Ella se sintió muy triste, pues, la manera de entrever el destino fue como un aciago porvenir sin saber que depara el destino o el camino. Cuando en el almacén de su corazón, sólo estaba lleno de sorpresas ingratas como los celos en que se llenó ella, cuando supo que su amor se había marchado con un perro, llamado Futy. Y sí, se fue, por donde se enfría el destino y tan frío como el camino en que ella pisaba por dentro de su propia alma, cuando la luz, sólo la luz era como la llama encendida cuando en el combate de ir y de venir, sólo se debió de atraer una conmiseración o una sola redención, dentro del mismo coraje del mismo corazón. Cuando en el alma se debió de obtener una luz, una sola luz, como el alma empieza a descifrar el instante en que se pierde como la llama entre el viento. Cuando en el alma se creó una sola razón entre aquella locura en tortura que se avecinaba. Cuando en el ocaso se dió un reflejo entre aquella ventana, por la cual, se dió a todo un sol como la luz de la vela encendida que no apaga su luz, ni con la ciega compañía. Cuando en el instinto se dió lo que más se enamoró Cielo de Frederich, y Frederich de su perro Futy. Cuando ella, Cielo, el deseo de amar se enamoró fijamente y perdidamente de él, de Frederich. Cuando en el ocaso se ventiló a todo un sol en el cielo, como era Cielo, sí sí, era ella Cielo. Cuando descubrió el deseo de embargar lo que más aconteció en el alma de Cielo. Cuando en el alma se dió lo más pernicioso del instante cuando en el alma se vió una sola luz y fue la mirada de él, de Frederich. Cuando en el aire sólo quedó una mala esencia cuando hasta en el alma se enfrío de deseos fríos y tan pestilente como el haber acabado de enredar a la luz entre aquel sótano que hirió al alma de Cielo. Cuando ella escribió nuevamente, su vida, su ilusión o decepción o éxito o fracaso, pero, lo escribió en papel y a lápiz en un papel tan indeleble como aquel grafito y que nadie podía borrar ni de su mente ni de su corazón. Cuando en el ocaso se debió de entregar el mar, el horizonte, el cielo, la lluvia y el sol, y todo lo natural, cuando en el cielo se veía todo. Cuando en la alborada se identificó el deseo, cuando alrededor de ella, sólo de ella, vió el Cielo y más, cuando lo escribió sí…y de su diario que decía así…
“... yo Cielo, la que brilló como el cielo mismo, ahora estoy aquí con sed de justicia y con hambre de libertad, en este encierro que nada me hace bien, solamente quisiera ver a Frederich y saber que nunca lo hizo que me abandonó por un perro, cuando en el comienzo de una sorpresa todo cayó en redención, en conmiseración, y que nada importaba, y que todo le daba igual, si yá Frederich la había abandonado por un perro, no pudo ni podía hacer más nada que rezar y orar porque ese tornado en que ella iba a morir como se lo dijo la adivinadora en aquella fiesta, y que lo espero en éste sótano…”.
Cuando las palabras se enredaron en ella y no pudo seguir más, cuando en el enlace de un nuevo día, pasó con mucho dolor, el haber estado encerrada, atemorizada y atrapada esperando algo que quizás no iba a acontecer. Y la vela encendida con la llama al aire, y más con el trémulo de luz, la cual, casi se apagaba por el mal recuerdo de haber vivido allí por tanto tiempo. Era invierno y salía el sol, el poco calor que le daba era su abrigo y el sótano, dos cosas muy apreciadas para ella y para su propio instinto de salvar lo que era la vida y más la de ella. Escribió un poema para salvar la vida que dice así…
¡Oh, vida mía!,
que la marea es tan fría,
como el mismo hielo,
o como el mismo cielo,
sólo deja que yo te ame,
vida mía,
que la vida es tan impía,
como los celos que me das,
cuando salgo de la vida y entro,
por un escondrijo tan salvaje,
que no me deja ver mi equipaje,
por donde la vida me salva la vida,
pero, yo no veo la lluvia ni el sol,
ni mucho menos el tornado,
¡oh, vida mía!,
que tengo un hálito frío,
cuando hoy me mata el delirio,
y es que ahora ese mar,
por donde se quiere salvar la vida,
pero, la vida,
¿qué es la vida?,
si al fin y al cabo muere al final…
Y así continuó escribiendo en su afán de ver la vida más segura, más estable y no tan insegura e inestable como era antes. Si sólo quería observar el viento, el sol o la lluvia que corrían gotas de ella en la ventana por donde ella miraba y seguía cada gota con los ojos llenos de lágrimas como esas gotas en la mirada. Y sí, era ella, Cielo, la que automatiza el cielo, en saber que tan inalcanzable como su amor con Frederich, pero, no, sólo le quedó un instante, un momento, y una sola solución, y era poder escapar de ese sótano, donde ella creía que nada pasaría. Cuando en el momento se debió de entretejer la manera de ver y de sentir el silencio en manos tan frías, como en aquel suburbio del aquel sótano en que se veía la forma en adquirir el sustento, en manos y en camisas pintadas de vida. Y sí, era Cielo, como el mismo cielo, o como el mismo cruel desenlace de atreverse a descifrar lo que acontece, cuando en la mañana se filtró el deseo, y el ambigüo porvenir en deseos muertos, inertes, e inherentes sin más poder. Y la vela, ¡ay, Dios mío!, de la vela encendida,
