Me hizo recordar esos días, en donde las lecciones comenzaban a ser duras.
Los demás jugando libremente, mientras cohibida estaba ella en una esquina,
La veían débil, pero lo que no sabían era que estaba planeando algo.
Su vida siempre fue diferente, durante su crecimiento, todo eran celos y envidias que pretendían enraizarla y no dejarla volar.
Desde ese día, decidió convertirse en una roca, para que nada la pudiera mover. Estaba tan sucia por todo el lodo que corroía sus aperladas plumas.
Durante los años, veía a otros de su especie entrar a una corriente de vientos que pasaban esporádicamente cada cierto tiempo. Pareciera que dejara estelas de vapor, formando espirales de colores que dirigen a las esquinas de otros mundos, pero la corriente solo succiona a los ligeros.
Con todas sus fuerzas ella hacía todo para limpiar su aspecto, pero esas alas aperladas no relucían como antes, trataba de volar, pero sus alas todavía eran pesadas.
Un peatón de los muchos que pasaban por el parque decidió llevarla a casa. Le limpiaba las heridas que la irritación de la tierra húmeda le había causado, ella se sentía morir.
Luego de meses de cuidado, el peatón la llevó de regreso al parque. Ella estaba determinada a quedarse en el mismo lugar esperando que la onda de colores volviera a brillar frente a sus ojos.
Pasaban años, y no veía nada. Ella no veía nada. Hasta que un día las vio.
Su felicidad era muy grande, pero estaba extrañada que sus compañeros no volaran hacia los colores brillantes.
Emprendió vuelo, las luces ahora se reflejaban en sus plumas. En cualquier momento, la corriente la tomaría entre sus vapores y la llevaría a un mejor lugar. Ella volaba y volaba, aleteaba, pero no había nada succionándola. Estaba volando mucho más arriba de lo que era usual, pero no iba a parar.
Sentía una presión en su pecho, algo no estaba bien. Sus pulmones ya no funcionaban. Comenzó a perder conciencia. Cayendo en picada, el golpeteo de sus plumas, ella caía.
Recuerdo que fue el momento en donde volteé a ver el cielo y veía algo caer desde lo alto, hasta que cayó sobre el periódico que leía. La fuerza con la que cayó hizo que mis dos fémures se quebraran a la mitad. Inmediatamente las personas de alrededor llamaban a la ambulancia, pero mientras llegaba, delirando del dolor, intentaba ver exactamente qué era lo que había caído sobre mí.
Luego de la operación, me llevaban al cuarto de hospital compartido en donde en la otra cama, se encontraba una mujer, envuelta en vendajes que le cubrían todo el cuerpo menos la cara, parecía no tener forma. El cuarto lo dividía una sencilla cortina de algodón muy delgada, lo que nos permitió conocernos y que me contara su historia.
Dos horas pasaron luego que terminara de contarme su historia, cuando entró el doctor a revisarme y exclamó “Es una suerte que hayas tenido este cuarto solo para ti, raras veces pasa”. Corrió la cortina y no había nadie en la otra cama, solo estaba la ventana abierta. La vi de lejos, volando de nuevo pero ahora ya dentro de los vapores coloridos.
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