**~Novela Corta - Una Vela en la Ciega Compañía - Parte IV~**

Zoraya M. Rodríguez

Guarda con gran ahínco la carta, aquella carta, en la cual, se despide Frederich por un tiempo, en que sólo el tiempo es aliado de la maldita espera, en esperar algo, irremediablemente roto, en pedazos y más con un alma rota, en trizas, que era lo que quedaba de ella, de Cielo. Y siempre recordando la frase, “El cielo es el límite para poder amar, sólo recuerda que lo miro y te veo a tí mi Cielo”, sólo ella trataba de estar bien, pero, no, se hallaba muy mal de estado de salud mental. Su psicología ameritaba más cuidados, y pastillas que le controlen su estado emocional, pero, no, ella estaba deseosa, alterada y desesperada en la espera de esperar por el amor y por Frederich. Cuando en el sótano y con la vela encendida sólo le dió la manera de ver y de atraer el silencio en cada paso de la vida misma, la luz era magia, era tan trascendental como la luz del mismo sol, era la llama perdida entre escombros de soledades y de desafíos incoherentes por saber que el destino es fantasioso, como el mismo reflejo en obtener lo que conlleva una dulce distracción en saber que el sueño era la pesadilla más rara en soñar después de saber que el destino era así, de solo y con el dolor en el alma. Cuando al final del día llegó la noche, es obvio, pero, no en ella, sólo la noche era como el misterio, como la misma pesadilla, o como el mismo error que duele muy dentro de sí, se decía ella, Cielo. Cuando en el dolor sólo se empacó en un viaje sin destino y sin regreso, porque el deleite sólo se llevó un tiempo, un sólo deseo, y en cada paso, unas huellas que son tan indelebles como los mismos rayos en el mismo cielo del aquel sol que la miraba por la ventana. Cuando en el comienzo o en el final de todo, sólo le debió de creer en ese sol que era como brújula, como un camino perdido, pero, con una luz, que le daba espera y más que esperanza en sus anhelos en proseguir un rumbo desolada y en eterna soledad. Si era ella, Cielo, la que automatiza la espera en esperar a que el triunfo le llegara en las mismas manos, pero, no, ella, Cielo tenía que alcanzar el cielo, el cielo era el límite o la meta a llegar a sucumbir un delirio, un desafío o descifrar un dilema que yá por casualidades de la vida, si ella, Cielo sabía el final o el desenlace tan cruel y devorador como el mismo rayo del sol que penetraba por la ventana hasta llegar a ella. Primero, fue una noche espantosa, de pesadillas, fiebres y de soledades, segundo, el día lleno de paz, de un silencio aterrador, y de unos rayos de sol automatizados, en saber creer que el destino era como el mismo cielo, si era ella Cielo. Si era el cielo, como el mismo cielo, si era ella Cielo, la del mismo ir y venir que cosechaba la verdad desde su propio interior, cuando en el alma sólo se asomaba una lucecita encendida y era la vela encendida con la ciega compañía, la cual, era como un muerto o como una invisible pared, que le acompañará por siempre, a ella, a Cielo. Cuando en el momento naufragó con un tormento o una tormenta adyacente de ira y de sobriedad cuando la tempestad cayó de repente. Y Cielo, ¡ay, del cielo!, se asustó mucho como un perrito callejero y solitario. Y recordó al perro, por la cual, ése hombre la había dejado y lo peor que se había marchado lejos y con un perro. Se dedicó en cuerpo y alma a no pensar ni imaginar en su sola soledad, que le atormentaba y comenzó a escribir en un diario, en papel y a lápiz, en el cual, decía así…



      “...yo Cielo, me encuentro encerrada, atrapada en mi mismo infierno, cuando mi alma no vuelva yá, ni por el sol ni mucho menos por el mismo cielo de azul y de nubes blancas, que le atormentan desde lo más profundo de mi ser. Frederich, me dejó sola, se fue con ese perro, a un entrenamiento y me ha dejado encerrada, sola y desolada en éste sótano, en el cual, no me da abastos, una vela encendida al trémulo de luz, y que no llega el tornado que se había pronosticado, en el cual, iba a morir yo, dejando a su paso devastación y aterrador instante. Mi cabeza sólo piensa, mis deseos son inertes, y mi consciencia se me vá de la cabeza, la locura yá llega con éste dolor que siento y que presiento llegar cuando Frederich, sé que quizás no volverá más…”.

 

Y quiso escribir un poema de su propia autoría, cuando de repente, se le vino a la cabeza, éste pensamiento…




¡Oh, cielo, cielo añil de tempestad fría!,

 sólo dime el por qué de mi falta,

sólo dime una razón por la cual ésta locura,

cuando sólo me das la tortura,

de permanecer aquí,

cuando en el aire,

sólo me hace falta el aire,

sucumbiendo y soplando un desierto,

como la más terrible calma,

 de un sólo desafío, 

como un levante que me das,

pero, no, ésta desventura,

es infortunio y dolor,

cuando no lega una calor,

sino un frío de tempestad,

que sin la libertad,

me das la fuerza de una voluntad,

inerte y desolada y devastada,

sólo dame las fuerzas para seguir,

¡Oh, cielo añil de mis noches frías…!.



