Él cruza al frente mío con una estampa que me trae a la mente al Moisés que ilustraba mis libros de religión en primaria o a un Diógenes extraviado que no encontró y ya no busca o a un Mesías callado en espera de su tiempo de gritar entre trompetas. Yo no esperaba que una imagen abstraída llegara a serme tan cierta.
Sólo pide ayuda en gesto corto, balbuceo y reverencia. Y pronto sigue. Alguien desde su carro le compra un café caliente. Bajo un árbol aislado, a solas lo disfruta.
Busco sin suerte algún local que venda comida caliente. La cuarentena los cierra. Entonces resignado le doy unas monedas, mi reserva, que me recibe y saluda. (No me gusta dar dinero por aquello de la droga). Tiene una mirada clara, barba en desorden noble y blanco, piel aseada, tenue sonrisa y descalzo de pies sin callos ni heridas que griten rojo.
Y le pregunto quién es, me dice "Luis Alejandro Peña Álvarez y vengo de Arauca. Siempre camino y llevo un tiempo en Bogotá así como me ve. Allá bien vivía en la tierra de la familia. Hace siete años gentes armadas se apropiaron de todo incluso de algunas vidas, dando plazo de unas horas para conservar la mía. En la mañana me han robado mis zapatos y por tratar de defenderlos me han cortado con cuchillo… no importa, tendré zapatos un día".
La prudencia del contagio impide un abrazo que mitigue. Maldita epidemia. Me despido deseándole que todo vaya algo mejor. Ya en marcha me digo, será muy difícil su tarde. Y me detengo en una tienda en su camino que viene. Y llega en compañía de un muchacho que le convida una empanada caliente. Le ofrezco algo más y sólo pide un refresco. Llega más gente. Recibe su comida, se despide agradecido y le doy el dinero que me queda. Compraré lo que necesito mañana. Me apuro en separarme de la gente y observar mi bicicleta. Y él no espera, se pierde más allá de la avenida.
No sé dónde vive aunque sospecho que donde le agarre cansado la noche. Pareciera ir hacia ningún lado, en un adelante que se mueve lento entre instantes que distraen. Yo creo que si se queda quieto y despierto, quizá muera de tristeza. No se queja demasiado. Su serenidad me ha sorprendido aunque puede ser el vestido maquillado de una depresión muy fuerte. Habla bien y tiene porte de haber tenido buen pasado. Ojalá siempre logre inventar un techo donde duerma algo tranquilo y sueñe que está libre y no le duele.
Me quedaron por escucharle muchas de mis preguntas que no alcancé. No lo sentí loco ni extraviado, ni insensato, ni drogado, ni vociferante de amarguras… en mi mente lo quise ver sólo un ser humano desnudo. Y La Justicia prometida, la humana, la divina, si existe, no la veo, ¿donde está? ...tal vez ayudando a los fariseos enriquecidos o jurando aparecer una vez que esté bien muerto.
#LuisAlbertoR
(Fotografía propia a Luis Alejandro Peña Álvarez en Bogotá)
- Autor: Luis Alberto (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de junio de 2020 a las 19:09
- Comentario del autor sobre el poema: La esencia cruda del ser humano está a la vista en los seres invisibles de piel desnuda y manos vacías, que están tan cerca de los hombres voluntariamente ciegos que pregonan la virtud de Dios y no los miran.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, EVOLA.RL
Comentarios2
EN CADA CIUDAD HAY UN TAL LUIS ALEJANDO QUE PASA DESAPERCIBIDO PARA LA GENTE. PERO PERSONAS COMO EL SOLO PRECISAN DE UNA MANO AMIGA PARA DARLE UN PARADERO.
SALUDOS POETA.
Parece un ícono universal de humano fundamental, básico. Es importante fijarse. Saludos, Alicia
En todas partes del mundo aparece un Luis Alejandro,
el que no porque ande descalzo o sea un indigente, es
menos gente que otros que tienen una posición grande
en la sociedad.
Quien aun siendo humilde y falto de recursos, anda
descalzo, pero con toda su dignidad y quien sabe
en su cabeza de las cosas que es capaz. Es que la
inteligencia no necesita dinero, se nace con ella.
A lo mejor algún incidente que le afecto
emocionalmente a Luis Alejando fue que lo convirtió
en un menesteroso.
Abrazos fraternales.
Si. Lo afectó el ver morir a amigos y familiares y el despojo de lo propio. Impunemente. Un abrazo, Evola.
He visto muchos en mi país, a los que le ha pasado eso mismo. Personas que de lo poco que recaudan, siempre tienen para comprar una libreta y un lápiz para escribir.
Da pena eso. Esperemos que lleguemos dignamente hasta la edad que nos sea permitida, sin tener que pasar por tan terrible experiencia.
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