Creo que todos y todas estaremos
de acuerdo en que el silencio es
la ausencia de sonidos...
Pero... ¿De qué sonidos?
Me podrán decir “los sonidos cotidianos”
y estarían en lo cierto.
Por ejemplo, los silencios del domingo,
cuando faltan los sonidos del trajín laboral,
no se oye el camión que recolecta residuos,
no recorre el barrio el vendedor de huevos,
ni se oye a la madrugada la moto del vecino.
Ahora... ¿Por qué no pensar que los silencios
son la ausencia de sonidos que ya no están?
Las voces que se acallaron para siempre
por el mutismo absoluto de la muerte.
O acaso los sonidos que aún no están,
las canciones que no se han escrito y
esperan pacientes en el seno de una guitarra,
la balada que aguarda sobre el teclado,
la chacarera que duerme en la oquedad del bombo,
la vibración del tango guarecida en el fuelle,
el aria anidando en garganta de un tenor.
El silencio bien podría considerarse como
una fuga de pájaros que se quedaron
prisioneros de amaneceres pretéritos,
de los trenes que ya no transitan más
por los rieles oxidados del olvido,
del trote de corceles y el traqueteo
de los carros desplazados por la industria,
de las rondas infantiles abolidas
por el brillo hipnótico de los celulares,
del silbido trasnochado de viejos tangueros
que se diluyeron sin más, arrabal abajo,
del repicar de los teclados desalojados
de las oficinas por el mutismo del ordenador.
Por suerte la ciencia ha demostrado
que el silencio absoluto no existe
como no es menos cierto que tampoco existe
el sonido, ya que es la interpretación
que el cerebro hace a través del oído
de los vibraciones del aire desplazado.
Entonces creo que el silencio tiene
mucho que ver con la nostalgia
y el sonido es la voz de la vida
que tiene la bondad de rescatarnos.
R. C. GAL. ROA.
V. 31.07.20 – 21.59’
- Autor: Ruben GALAVOTTI ( Offline)
- Publicado: 1 de agosto de 2020 a las 01:54
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 62
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