Un martes soleado por la mañana, recién llegado de pedalear unos cuantos kilómetros, me compro tres medialunas de grasa para reponer la energía de la actividad física, en una vieja panadería barrial.
Tomo asiento en un banco de la plaza Irlanda, en el barrio de Caballito, del lado de Av. Donato Álvarez, y me cambio la camiseta transpirada por una seca que traía en la mochila.
Me tomo unos segundos para respirar y darme un bañito de Sol.
Ahí nomás, sin tardar demasiado, comienzo a entretenerme con la actividad de las aves porteñas que habitan y/o frecuentan los espacios verdes de la ciudad.
Había palomas domésticas, torcazas, cotorras, horneros, zorzales, algunas calandrias y por supuesto gorriones. Los cuales empezaron a acercarse y rodearme ni bien desembolsé las facturas que planeaba comer.
Engullí las primeras dos. Y la tercera, ya con más calma, decidí comerla por la mitad y la otra mitad administrársela a estos amigables visitantes que tanto me divierten.
Corté la medialuna en pequeños trocitos para que sus pequeños picos y buches puedan pasarlas. Las distintas especies se amontonaban alrededor de la comida y los más agiles se apuraban para llevarse el botín raudamente de la aglomeración de aves, a un sitio más tranquilo a disfrutar su pedazo. Tal vez a su nido a alimentar a sus pichones. ¿Quién sabe?
En ese barullo casi sobre mis pies lo noté. Ahí nomás, entre tantas plumas y cabecitas mirando al piso lo noté. Era un gorrión que me estaba mirando fijo.
Por su escueta visión periférica, tenía girada la cabeza de costado como para con su ojo quedar de frente a los míos.
Le corrí la vista por unos segundos y me moví un culo para el costado del banco. Volví a mirarlo. Continuaba con su ojo fijo en mí. Me sentí extrañado. A tal punto que levanté la vista para ver si había otro humano que esté presenciando este raro episodio. No había nadie.
Conforme iba pasando la vorágine del mini banquete que supieron disfrutar las aves, debo decir que con una plácida armonía entre especies, estas se empezaron a dispersar paulatinamente. Pero ¿adivinen qué? El determinado gorrión seguía ahí observándome.
Nos miramos fijamente por casi un minuto. Yo pensaba de todo. No quería levantarme para que no se espante.
De repente de la nada, me habló. Y para mi sorpresa y la de todos, esto no me extrañó, sino más bien lo esperaba.
Acercándose a saltitos con las dos patitas, como avanzan ellos en tierra, en castellano, con voz de hombre, y lenguaje coloquial porteño me dice:
-¡No me tiraste una sola miga cerca! (Con tono de decepción)
-¿Me estás cargando? Le respondo.
¿No me viste que separé media factura, la trocé pequeña, y la tiré bien distribuida para que la mayoría pueda llevarse su porción?
-Si (me dice), pero vos sabes bien que se complica mucho para nosotros. Por el tamaño de las palomas, la insistencia de las cotorras y el mal carácter de las calandrias.
-¡Pará, pará! (lo freno). Es cierto lo que decís. Pero también es cierto, y lo comprobé con mis propios ojos en varias oportunidades, que generalmente en estas ocasiones son ustedes los que salen más beneficiados. ¡Por su velocidad!
Varias veces los vi triunfantes en estos competitivos juegos de saqueo contra otras especies.
-¿Sabes qué pasa? (Me dice con un tono de alguien que aceptó la derrota)
Si vos lo tiras cerca de tus pies, al montón, cuando ya tenés a algunas de las bobas (así le decía a las palomas) merodeándote debajo, nosotros no tenemos oportunidad de escabullirnos para rescatar algo. Distinto es si vos tiras un poco más lejos, a pasto a abierto, donde nosotros ahí si podemos aprovechar la velocidad.
Dándome cuenta de que tenía razón pero sin torcer el brazo le digo: -De igual manera disculpame pero no tenes derecho al reclamo me parece. ¿Qué se yo?
Lo mío más bien fue un acto de bondad, de empatía con todos ustedes. (Aunque le ocultaba mi motivo egoísta que era mi propio entretenimiento) No creo que puedas reclamarme algo que no te llegó, que no supiste agarrar. Sobre todo cuando ni lo esperabas. Y que encima no te vi demasiado entusiasmado por conseguir.
-Tenés razón flaco. Me interrumpe apartándome la vista
El tono le cambió a irónico. -Quizás la próxima, con tu bondad y empatía, primero te fijes que no haya demasiado tumulto para almorzar antes de lanzar así la comida. Y tenés en cuenta a los más pequeños.
Voló. Lejos. Hasta que mi vista no lo distinguía.
Me dejó perplejo, con la palabra y un sabor amargo en la boca.
De ahora en adelante, cuando me decido alimentar a estos plumíferos de plaza, procuro que no haya demasiadas palomas o cotorras o zorzales. Y cada vez que hago contacto visual con un gorrión. Me quedo aguardando el diálogo.
Mariano N
- Autor: MarianoN ( Offline)
- Publicado: 18 de agosto de 2020 a las 19:15
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 38
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
Comentarios2
No soy gorrión, y pensé de cuales está fumando, pero me gusto la reflexión que estabas sembrando, y con el tiempo quizás pueda que los gorriones se puedan entender con nosotros.
Saludos cordiales.
JAJAJA
Gracias por tu comentario Gaston.
En ese momento era inspiración producto de la embriaguez natural de la actividad física, el aire libre de una plaza verde, el Sol y las aves.
Ojalá pudieramos entendernos con varias especies animales.
Saludos y gracias por leer
INTERESANTE PASAR A LEER.
Gracias por leer Alicia.
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