LA DAMA DEL VESTIDO ROJO.

Giorgio Mauro Magno Icardi

En un lóbrego amanecer                     

donde el lóbrego sol

era el gran guía

que iluminaba el mundo.

 

Caminaba y caminaba sin parar,

el extraño recuerdo

del catastrófico futuro

se estaba extinguiendo.

 

Luego me senté

en una banca café

tomándome un espumoso chocolate

que me estaba calentando

mi turbia alma.

 

Luego aparecieron

unas espesas tinieblas                   

que recorrían el horizonte infinito      

que inundaban los recios cielos.

 

Y allí en medio de esas nieblas,

apareció una hermosa dama

que tenía unos ojos marrones

cómo el chocolate que me estaba bebiendo,

tenía una bella sonrisa  

que iluminaba mi alma,

un vestido rojo

que resplandecía el infinito mañana.

 

La ví por varios segundos

directamente a sus peculiares ojos

que ocultaban un tenebroso pasado,

pero que reflejaban su gran deseo

a ser mejor persona.

 

Danzamos y bailamos                    

al inexacto compás

cómo el sonido

de un nuevo telégrafo.

 

Luego nos besamos apasionadamente

bajo una eterna llovizna      

abruptamente un aroma a cerezas

armonizaba el caótico horizonte

 en el que se iluminaba cada vez más                              

y quedé perplejo

de su perfecta alma.

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