que daba luz a todo el sótano, con una sola llama que llamaba en ser luz, cielo, y sol. Y sí, era ella Cielo, como el mismo cielo, cuando en la alborada dibujaba a todo un sol y con rayos siniestros que daban más fuerzas que nunca a nadie y con tanto ímpetu de salir hacia adelante. Y era una luz, un sol y un cielo, si era ella, Cielo, con tanta vileza y visión, que vigila vertiginosamente al tornado, sólo quería salir de ese encierro y no podía, si aún poseía un temor y un miedo atroz. Y voraz como el viento así debía de llegar el tornado, hacia ella misma, pero, no, no lo permitió el cielo ni ella misma, Cielo. Y en el vacío inocuo, adyacente de ira y de odios pertinentes se hallaba ella, Cielo, sólo pensando en su desdicha y en su infortunio como mujer y más como ser humano. Cuando ella, Cielo, debió de atraer su forma más particular, más irreal, como si fuera un dolor inconsecuente. Con una falta de temor y de ansiedad hacia el mismo cielo de donde provienen los tornados. Y ella, con una vela encendida sólo le daba escasez de ver el sótano con la luz que de ella emanaba, cuando en el aire socavó muy dentro de ella, haciendo volar y saltar la llama en pedazos. Cuando ella la miró y con sus ojos de luz y de cielo, pudo apagar la llama, pues, no fue ella, sino que la llama se disolvió como se disuelve un hielo derretido en esa cruel llama. Cuando pudo escribir en su diario ésto…
“...yo Cielo, si soy como el mismo cielo, tormentosa, con vientos huracanados, con sol y con lluvia, a veces, en mis ojos de dolor, si soy como el cielo, y sí me llamo Cielo, cuando en el cielo hay y existen nubes claras y tan blancas como mi misma piel, y cuando llega el sol en el amanecer se ven mis ojos llenos de luz, y de floreciente flores como si fuera la primavera, pero, no, soy simplemente Cielo, la cobarde, la triste, la de llena de dolor, la retraída, y la cómplice, la tonta y la idiota, no me martirizo ni me desprecio a mí misma, sino que soy como el mismo tiempo, sin destino ni un camino bonito como yo siempre me lo esperé, pero, soy solamente Cielo, un cielo devastado, y curtido por el sol de mayo, el que enfría mi desdén a frívolo deseo, y un siniestro percance de sola soledad en mi alma triste y sin luz, sino que la luz de la vela me daba la luz y con una ciega compañía, la cual, yo creí que sí existía, pero, no, no existe ni en el tiempo ni en el ocaso ni en el amanecer ni en la noche fría…”.
Cuando yacía en el suelo del sótano escribiendo su diario, y para qué le servía, si iba a morir con el tornado. Y escribió un poema dedicado al tornado, el cual, decía así…
¡Oh, tornado,
si te llevas mi vida, ¿qué haré yo?,
si eres como el mismo fuego,
que atrapa, que devora, que cruza por la puerta y hiere,
y más, sí sé yo,
que eres como la veloz velocidad,
y tan volátil como el mismo viento voraz,
que acaba con desunir lo que empieza a edificar,
¡oh, tornado!,
si te llevas mi vida, ¿qué haré yo?,
si de mí te llevas la vida misma,
y la muerte,
¡oh, muerte insegura de horror!,
qué haré yo si llegas a mí,
como llega y lega la noche fría,
a descender como un carismático desierto,
con un levante,
con un sortilegio,
y una incógnita,
y tan infinito es el cielo,
que yo creo que vuelas lejos dejando un rastro sin sabor,
con dolor y con un tiempo en que sólo el sol es testigo,
y de todo lo sucedido…!.
Y Cielo escribía más y más, era su promesa de saber que su destino llegaría, y que no se volvería loca, trastornada, y con la locura en tortura. Cuando leyó aquella carta de Frederich, nuevamente, y que no quiso desechar, por guardarla y muy bien, la cual, decía así, ella Cielo, recordando…
“Hola Cielo:
La presente epístola es para notificar que me voy del país, por un caso ajeno a mi voluntad, me voy con Futy, porque será para un entrenamiento interno para Futy, sólo recuerda que te amo aunque tú no lo creas, sabes que viviré hasta el final de mis días amándote a tí. Cuídate y cuida del sótano es lo único que tienes para vivir para cuando pase lo que esperamos. Yo estaré pendiente a tí…
Te Amo Cielo
“El cielo es el límite para poder amar,
sólo recuerda que lo miro y te veo a tí mi Cielo”.
La relee y relee, y buscó como quien encuentra algo oculto en ella, una palabra, una frase o un decir oculto, pero, no, no era ni fue nada. La carta estaba redactada muy bien, y muy clara y contundente y muy bien dirigida al destinatario correcto y con un remitente verdadero, el cual, era él, Frederich. Cuando no halló lo esencial, ni lo primordial en creer que tenía algo oculto, un dolor o un mensaje trascendental. Cuando en la carta sólo se debía de creer en lo superficial de una cosa bien hecha. Cuando en la alborada se calmó su ansiosa ansiedad y su delirio tan delirante de creer que había un mensaje oculto allí. Vá y la deletrea paso a paso, letra a letra, u no lo logra, pues, no decía nada raro y trascendental allí. Escribe en su diario ésto…
“... yo Cielo, la que se cree que es el mismo cielo, la que trae una tristeza en el alma, la que conlleva una sola sustracción, de ver el cielo como el mismo pasaje en creer que el cielo es tan inalcanzable, tan irreal, si es tanto hielo o como el mismo cristal, en que se refleja el mismo sol, en decadencias tan frívolas como el mismo cielo azul y de cristal, con que casi me hiere o me corta hiriendo mis deseos, mi voluntad y mi libre libertad, en saber que el cielo es el límite y que yo creí poder llegar a la meta tan irreal, como tan pasajera, como aquel cielo de cristal, con que se refleja en el mismo cielo el saber discernir entre el bien y el mal…”.
Continuará…………………………………………………………………………………
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 16 de agosto de 2020 a las 00:02
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 44
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