Llegué como el huésped frío al convento “La Piedad del Cristo”, cuando vengué mi vida y más, la de mi amor pasional, la de mi amante Martina. Cuando llegué y tan frío como el hielo, porque en verdad que me habían matado de un sólo disparo por el costado y las monjas aquí me ayudaron muchísimo. Llegué tan solo como el frío en el mismo cuerpo. Deseando abrir otra herida en el otro costado para sentir en verdad la fuerza por amar a mi amor pasional y de ternura y de todo mi amor a Martina. Cuando supe del dolor no quise abrir los ojos de pena y de vergüenza, pero, qué vergüenza si yo la amaba y la amé y con todo mi corazón. Cuando quedé petrificado en verdad cuando lo ví a él, al esposo de Martina y con un revólver en las manos. No supe nada de mí, hasta que llegué al convento más cercano del ciudad La Verita. Aquí las monjas me ayudaron a renacer, a tener piedad de mi propia alma, a ver a Cristo como mi salvador y a pedir perdón por la tentación y la frialdad de mis pecados. Antes no conocía a nadie ni tan siquiera a Cristo. Sólo yo la quería amar a Martina. Si para mí Martina fue y será como el rocío en cada amanecer, si fue como la verdad, o como la más olorosa rosa en el jardín de mi corazón. Y fue y nada más como la dueña y señora de mi corazón tan enamorado de ella, de la reina de mi amor. Todo comenzó cuando yo me dirigía al trabajo, la hallé desesperada en un bar cercano de la ciudad también La Verita, cuando lloraba amargamente por la infidelidad de su esposo con una joven del “Perabar”, así como se llama el bar de la pera. Simulando las caderas de las jóvenes que iban y venían a bailar allí y a divertirse con hombres y muchachos de su edad. Cuando la ví llorando se me amargaron las entrañas y más, ví al sol cubierto de sombras y de nubes grises. Cuando me acerqué a ella, y la tomé entre mis brazos y ella lloró amargamente entre mis hombros, y yo nada más quise consolar. Yo sólo le abrigué del dolor y de la pena, del sufrimiento y de la infelicidad. Cuando yo sólo le quise dar y brindar alegría, que volviera a revivir y a renacer y que volviera a sentir, pues, su vida sólo estaba deshecha y mal estrecha. Cuando yo sólo yo, quise que volviera a amar, pero, sólo me llevé la sorpresa de que era casada. Y yo Lúcido, El Diablo, si así me dicen, sólo quise ser como el mismo diablo, hacer tentar y hacer pecar, cuando yo, sólo yo, no creyó que el cruel desenlace o el final en que todo terminaría así. Si cuando yo Lúcido, El Diablo, quise que fuera feliz conmigo, pero, no pudo ser, nunca fue así. Cuando la tomé entre mis brazos yá tenía mucho dolor en su alma fría. Si después de entender lo que más pasó fue como la alborada llena de soles desérticos. Cuando en el aire irrumpió un secreto. Y fue amarla bajo el mismo sol que nos dió más placer. Y la hallé casi inerte, fría y desolada y con unas lágrimas que sólo eran lluvia y tormenta en ella nada más. No quise aprisionarla ni enredarla tan veloz entre mis brazos, pero, era sólo lo que quería y aprovecharme de esa situación no era lo correcto. Yo Lúcido, El Diablo, sólo debí de amarrar el vínculo entre ella y yo, y una manera de creer en el desierto autónomo de ver el mismo sol en el mismo cielo dando luz y rayos de desesperación seco hacia unas lágrimas de dolor. Si fui yo, Lúcido, El Diablo, sólo quería consolar lo que más fue y lo que ella pasó en su vida y en su interior tan frío. La ví en aquel bar deseando amar, deseando fríamente ser feliz, pero, estaba devastada, fríamente herida y sin luz en sus propios ojos. Desde que el silencio se volvió frío, y por dentro se dió lo más funesto del instante. Cuando en el aire fue lo que más se creyó en un fuerte desenlace en el saber del por qué de sus lágrimas. Cuando en el fuego y en el desaire era lo que más creyó, él Lúcido, El Diablo, cuando cayó en lo más bajo sólo por unas lágrimas de Martina, en aquel bar. Cuando en el