En un lóbrego amanecer
donde el lóbrego sol
era el gran guía
que iluminaba el mundo.
Caminaba y caminaba sin parar,
el extraño recuerdo
del catastrófico futuro
se estaba extinguiendo.
Luego me senté
en una banca café
tomándome un espumoso chocolate
que me estaba calentando
mi turbia alma.
Luego aparecieron
unas espesas tinieblas
que recorrían el horizonte infinito
que inundaban los recios cielos.
Y allí en medio de esas nieblas,
apareció una hermosa dama
que tenía unos ojos marrones
cómo el chocolate que me estaba bebiendo,
tenía una bella sonrisa
que iluminaba mi alma,
un vestido rojo
que resplandecía el infinito mañana.
La ví por varios segundos
directamente a sus peculiares ojos
que ocultaban un tenebroso pasado,
pero que reflejaban su gran deseo
a ser mejor persona.
Danzamos y bailamos
al inexacto compás
cómo el sonido
de un nuevo telégrafo.
Luego nos besamos apasionadamente
bajo una eterna llovizna
abruptamente un aroma a cerezas
armonizaba el caótico horizonte
en el que se iluminaba cada vez más
y quedé perplejo
de su perfecta alma.
- Autor: Giorgio Mauro Magno Icardi ( Offline)
- Publicado: 21 de octubre de 2020 a las 01:34
- Categoría: Amor
- Lecturas: 60
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