La importancia de llamarse Nadie.

 

¡Cojones, ayúdame que me pego
un guarrazo!

 

 

 

 

 

 

 

Un tipo llamado Nadie se encuentra a plena luz del día
bajo la sombra de un chaparral a otro tipo, llamado por
cierto también Nadie. Ambos se saludan de manera
especular.
Nadie—. ¡Qué tal Nadie, como te está yendo el día!
Decirte que no me he levantado con mi pie derecho,
esta mañana muy temprano, en plena oficina, el jefe
decide prescindir de mis deficientes servicios, ha sido,
como puedes comprender, un mazazo que no esperaba.
Nadie—. ¿Y cómo es que no te esperaba que te diera
una patada en el culo en un día u otro?, ¡no lo entiendo!
Nadie de nuevo—. Porque siempre me había mostrado
su admiración por lo mal que trabajaba, me confesaba
con verdadera devoción cómo disfrutaba de mi torpeza
en el teclado y en mis evoluciones como vendedor de
sus productos, amén de mi escasos recursos para obtener
un buen precio de compra de sus proveedores.
Nadie—. Si como parece estaba contento de tu fatal
desempeño, entonces, ¿Por qué hoy, como si no hubiera
un mañana, te echa como si fueras un perro?
Nadie a la réplica—. Porque su apuesta excesiva en uno
de los negocios que traía entre manos a lo clandestino
resultó un pelotazo que ha desplazado de la existencia
a esta oficina donde he habitado durante lustros.
El otro Nadie—. ¿Y qué ha hecho, venderla?
Contesta—. Sí, me la ha vendido a mí, por eso me ha
despedido.
Replica—. ¿Y necesitas gente, tú sabes que yo..?
Vergonzoso devuelve—. No, gracias por tu ofrecimiento,
pero con un Nadie ya tengo el cupo cubierto.