albergue de su cruel desavenencia si fue el más fuerte de los ocasos y con una lluvia dentro de su propia piel. Cuando en el coraje de su cruel fantasía, se diera como una triste realidad en que se identificó el dolor y más que eso, cuando en el dolor de su primor se diera como una luz entre los ojos de dolor de Martina. Cuando en el juego del dolor y del amor, fue con tanta fuerza, en que sólo el juego es como el frío y de aquellas lágrimas por un dolor funesto y tan aciago como el poder haberle sido terriblemente infiel. Cuando el esposo de Martina, sólo irrumpió en un dolor, y en un terrible final, pero, cuando vió mis hombros por confortarla y consolarla, sólo se petrificó en mí, como salvando a su dolor y a sus pobre y acérrimas lágrimas. Cuando en el jugoso trance en atraer el más electrificante de los momentos, ella vió en ese instante en ver en su rostro unas lágrimas de dolor y de pena. Cuando en el momento fue una amarga situación, en la cual, ella creyó uno de los más importantes instantes del ocaso frío, sí cuando llegó la noche fría, se concentró en un delirio tan frío y en unas solas lágrimas de dolor. Cuando llegué yo, el consolador, el de los hombros tibios, y calmar el dolor de Martina. Cuando la llevé al calor, al más de los momentos más cálidos, y más tibios: mi cama. Donde yacía el calor, el abrigo y el amor por ella. Y sí, fuimos amantes, y más que eso fuimos como almas gemelas, las que un día con dolor nos unimos al amor. Cuando en la alborada siempre fue como la lluvia o como la triste tormenta que destruyó a mi mundo, pues, la lluvia eran las lágrimas de Martina que derramaba hacia el suelo. Al principio, quiso ser fiel, estaba reacia, parca y nerviosa, pero, cuando la abracé sentí que la amaba yá. Esa noche nos acostamos juntos, la debilidad, la infidelidad de su marido, y la tristeza la hizo cambiar de opinión, y ceder y caer entre mis brazos. Y sí, que la amé. Cuando en la noche se vió clandestina, sosegada, triste si llovía en el cielo, y palpitaba el corazón con más debilidad, y el dolor fueron los detalles más fríos, los cuales, la hicieron caer entre mis brazos y mi amor sincero. Yo sólo quería amarla, pero, estaba todo erróneo y equivocado, pero, yo no lo veía así. La ví tan perdida, tan dolida y tan herida que sólo yo la pude consolar.
Salimos juntos varias noches y días también cuando el marido estaba trabajando. Cuando en el desenlace del temor y de la ansiedad caímos rendidos sobre la cama en aquella habitación, la cual, estaba predestinada para nosotros y poder amarnos. Cuando en el suelo quedaron adheridas aquellas lágrimas de dolor, por las cuales, yo lo acogí entre mi querer y más le dí mi ayuda y mi soporte, pero, me parece que no fue suficiente. Yo amé a Martina, y la amé con todo mi corazón, pero, no bastó lo que le yo le dí. Fuimos felices durante seis meses, juntos y amándonos bien, sólo quedó una sonrisa en el rostro de Martina, soporte, apoyo y ayuda de mi parte que la hizo más feliz, más segura de sí misma, y más tranquila y sosegada. Caí rendido entre sus brazos, buscando calor también, pero, llegó lo inesperado lo funesto y lo más triste en la vida de ambos: su esposo. Tuvimos una vida mágica, trascendental y más inocua, tan verdadera como la misma estrella en el cielo mismo. Y llegó el momento, nos amamos como nadie y como nunca antes se había amado, se entregó completamente a mis brazos, queriendo tener calor y dejar el frío que le dejó la mala infidelidad de su esposo en su vida. Sólo quiso ver el sol en mis ojos y teniendo los rayos de luz en el calor que yo le brindé. Cuando en el tiempo pasó muy rápido, sólo yo quise que ella supiera que yo la amaba y que yo la quería para bien. Sólo el tiempo fue cómplice y fue testigo como el mismo sol o como la misma lluvia. Que se identificó el ocaso como la ida tan veloz del sol hacia el otro lado del mundo y que llegó la noche