Román, André y yo siempre habíamos estado unidos desde que tengo memoria. Bebíamos en el WendStend, un bar de mala muerte en donde compartíamos las mismas botellas, los cigarros e incluso las mismas mujerzuelas, porque nuestros gustos no eran nada diferentes.
La noche de abril en que entramos al baño todo cambió.
André se laceró el antebrazo con una botella, al alertarnos, corrimos al baño. Román abrió el grifo y dejamos que la cascada de agua limpiara su herida.
Me preparaba para cubrirla con gasa, cuando en un hechizo los tres nos vimos al espejo. Minuciosamente nos estudiamos, en un santiamén descubrimos que los perfiles invertidos de aquellos sujetos los hacían ver horribles, sus caras se deformaban, sus bocas se estiraban a la izquierda y un ojo caía siempre exactamente 3 centímetros.
- Escuchen, es así como suelo verme cada mañana. Susurré con los ojos aguados.
Un sentimiento de tristeza nos gobernó en el acto; tuvimos una visión: Vimos un pozo oscuro, una nube escarlata, un amuleto girando en el aire, vimos un perro verde, una puerta sin pomo y engranaje misterioso.
Cerramos el grifo, dejamos que André se desangrara, tomé la navaja de afeitar y me hice una cortada profunda en el abdomen, Román lo hizo en el cuello.
Caímos sentados uno frente al otro, lloramos, maldijimos el espejo y nuestros rostros asimétricos.
Afuera, la luna estaba hermosa, hacía un frío del demonio y la alterna realidad nos saludaba.
- Autor: Jorge Enrique Briceño (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de julio de 2020 a las 06:42
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 31
- Usuarios favoritos de este poema: Johanny de Jesus, migreriana
Comentarios1
Excelente relato en prosa. Tienes un gran talento e imaginación para atrapar la atención del lector. Felicitaciones.
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