Y Lioda, lo supo, mucho tiempo después de que regresara el Señor Pablo a la juguetería, pues, -“su destino fue y será siempre, como una pérdida irremediable, la cual, nunca más se había de recuperar”-. Se decía ella, Lioda. Cuando de repente, en la oficina él, el Señor Pablo, le pregunta algo, y ella Lioda, lo hace sentir tan mal, en lo cual, ese mal sentido lo sienten ambos, después de haber entregado cuerpo y alma en aquel apartamento, todo se les vino abajo, con el malhumor del Señor Pablo. Cuando en el instante se debió de creer en el ocaso frío, en el desierto aquel del aquel apartamento frío. Cuando en la alborada se dió lo que más ocurrió entre lo que más fue como el frío total. Cuando en el delirio se fue como el calor llegó con el frío invierno. Y de aquella impecable secretaria sólo quedó una tan normal persona, como nunca más se vió y ni se contrató más en la oficina de la juguetería como ella, como Lioda. Ni se sintió más como la manera más vil, de las sensaciones crudas de percibir el suave momento, cuando lo único que se dió fue tan impecable y tan real como lo más impertinente del instante en saber del mal y tan malhumorado en que se encontraba el Señor Pablo. Fue tanto el enfado que se llevó todo por el mismo medio. Cuando en la oficina se espantó de susto, pues, los negocios del Señor Pablo, no iban de la manera que él deseaba ni quería. Cuando la impecable yá se tornaba insegura, débil y hasta tan decaída como un ave herido.
Lioda, se sintió sola y desolada, y una compañera la invita a un bar cercano a liberar tanto estrés de la oficina. Cuando en el ámbito profesional yá decaía, yá le faltaba poco por renunciar y olvidarse de todo y recomenzar su vida, otra vez, pero, no, se dijo Lioda, tenía y debía de continuar cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo la ayudó a enfrentar todo y por una vez. Lioda, sale al bar, pues, el Señor Pablo, se lo permitió aunque él no se atrevía a no darle oportunidad a Lioda de divertirse, pues, él no tenía ningún derecho sobre ella, no era su esposo. Cuando en el desastre de ver y de sentir, en el deseo se llevó una seria voluntad en poder ser feliz. Y conoció a Humberto, era un joven muy apuesto, muy alocado y trabajaba en un gimnacio, cuando se conocen, y comienzan a deliberar el futuro juntos. Cuando en el instante con unos tragos en cima, se amaron como nunca en el hogar de Humberto, pues, su forma de amar era llena de pasiones tan ardientes como el mismo sol a media tarde. Cuando en la forma de entregar la comitiva de cartas comerciales al Señor Pablo, si yá se hallaba embarazada. Cuando en el ambiente se dió lo más pernicioso de una verdad tan impoluta como el haber sido el maor de Huberto por una noche llena de pasión y tan alocada como la misma locura que llevaba muy dentro, Lioda. Cuando en el instante se debió de creer en el comercio de la comitiva trascendental de querer amar a esas cartas redactadas y tipografiar con tanta vehemencia como la impecable llamada Lioda. Cuando en el sinónimo de poder alcanzar la inestabilidad de sentir el suave tiempo, y de saber que el destino era así, que con una parte era golpeada y herida y hostigada y por otra parte era tan amada como la misma flor en el jardín de su propio coraje por amar en un sólo corazón desastroso como el mismo instante en que se entregó en cuerpo y alma con unas cuantas copitas encima, pero, llena de amor y del bueno. Él, Humberto se dedicó en cuerpo y alma, a amar seriamente a Lioda, desde aquella noche, ella diciendo que sólo fue una noche sin importancia, pero, en verdad que fue como el mismo suspiro. Y las cartas al otro día, se llenaron de impecable razonamiento, y de una velocidad impecable como era ella, sin importar el hostigamiento y la ambición de amar a esas cartas en la comitiva de cartas comerciales del Señor Pablo, en la oficina de la jugueteria donde Lioda laboraba desde hace mucho tiempo en que el Señor Pablo, era y fue su más ardiente amante. Cuando en el ánimo de creer en el suspiro, se debió de intensificar en el deseo de amar lo que encrudece más, con el tiempo seco, inestable, y sin saber que el delirio era tan frío como el mismo hielo en la misma piel. Cuando en el ámbito presencial y profesional se debió de debatir una luz, y era su alma que brillaba más y más. Cuando en el reflejo se debió de automatizar un espejo donde se veía Lioda, entre aquel espejo por donde se debía de creer en la espera de ver el amor y la pasión en el mismo corazón y coraje. Cuando en la azotea azotó con tanta fuerza la cruel tempestad y sí, que estaba embarazada de ése hombre, el cual, ella amó intensamente en una noche de eterna locura. Cuando en el principio del amor y de la noche a expensas del amor frívolo y de un sólo hostigamiento, se debió de creer en el silencio y la manera y la forma de atraer en el comercio a aquellas cartas donde se debió de mirar