fría a descender y a sentirse. Cuando en la ventana de aquella habitación se dió la más verdadera verdad una rosa en la ventana, dejando su perfume y su aroma a rosas en el cuerpo de mi amada, Martina. Cuando en el albergue de su sistema se fugó el instante en que había visto en los ojos de Martina lágrimas de dolor. Cuando en su corazón se sintió como un fuerte sufrimiento por un dolor que no era de ella, sino de la vida misma. Cuando llegué yo a su vida, sólo se perfiló el destino tan fugaz como un tormento de buena calidad y tan bueno como el mismo amor en el mismo corazón. Cuando en el alma se debatió de espera y de uan sola solución cuando su alma quiso ver el cielo de azul. Cuando mi corazón debió de creer en el silencio por haber amado a una mujer casada y con problemas de infidelidades. Se enfrío el destino y más el ocaso llegando la fría noche, cuando decidí amar a esa mujer que lloraba insistentemente, y persistentemente, buscando una solución a su problema, el cual, nunca se resolvió, y aún empeoró y muy dolorosamente y trágicamente cuando yo, Lúcido, El Diablo, quise vengar mi vida, la de ella, Martina, y nuestro amor, pero, cuando apareció su marido todo cambió de color rosa a color negro. No supe qué hacer, sólo ví el cielo de gris, y las nubes negras, como presagiando algo muy malo y tenebroso y casi imperceptible de creer. Yo le dije a Martina, esa noche, sólo esa noche, cuando acabamos de hacer el amor, de que el imperio de sus ojos no brillaba igual a antes y que el destino fue uno tan fugaz como el tiempo veloz y con horas perdidas. Fue una noche horrible y más que eso terrible. Cuando el alma se enfrío como el hielo frío en el congelador. Y si se aferró al delirio frío de unas lágrimas dolorosas, cuando yo la encontré así. Y sí, que la amé, la quise y nos amamos más, cuando en la oscura habitación se halló el deseo y más la lujuria de besar aquello que eran labios de dolor y por consolar todo aquello que más amé. Si cuando la conocí sólo hallé sufrimiento y dolor en el lugar de amor y de calor, y un frío desastroso en el alma de ella, de Martina. Cuando en la alborada se electrizó más la forma de hallar un sólo tiempo. Cuando en el ocaso fue la más fuerte de las destrezas, cuando en el corazón entristeció de ira y de odio por una mala infidelidad. Cuando en el amanecer fue la más débil de las fuerzas y de las más entristecidas garras del amor y todo porque había amado esa noche, esa noche. Cuando en el corazón se dió un latido débil, pues, la forma de hallar a un sólo corazón, se aferró a la mala suerte de haber traído un amor desde el pasado frío de Martina. Cuando en el instante se halló lo que nunca un frío amor, y un desastre de pasiones hallando calor entre mi consuelo y mis brazos por brindar calor y de desnudar lo que más se soñó, un amor como el de Lúcido, El Diablo, y el de Martina. Cuando la pasión se enfrío como el hielo en el congelador. Cuando en el claro azul de la tempestad se aferró al calor de Lúcido, El Diablo. Cuando con el alma se aferró al destino frío buscando calor en los brazos de ése hombre. Y ella, era ella, Martina, la que trajo una verdad tan verdadera como poder sentir en el alma una espinita que le doliera tanto. Y me fui con ella a amar yo Lúcido, El Diablo, el que le dió esperanzas de amar y de consolar a su propia alma. Cuando en el alma se entregó la luz trascendental y más transparente la que una lleva en el alma desatando la euforia clandestina de ver el cielo lleno de nubes grises y sin sol. Y se desnudó el amanecer cuando ella le entregó todo su ser a Lúcido, El Diablo. Olvidando la más terrible infidelidad por parte de su esposo.
Continuará…………………………………………………………………………………………
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 3 de octubre de 2020 a las 00:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 22
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