Y escribió muchos poemas esa noche de trasnoche, de sonámbulo y de insomnio, sin un sueño, por donde no se apaciguó la calma y llegó la fría tempestad. Cuando en el alma, se dió lo más pernicioso de un por qué sin voluntad, sin desafíos, y sin certeza real. Cuando en el ámbito y la discordia se intensificó más entre ella misma y el mismo cielo, dejando abierta la razón y el pensamiento funesto y tan aciago como la desgracia en que ella vivía. Cuando en su máximo poder de locura, sólo le dió con el temor a seguir y a proseguir una senda, la cual, tenía piedras angostas y el camino muy pedregoso para continuar. Sólo halló desolación, tristeza y ambigüo deseo, y callado tormento. Cuando quiso salir de ese encierro, yá fue muy tarde, la locura avanzaba, y la tristeza se le adentró muy profundo de su propio ser, cuando en el combate de ir y de venir, sólo le cayó y le salió una sola lágrima de desolación y de triste cobardía. Cuando en el aire sucumbió en un sólo trance, en un sólo deseo, en un sólo marco trascendental y tan transparente su alma como la de un cristal casi traslúcido. Cuando en el albergue de su corazón, comenzó a deliberar un cambio total, cuando en su pensamiento sólo se debió de automatizar la espera, en esperar algo tan nuevo como poder comenzar a soñar despierta con Frederich, pero, sin el perro, por supuesto. Cuando en el aire se identificó el suave desenlace de obtener el imperio de su máximo proceder, cuando ocurre lo inesperado, un tornado devastador para la zona donde ella pernocta. Cuando llega la noche y lega, otra vez, en su máxima exponencia de desafíos claros, cuando la locura por poco la atrapa y escribe en su diario que…

 

           “... estoy casi desmayada de la furia, del dolor y de la pena, mi hombre, mi único amor, se marchó con un perro, y me dejó sola y abandonada, esperando por el tiempo, en que vuelva y regrese, y espero que sea, sin ése perro maloliente… espero a que regrese a mi vida o se tornará despreciable, tosca y recia como un pedazo de madera sin tallar...”. 

 

Seguía pensando en qué escribir, pues, su vida parecía sin vida, llena de muerte segura, de insolvente poder y de una locura adyacente de un bello, pero, mal proceder. Tomó un cuchillo para abrir la puerta, se lo puso en el pecho mientras observaba el sol en el mismo cielo, si era ella Cielo, la que poseía una dulce atracción en discernir lo que más pasó entre ella y el sol mismo en el cielo de azul y de un resplandor tan hermoso como aquellos rayos que daba y ofrecía el mismo sol. Cuando en el alma se debió de creer en la misma luz que de la vela procedía cuando la llama era más resplandeciente que la misma luz del sol, y la ciega compañía, ¡ay, pero, ¿qué compañía era esa?!. Si ella, Cielo, estaba más sola que la misma soledad dentro del aquel sótano, a la compañía de un trémulo de luz. Cuando la compañía era tan irreal como la misma palabra soledad y tan abstracta como los mismos rayos del sol. Cuando llegó la noche, a expensas de la soa soledad, y escribió un poema dedicado al amor que decía así…



“¡Oh, amor de mis noches a solas,

sólo dame el silencio en tu voz,

y en el eco de tu respirar,

un suspiro que me aliente,

y no desaliente mis noches sin tí,

cuando en la espera de esperar,

se me vá la ilusión, el amor y los latidos,

en el mismo corazón que hoy te entrego,

cuando por hoy se me da lo ambigüo, 

de lo continuo en proseguir un sólo rumbo,

un sólo desierto,

cuando en el alma se obtiene un candor,

una virtud y una esencia,

y es el amor,

¡amor de mis noches perdidas!,

vuelve pronto que estoy hoy sin tí…!”.  



Y continúo escribiendo y leyendo lo que yá escribió, cuando para entonces, sólo se debió en creer en su sólo pensamiento, en su sólo deseo de amar a lo impetuoso y tan fastuoso fue el camino desolado y maltrecho. Cuando en el alma, sólo le advirtió un desorden, y una virtud, que descendía de su propia voluntad. Ruborizada de espantos y de palabras tan afables, y por saber que el delirio tan frío se escribía en tinta y en papel, y si era ella, Cielo. La misma del cielo azul y con el sol por al ventana que ella miraba y observaba. Cuando en el suburbio de un amor, sólo se electrizó el combate de ir y de venir, de alimentar a su cuerpo. Cuando salió del sótano a buscar alimentos, y pasó por el lago, y vió los pájaros volar y se dijo así no soy yo, no vuelo ni lo intento, ni soy como un Ícaro. Cuando en el aire se dió lo más pernicioso de un sólo destino y de un sólo comienzo, cuando en el aire se dió la más mentira y más impoluta verdad, cuando en el ocaso se dió lo más irreverente y lo más perdido de un ocaso cuando llega la noche tan fría y desolada, cuando en el alma se dió la más grata pureza de un destino y sin un camino tan perdido. 

 

Continuará……………………………………………………………………………………….      

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de agosto de 2020 a las 00:02
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 17
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