lo impecable que se encontraba Lioda, tan real, decidida y de una manera real en comprender que era la más salvada de esa noche de locura y de deliberar la misma ansiedad en el mismo corazón. Cuando en el silencio se debió de creer en el amor a viva voz, en creer en el desierto mágico, y entre a aquellas lágrimas de pasiones y de redenciones claras tan presenciales como el haber sido amada por última vez, y ¿era la última vez?. Si era la primera vez, en que Humberto y Lioda se amaban con tanto dolor y con tanta pasión como nunca. Cuando en el enredo en salvar lo que era vehemencia, lo que era pasión y lo que era amor verdadero, pues, tal vez, si quizás, era siniestro y cálido el mismo instante en que se debió de sentir y de creer en el pasaje de vivir a ciegas. Cuando en el aire sucumbió un sólo trance, mientras, que el delirio se enfadó y hostigaba, ella se sentía fuerte y con más vida que antes, pues, en su vientre llevaba la forma de creer en la vida y en el amo. Y sin ser perdida ni herida, Lioda, sólo se liberó de un mal estrés, de un hostigamiento, de una cárcel con barrotes de hierro, cuando al amor hallo y encontró lo mejor en haber amado y en ser más amada que nunca. Cuando Lioda, se aferró en un delirio mal fundado, y con un frío, el cual, rompió con los estándares de enfrentar el desafío, de entrever el amor y la pasión en cuestión de un sólo segundo con el calor y el amor de Humberto. Se unieron en concubino, Lioda y Humberto. Si Lioda, dejó de amar como amante al Señor Pablo, y eso le dolió como un león salvaje en medio de la selva. Se fue por el tiempo, por el ocaso inerte, y por el frío nefasto como en aquella noche en que Lioda amó intensamente a Humberto. Se fue por el ocaso, y por el tiempo en derretir ese hielo frío que le había tocado vivir. Cuando en el viento veloz, escribía a tiempo completo y vivió bien, pues, había laborado como secretaria en la oficina de la juguetería, por un tiempo tan indeterminado que cumplió responsablemente con su trabajo y con su labor entre aquellos papeles y papeleo en la oficina del Señor Pablo. Y ĺe, la hostigaba hablaba n voz alta y le gritaba perdiendo siempre entre los negocios y más entre sus propias amistades. Cuando se perdió en el fondo del mar, como un náufrago que perdía su tiempo, sin llegar a puerto seguro. Cuando en la juguetería, sólo corrían cartas de negocios turbulentos y de comercios en quiebra total. Cuando sus gastos eran más de sus ganancias y él, el Señor Pablo, perdió todo de la noche a la mañana. Cuando en el desierto, se debió de creer en el ocaso frío, e inerte, como en la sola soledad en que caminó Lioda, por el lago cerca de donde era su hogar, el de antes. Cuando en la razón se debió de creer en el ocaso infructuoso, impetuoso, y no fabuloso, cuando en la mañana, se dió un suave delirio en saber que el mundo corría en el tiempo, sin saber que el tiempo del Señor Pablo, había terminado y que había fracasado como negociante y como el hombre que había amado Lioda. Cuando en el ocaso se debió de enfríar su cruel osadía en saber que el destino era tan impetuoso como lo fastuoso de un sólo tiempo, en que el náufrago del viento y del aquel mar se debió de cosechar un calor como el del amor de Humberto.
¿Y era Humberto el amor de Lioda?, pues, ella, lo sabía que sí, que era la más atraída del ocaso y de más el viento propio, cuado su amor la llamó por su nombre. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, se debió de creer y de permitir un sólo roce entre Lioda y el Señor Pablo, en aquella oficina. Cuando en el ocaso, sólo le advirtió de que en el inmenso cielo, sólo se debía en creer su belleza natural como en el pensamiento de Lioda, al estar embarazada. Cuando en el imperio de sus ojos, fue como el ímpetu según el bienestar de su estado, quedó laborando en la oficina de la juguetería, pero, el Señor Pablo, el señor sólo le dolió estar sin ella, sin su Lioda. Quedó pensativo, inerte, y desolado, cuando en el ambiente quiso ser el extraño en la vida de Lioda. Tramó lo peor, pero, quedó inerte, tranquilo, desolado, y sosegado en el tiempo. Sólo quiso vengar su desamor, con el amor que le tenia a su embarazo Lioda, pero, no, quiso esperar más tiempo, sólo el tiempo era su propio aliado, como el teclado era su mayor cómplice de Lioda, en la oficina de la juguetería. Cuando en la vida, sólo en la vida, se dió lo que más se hirió en el alma al Señor Pablo, y fue en su virtud en la virilidad del hombre casado por su amante. Cuando en la alborada se dió lo que más era y será, una esencia, la cual, no, obtuvo jamás, porque Lioda era y fue la mejor en la vida del Señor Pablo.
Continuará………………………………………………………………………………………...
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 6 de agosto de 2020 a las 00:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 20
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