DE DÓNDE SOY
Si alguien quiere saber de dónde soy
deberá hurgar en mis recuerdos.
Tendrá que ser capaz de percibir:
Olores de personas y lugares,
casas de tapia, estaciones de buses,
hoteles de paso, bares y cantinas.
El olor de los pupitres escolares,
los zarzos o desvanes.
El que sale como el genio de la lámpara
cuando abrimos los baúles viejos.
Aromas de mercados, canastos con frutas.
Huertas, cocinas donde se destapan ollas
que guisan carnes con cilantro
manteca, albahaca cominos, y cebollas.
El olor vegetal de los fogones de leña.
El de las arepas que al asarse se revientan
y el de los hornos de barro de panaderías campesinas.
Perfumes de cunas, alcobas y mujeres,
del bosque, la lluvia y de jardines.
El que en espirales danzantes
asciende con el humo de las veladoras,
de las fogatas paganas y el de los incensarios.
Sin duda sentirá el tufillo de los libros viejos,
que es semejante al de los teatros
y al de las salas de concierto.
Que marida muy bien con el tabaco
y con el que desprenden las pipas
olvidadas sobre los escritorios.
Sabrá identificar el almizcle que resudan:
Los corrales, los establos y las pesebreras.
Las enjalmas, las sillas de montar y los aperos.
Las ancas de una yegua sudada.
Y el que emana del pelaje de un labrador dorado.
El hedor que emana de los vertederos
que hay al salir de todas las ciudades.
Los efluvios que escupen las cloacas
en las quebradas detrás de las murallas.
Y el olor particular que cada una tiene
que se quedó grabado con sus nombres.
El de los taxis viejos, los trenes, los aviones.
Quien quiera saber de dónde soy
tendrá que poder orientarse sin perderse
en la cartografía inédita de todos los olores.
León M.N. junio de 2013.
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