PREÁMBULO
El artista adolece.
Sentado en un palco contempla
lleno de miseria y hastío
cuadros de pinceladas menoscabas:
retratos de infortunio, podredumbre y soledad…
De vez en vez,
con la ginebra rozando el paladar,
alcanzando a la locura contenida extasiando los sentidos,
el artista posa para un cuadro amorfo y raro,
mezclándose sus ánimos con óleos oscuros, anegables y enfermos...
Y así el artista, perdedor de cantina,
se vuelve presa de los hilos ajenos de cordura,
de la infamia, del arrebato y la injuria,
doblegado en recuerdos que le hieren y que hablan de una autocompasión enfermiza…
Son las estrellas, voyeristas nocturnas,
los infalibles resguardos de los actos prohibidos,
de los secretos nocturnos y las plegarias del insomnio.
Ahora que ocultas en el cielo
están por ese mar de niebla, díganme,
¿pueden oírme siquiera?
¿Oírme maltrecho y perdido,
deshecho en vergüenza,
colmado de alquitrán y ginebra?
¿O pueden, al menos,
corroborar esta historia efímera,
contada en recuerdos fragmentarios de mi memoria,
que ustedes también presenciaron
antes de que el velo de la madrugada les cegara mis pasos…?
I
El muladar oxidado.
Sedán del 54:
llantas pálidas,
tapicería vieja
que emana un hedor de encierro
—nada cambia—
cacharro infecto
plagado de colillas de cigarro,
manchas de fluidos sobre los asientos,
peste de orines,
licor rancio y tierra hecha costra;
de vidrios chorreados que crujen al bajar entre el acero oxidado
y el motor de cuatro tiempos que tira coses como una bestia enferma...
Por las ventanas entra una brisa envenenada
por el calor y la tierra muerta;
y,
respirando la sequía,
nuestras voces se mezclan al son del licor y la bocana de tabaco
que engulle los pulmones en una calma pasajera
siempre sobre una carretera carcomida por el tiempo
y en nuestro andar nos volvemos viejos...
¿Nunca? Carcacha azarosa
de caprichos insospechables.
A San Sebastián: 12 kilómetros,
camino de tierra y carreteras sinuosas
de asfalto carcomido por el tiempo;
tragadas por el color del campo árido
—¿cuándo se murió esta tierra...?
Poeta, soñador de taberna,
falso rebelde,
atrapado en un viaje en picada,
atado al corazón de este muladar de cuatro ruedas,
y al compañero de parranda,
y a mi ficción hecha vicio:
el alcohol que lo nubla todo desde el primer sorbo…
La carretera quizás conserva nuestras voces.
La de Juan Esteban,
siempre despreocupada,
siempre ebria;
la mía,
siempre bohemia,
o más bien falsa, más bien perdida.
Tantas veces transitando el mismo camino
[y] sólo desviándonos para llegar más rápido
al lugar de donde emergemos,
el mismo pueblo que nos devora en su letargo...
II
Llega un momento en que las lagunas de la memoria
abren sus diques y disparan
hasta la mente carcomida de alucinaciones y remordimientos,
una dosis de veneno al borracho trovador de cantina...
Entonces se abre el telón hacia la frágil musa,
al recuerdo de la pena y la promesa no cumplida…
El pueblo destilaba agonía,
fragmentos de memorias enterradas,
de penas resguardas bajo llave
y crímenes cometidos a plena luz del día.
Las calles, barnizadas con las piedras de un río extinto,
mascaban las llantas del Sedán de Juan Esteban
y agitaban las ansias de la locura...
Llegados al festival del libertinaje
nos despojamos del cadáver de óxido
y entramos al recinto de música mestiza,
poluciones de alquitrán y baile alucinante de luces.
Adentro la tarde se volvía noche,
mientras las primeras gotas del éxtasis nuestras gargantas recorrían…
Sin previo aviso irrumpiste la noche, con traje de lentejuelas,
con la sonrisa maquillada de dulzura y el perfume de jazmines
emanando de tu piel, musa de la noche, angelical recuerdo de una tarde desastrosa,
de una noche ebria, de un andar derrochado en la injuria...
Unas copas chocaban en armonía,
otras se estrellaban contra el piso
–lo recuerdo –
la música
percibida como una mascada de algoritmos:
el frenesí imperturbable.
Las luces se estrellaban en el muro,
deslumbrantes,
de colores que sientes te destruyen la retina;
[y] acalorados cerdos vertían su saliva hedionda
en los labios magullados de un carmín efímero:
labios de prostituta.
Y en medio de todo, la sensual figura;
mi melancolía llevada por un nombre,
seis letras dibujadas con delineador en una servilleta de cantina:
Ivette…
musa angelical,
musa prostituta,
enigmático fantasma
que esta noche me persigue en mi andar lastimoso...
IV
Dama de la noche,
que nos escapamos juntos por las pedregosas calles,
¡ahora lo recuerdo!
que nos escapamos riendo, tomados de la mano
atados a ese pedazo etéreo de sentimientos;
lejos, tan lejos, como si flotáramos.
Y luego sólo me dejaste con el recuerdo de tus manos,
entrelazando las mías, suaves manos de mujer
dóciles y precavidas.
Unas manos que al sentirlas nos sonrojaron por estar atadas de manera distinta:
arropadas una con la otra, así
como los enamorados cobijan sus manos
para sentirse cerca y no perderse nunca...
IVETTE O HISTORIA DE UN POETA PERDIDO (fragmentos), por Lucas Gress
Esta poema fue tomado y basado en el cuento con el mismo nombre, el cuál está disponible en la siguiente liga: https://www.boukker.com/read-story/9467_ivette-o-historia-de-un-poeta-perdido.html
- Autor: Lucas Gress (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de agosto de 2020 a las 15:34
- Comentario del autor sobre el poema: Fragmentarios poéticos del cuento "Ivette o historia de un poeta perdido", publicado en Booker y que retrata la historia de un joven poeta marginado quien un día llega junto a su amigo a un burdel perdido entre la sierra en donde conocen a Ivette, una mujer por demás enigmática y de quien nuestro protagonista queda profundamente enamorado. Al final de este texto he dejado un link a la historia completa. Aunque en el texto original utilicé unicamente el estilo de prosa, en esta ocasión he buscado adaptarla a verso para ofrecer una mejor presentación a los lectores de este espacio. Disfrutadla.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 27
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