Y dime tu pájaro cenzontle; tu que con tu canto le das banda sonora a las mañanas frescas de verano.
Tú, que con tu impetuoso vuelo atisbas a diario sobre la neblina, el levantamiento del sol que viene de lejos
Tú, que desandas por las ramas de árboles en los frondosos bosques, y luego bajas y te posas descalza sobre las lajas que mustias descansan en las riberas de los ríos de aguas diáfanas.
Tu pájaro cenzontle, que levitas con tus alas sobre el remanso de los lagos y alegremente acicalas tus plumas y libas con tu pico el sabor de sus aguas.
Tu que con asombro observas el vuelo del ave Quetzaltototl, (ave sagrada para los antiguos) que acompaña con su divino plumaje el andar sigiloso del jaguar y el venado.
Tu que con tus 400 voces de ave canora diriges muy ufana en tu nido a la orquesta apoteótica de aves que en las tardes estivales gustan de darle una despedida al día, y le dan una obertura sinfónica a la luna (cómplice de lobos y ladrones) en cualquiera de sus facetas celestes y contemplas con bostezos nocturnos el cortejo ruidoso de ranas, cigarras y grillos, y la danza luminosa de las luciérnagas.
Dime tu pájaro cenzontle; ¿Que pasara con nosotros?, cuando la brisa negra funesta de oriente haya satinado con su sombra lapidaria los ríos, los mares, las tierras, las metrópolis. Y los camposantos rebosen de flores y de funestos cantares, odas y alabanzas a dioses inasibles que solo observan en su radiante atmósfera de luces y niebla.
Cuando el recuerdo de lo ocurrido aquí, solo sean lágrimas de nostalgia de seres amados que la madre selva se ha llevado a su última morada.
Dime, ¿que pasara?...
¿Y me preguntas?...
Acaso no fuiste tú el que sembró caminos con piedras, el que domo el fuego e ilumino la noche en la selva con hogueras; no fuiste tú el que esculpió montañas, derribo cuajilotes y ceibas; y le arranco a las abejas sus colmenas.
No fuiste tú que ennegreció arroyos y lagos, y retuvo su agua en presas; ¿no les quitaste a las aves su vuelo?, y disecaste al caimán y al venado y pusiste en tus tiendas sus cabezas.
¿No viniste tú a sembrar la tierra?, ¿a domar a las bestias?, a ¿reconfigurar el espacio y ponerle nombre a las estrellas?
No viniste a secar pantanos; a desafiar tornados, a caminar sobre espinas, asediar montañas y construir puentes sobre ríos y acantilados
Tú que aprendiste a trabajar la arcilla y con la hierba de la tierra construiste palacios con jardines en las azoteas. A ti que te crecieron pierna para inventar caminos, manos para extender las palmas y cerrar los puños; y construir ciudades en lugares menos imaginados.
¿Sabes?.. En el mundo no siempre se duerme en sabanas de seda; no llegaste a este mundo a esquivar espinas, ni a dejar que el temor inunde tus sueños; viniste a este mundo a domar huracanes, a dejar gravados en las cuevas tu paso por la selva.
“Acaso crees que siempre vivirás en la tierra; solo tu aquí; No… en el universo nada se perpetua; Los arboles algún día sus raíces se secan; la hiedra es posible que en el futuro su veneno inocuo sea.
Si alguien muere su esencia a otro organismo migrara.
Si la tierra se queda sin humanos, la selva y los bosques más reverdecerán, el cóndor más alto volara, el caimán los ríos conquistara, el guacamayo con sus colores los arboles decorara, los días y las noches con su misticismo continuara, el tiempo del dragón y el ave fénix por fin llegara
El mundo no es apto para cobardes.
- Autor: TRISTE TROVADOR (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 10 de octubre de 2020 a las 02:20
- Categoría: Naturaleza
- Lecturas: 23
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.