El parto de la osa

El inmenso Mincio discurre con perezosos meandros
y festonea las riberas con tiernos juncos.
Geórgica III.

El coraginoso Mincio festonea sus orillas con los juncos
que bailan a la quietud de sus perezosos meandros.
Eso fue lo que se atrevió a afirmar el bueno de Virgilio en su Tercera
Geórgica allá por los cruciales años del cambio de régimen.
Todavía no se hubo tildado el que sería su excelso señor sobre el principado
romano cuando ya destacaba entre el parnaso de la melíflua poesía latina.
Recogiendo el que sería comprometido testigo del epicúreo Lucrecio,
presentó sus credenciales para liderar la renovación artística que hubo
de pretender su máximo señor, quien se apoyó para ello en la cátedra
de todo un Mecenas.
Volviendo a la corriente de agua a la que se asomara en sus años mozos,
sus aguas fueron contínuo recuerdo, y solaz en tierra extraña.
Las viñas mantovanas y sus mantas, tan reputadas ya en sus tiempos,
fueron señas de identidad de su sentir poético y esencia primera
en la confección de la obra que le llevó a la muerte.
Se gloriaba de su lentitud y acrisolamiento a la hora de componer,
lo que se vió acentuado por tratarse de un magno encargo.
De los más de nueve mil versos que componen la Eneida, el goteo
que significó su poyesis se cifró en seis versos diarios, una renta
que en principio y hundidos en nuestra ignorancia se presume escasa.
Su sello constructor lo adjetivaba con el sintagma "El parto del oso"
porque aprovechando las energías y ganas mañaneras volcaba sobre
su encerado el torrente creativo que le surgía de su estro.
Una vez derramado y a su merced prorrumpía la lengüetada de la madre
osa sobre su camada hasta dejarla limpia de polvo y paja.
Así finalmente, quedaban vivos solos seis cachorros de los tantos
que borbotearon en un principio.
Lo voy a dejar aquí porque me he cansado de hablar de este tema.
¡Menudo coñazo!