Te dejaste un puñal olvidado,
en el hogaño de este pecho;
y en el lecho de tu brial,
dejé caricias sin remuerdo.
Te dejaste una quemadura,
en la bruma del recuerdo;
discuerdo de si la escura,
permuta ardor por incienso.
Te dejaste la sonrisa,
que flordelisa al indefenso;
la dejaste benevolente e inofensiva,
marchitándose en mis tiestos.
Te dejaste en los rizos,
los mimos de un presunto;
y dejaste que se opaquen,
con el aleteo de tu vuelo.
Te dejaste en la deriva,
un desamparado buscándote;
busca una perdiz blanca,
bajo el cielo nocturno.
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