°Silencio a Gritos°....parte 2

Ravniko Juur Holstain

Al oeste y sobre los afilados riscos el cielo comenzaba a tomar tonos púrpura, como un moretón sobre una herida en el horizonte. Las estrellas se extinguen poco a poco, como si delante del sol soplara con fuerza un envidioso viento y apagara las velas que los dioses habían encendido.

 

Sabes hijo, dijo Elh'va sentado sobre una roca y preparando el desayuno sobre una nueva fogata, papas y liebre, sazonado con especias y hierbas, mi padre me contó una vez una vieja leyenda de las lejanas tierras de Ithrien, que cuenta sobre un pescador; un joven que había zarpado en un velero en busca del Corazón del Mar para ofrecérselo a su madre al su amor haber fallecido. La leyenda relata que su amor fue tan puro y hermoso que los dioses le regalaron al joven una lágrima cada uno, y así, no sólo le iluminaron los cielos de noche, sino también trazaron el mapa del mundo con ellas y pudo recorrer cada rincón, siempre buscando.

Nunca volvió. Su madre murió, víctima de la edad pero lo hizo orgullosa y amorosa hacia su ausente hijo. Se cree que aquellos que se aventuran a buscar el Corazón del Mar desisten al poco tiempo, y que el joven aún recorre el mundo, empedernido en algún día volver y darle aquel regalo a su madre para aliviar un poco el dolor de la ausencia de su padre.

 

Silencio.

 

Detrás del hombre un ave cantaba, saludando a la mañana desde un recóndito escondite entre las ramas. Voces de la naturaleza como tal desaparecieron, para el.

 

Aún así el silencio que aquel hombre sentía era ensordecedor, haciendo tambalear su cordura sobre el delgado hilo de la sensatez.

 

Esa historia le gustaba mucho a tu madre, Elh'va admiro las delgadas nubes sobre el claro azul del horizonte, recordando un par de ojos que algún día fueron todo para el, sonrió y se sirvió guisado con una cuchara opaca por el uso, la mujer sufrió por la muerte de su esposo. Su ausencia algo imposible de sobrellevar. Pero la ausencia de su hijo, que claro, debió haber sido difícil por igual, la alentó a continuar. Esa mujer se quedó sin los dos grandes amores de su vida. Uno se lo quitaron los dioses, el otro se fue en busca de una fábula. 

 

Y aún así, sorbió el delicioso caldo, se escaldó la lengua pero no le importó, aquel joven nunca se perdió, todo el mundo lo creyó vagando en los andares de la realidad, su alma incapaz de rendirse, pero yo no lo creo.

 

Cinco lágrimas cayeron desde el cielo aquel día que los dioses admiraron el amor de aquella mujer por su esposo, cinco estrellas que cayeron y acunaron sobre las fértiles manos de esta tierra.

 

Aquel joven siempre busco con la mirada en alto, siguiendo las rutas y senderos que las estrellas trazaban en los cielos. Olvidando que para caminar no solo basta con dar un paso a ciegas, sino también todo depende del terreno donde plantar tus pies.

 

La locación de las cinco lágrimas se perdió en el marchitado libro de la historia, formando parte del mito.

 

Quiero que me acompañes. Juntos, encontraremos las últimas lágrimas.

 

Desde un doblez en su manta, Elh'va sacó un antiguo pergamino, un pedazo de historia. Un sencillo poema en lengua antigua, adornado por tinta colorida e ilustraciones místicas de la mano de algún sabio, perdido en los innumerables capítulos de la realidad.

 

No se como mi padre consiguió esto. Me lo contó un día pero siempre dude. Un día me lo dio, enrollado en sí y atado con el cordón de mi medallón y contó que un viejo monje que formaba parte de la Caravana del Rue-Me’ndi se lo había obsequiado al conocerlo, que le sería útil algún día. Cuando tu madre muere él me lo obsequió y la verdad, no supe qué hacer con el. A pesar de yo ser tan incrédulo y de poca fe dijo, guárdalo, yo creí en pasarlo a tus manos y ahora tu debes esperar el momento. Mi padre jamás fue víctima de misticismo ni fiel devoto, el verlo creer en lo que decía me hizo aceptar.

 

Y ahora lo miro y se que hacer. Al abrirlo y ver las extrañas palabras y diseños lo primero que pensé fue en esa historia que mi padre había contado. Y mira, señaló las cinco piedras en el pergamino, cada una esparcidas entre las escrituras, como las lágrimas en el mundo, estamos cerca de una de ellas.

 

Estamos cerca.

 

El hombre levantó la mirada y la fijó en las ruinas del castillo sobre las rocas, como una mano de un gigante de piedra que moribundo lo sostuvo sobre las ausentes aguas, al final del puente.

 

Al encontrar las lágrimas nos encontraremos a nosotros mismos.

 

Acarició la vasija que lo acompañaba, he estado perdido por mucho tiempo.

 

Ayúdame a encontrarme.

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