo oscuro, mientras mis cuadros vagan por ahí, dispersos por el mundo, pocos los logran descubrir pero cuando lo hacen quedan fascinados, en ellos también dibujé mujeres hermosas capaces de desquiciar a cualquier hombre pero ninguna tan bella como la mujer más bella que todavía me espera y cuyas mejillas busco en cada rayo de luna que entra por las ventanas…

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