Se levantó y se incorporó de aquella cama curtida por el sol de mayo, sí, era mayo, cuando en la desolación, se abrió el mal deseo y abrigó con el calor del sol a su frívola y frígida piel. Y quiso aventurarse más con Eugenio, si él estaba su lado, y más estaba perplejo, de haber amado y tenido entre sus brazos a una mujer así, pues, su inocencia, y su candidez, la hacía inocente de todo, cuando el tiempo se llenó de celos, y de ambigüa soledad, cuando en las horas perdidas se hizo caminar muy lento, y destrozando la calma y el desasosiego de la irracionalidad, cuando en el mirar de un espejo se reflejó la mala situación, de haber creído, más en la mala situación de haber caído lejos y con un abandono total y casi trascendental, en cuanto, el deseo de amar estaba allí, pero, no, su corazón, su coraje y su corazón le pedían viajar lejos de allí, pues, su manera de ver el cielo y más el crepúsculo nacer y el ocaso del sol marcharse lejos del cielo, se fue como llega el amor y se vá lejos buscando un rinconcito dónde amar y amarse para siempre y por el resto de la vida. Quedó Pilar, mirando a sus ojos café, yá su miembro no estaba erecto, pues, estaba extasiado y completamente amado. Ella, Pilar, recostó su cabeza sobre su hombro derecho, y le dijo unas palabras en italiano que decían así, -“Tu, amore mio, sei la forza del cuore...ti amo…”-. Aquellas palabras quedaron grabadas en la memoria de Pilar, y más en el corazón de Eugenio, aunque él era un argentino de pura cepa, no sabía lo que significaba, -“Tú, mi amor eres la fuerza en el corazón... Te amo…”-. Fueron unas dulces palabras que a ella le florecieron desde el alma. Cuando en el alma, se dió como un fuego devorador de haber amado a ése hombre que apenas conoció en el bar de la discoteca. Cuando en el alma se dió el más grave de los instantes. Y fue amar lo inconsecuente, y lo irreal, de querer enredar lo que más se electrizó, cuando en el alma se dió la más fallida de las acciones, y fue amar a ese mundo, en el cual, se dió lo más bello y lo más real, de lo mundano. Cuando en la alborada se dió la más de las destrezas matemáticas por la ecuación más obvia que era en decir la verdad. Cuando en el desenlace de un triste final, se dió la más fuerte de las maneras más eficaces de entrever el destino. Cuando en el tiempo se dió el más débil de los sucesos, cuando en el universo se dió el más cruel de los momentos, cuando en el poco ocaso se dió en ese día, después de amarse tan bien como el peligro aquel en que el corazón se electrizó más bien que nunca. Y en el sol se dió el peligro de haberse amado más bajo ese mismo sol en que cuando se amaron quedaron curtidas las sábanas de ese sol de mayo sin el aguacero de mayo. Cuando en el tiempo y en el ocaso se dió el más suave de los delirios delirantes. Cuando en el ocaso se dió el más suave de los deseos, cuando en el siniestro de los sucesos se dió la más fantasiosa de las maneras adyacentes. Cuando en el deseo se dió el más delirante de los fríos inviernos, cuando en el ocaso se advirtió el deseo y el mal de los pecados, cuando en el sol se dió el más suave de los momentos, pero, cuando se fue Eugenio con el sol por el otero, es cuando se dió lo más delirante del frígido sol. Y despertó suavemente y delicadamente, de la cama curtida por el sol. Y era casi verano de una primavera casi olvidada, pero, para ella, en el olvido no estaban las bellas flores y los benditos girasoles, que a ella, le encantaban tanto. Cuando se encuentra en aquel bar con el sol de mayo, con el sol siniestro y con el mal percance, de haber perdido a su único amor, cuando se fue con el sol por el otero. Cuando en el alma se debatió una sola espera de esperar por lo inesperado, y se fue con el sol por el otero, cuando por fin en el amanecer se dió ese sol siniestro. Cuando por el ocaso se vió aferrado el mismo instante en que se debatió una sola espera de esperar lo insoportable. Y vió el crepúsculo desnuda sobre el hombro del hombre que ella amaba, con tanta vehemencia, con tanto efímero desenlace y sí un triste final, con un ritmo de vida tan suelto, tan eficaz y tan indeleblemente real. Cuando en el dolor se dió un fuerte y suspicaz mal encuentro. Cuando Eugenio se fue con el ocaso, ¿o acaso se fue el destino con el viento?. Cuando el viento cruzó el desafío de un torrente de un suave final, cuando en el momento se vió como la misma impecable sonrisa y felicidad que le daba el haberse entregado a un hombre. Y era ella, Pilar, la azafata más eficiente, más responsable, cuando se dió la manera de entrever el ocaso con el crepúsculo. Cuando en el horizonte se dió la manera de creer en el alma, cuando en el alma se debatió en una sola sonrisa, en una sola manera y forma de amar. ¿O acaso se fue con el viento los malos celos, la hiriente punzada, y el dolor de haberse marchado Eugenio con el sol por el otero?. Y si se fue con el otero, qué más le quedó a Pilar. Si se marchó lejos de su pobre corazón, y de su propia voluntad. Dejando un soplo de viento en el ocaso y más entre aquella habitación donde el sol no se fue sino con la noche fría y tan densa como la fugaz estrella. Cuando en el crepúsculo se formó todo un sol siniestro, y tan desolado, como el haberse formado en el mismo cielo de donde ella llegaba de un sólo viaje en que quedó varada allí en Las Pampas de las Argentinas. En donde aprendió a danzar el pericón y el malambo y, por supuesto, el tango. Cuando, de repente, se dió lo suave del instinto, y de lo distinto, cuando en el alma se dió como el mismo fuego, o como el mismo juego donde se dió todo el amor. Cuando en el ocaso, se dió el más jugoso de los instantes allí donde mora el ocaso del mismo reflejo del sol. Cuando en el sol se dió el más suave de los presentes aquí en el alma. Cuando en el ocaso se dió lo más débil del mismo y propio corazón. Si en el alma se dió la más fría voluntad en saber discernir, pero, en el ocaso se dió la manera de ver el cielo de azul y no de tempestad tan frívola. Cuando en el desierto, se dió lo más incierto, de un todo y no de un lodo. Cuando en el levante de aquellas dunas en el desierto eran tan inciertas como la propia imaginación. Cuando en el sol se dió la más inmensa fortaleza, cuando en el ocaso se dió el más ingrato de los momentos.
Continuará………………………………………………………………………………….
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 10 de septiembre de 2020 a las 00:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 29
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.