Y llovía torrencialmente en saber que el delirio delirante en que su vida corría también peligro y una cruel advertencia en saber que sería también ahogada por la corriente submarina que había en ese mar bravío. Y su rostro en el sol, no lo sabía ni lo imaginaba que también caería en el nefasto desenfreno de la mala corriente de ese mar que se tragaba en ahogamiento a ése hombre que nadó solo y sin protección. Y la mala corriente se atrevió a desafiar el mismo frío en la piel. A Federica Rosa le corrió la corriente si fue como electrizar la piel con electricidad y más como el mismo saber de que esa corriente la arrastró suavemente y delicadamente con su vestido elaborado con perlas y encajes y enaguas. Y la zambulló hacia lo más hondo del mar atrevido y bravío y tan perdido. Cuando en el ocaso se vió como la verdad más efímera como el más desafiante de los momentos y cayó fríamente al mar desértico, cuando en el ocaso se dió como el mismo Edén nuevo, pero, con una noche fría y desolada y tempestuosa, la cual, llegaría muy pronto. Si en el albergue del temor se dió como el mismo pasaje vivido de temores inciertos, e incorregibles de una ansiedad impetuosa y funesta como el aciago futuro sin poder ver el sol nuevamente con la noche fría y en desastre, otra vez. Y se dedicó en el nuevo paraíso con el sol en el ocaso, cuando se dió un delirante querer en salvar a ése hombre por el mar perdido. Cuando en el suburbio ofreció como el instinto en el corazón latiendo fuertemente, y débilmente, cuando en el ocaso se dió como el mismo pasaje vivido. Y se enfrió el desastre de ver por los ojos de aquél hombre, cuando ella, Federica Rosa, se inmiscuyó entre el ocaso de ese sol que veía por última vez sin sospechar que la noche sería la misma, la última vez en que la luna sería y su última noche desértica en el cielo añil. Cuando en el paraíso se identificó como el nuevo ocaso de ese sol, y en cada destino y de un mal porvenir. Si bajo aquella primavera de rosas cosechadas y sembradas en el jardín se cosechó todo un sol de primavera cuando en ese ocaso se dió como el mismo sol en el ocaso que dejó de ver y por siempre. Cuando en el ocaso se debatió en una sola espera de ver al sol y por última vez. Cuando en el final desenlace se sintió como el más áspero y agrio de los instantes. Cuando en la tarde no se detuvo ni un instante cuando en el desenlace final no se identificó más y más, cuando en el ocaso se dió como el mismo final. Si se dió como el mismo desafío cuando en la tarde se ofreció como un instante en un penitente embarazoso momento. Cuando ella, Federica Rosa, se dió de cuenta de que el desenlace final se diera como un final más impetuoso de casi un delirio marcado y trascendental. Cuando en el ocaso se infringió como si tuviera una trascendencia de casi una tarde de lluvia y de un largo frenesí de aguaceros adyacentes mirando hacia el horizonte y observando el ocaso. Cuando en el instinto de ella, de Federica Rosa, era ella, la más valiente de la playa y de ese mar bravío. Cuando en el desierto se enfrió el ocaso y también el deseo muerto de querer sobrevivir a la manera superflúa de amar su vida a pesar de que yá se halló muy honda en ese mar abierto y perdido y con esa mala corriente que la arrastró hasta el fondo de ese mar prohibido. Cuando el sol, el Ra de los dioses egipcios, traía una sola conmiseración y más viva que el ayer. Cuando en el embarco de su cometido fraguó el malestar de una agridulce ansiedad como la verdad. Cuando en el paraíso de soñar se alteró el tiempo nefasto, y el enredo de ver el ocaso en verdad que el instante se alteró cuando vió el agua hasta el cuello. El mar estaba picado o bravío, y la mala corriente la arrastraba hasta llegar el fondo de ese mar prohibido. Si cuando ella, vió la manera y forma más efímera de poder ver el cielo y aquel sol que la cegó a sabiendas de la verdad sólo quiso ser certera como abrir los ojos en saber que el destino era corto y no perenne o tan largo como aquel ocaso frío y descendente en que sólo el abrir y cerrar de ojos la llevó hacia el mal camino y tan frío. Cuando en el convite más amargo de la temporada se vió reflejado en el mal comienzo de la existencia existente cuando en el camino se vió y se ofreció el mal infundado en cada gota de aquel mar abierto. Cuando en el ocaso se vió inalterado como fundir y de extrañar lo que aconteció. Cuando en el delirio socavó muy dentro de su compasiva razón, pero, alterada locura. Cuando se vió la total razón ahogada y en penumbras de soledad se llevó acabo el trueque por una locura casi en el mismo desafío. Cuando en el ocaso se vió forzada una vez y en el corazón un sólo coraje de ver y de creer en el desafío un mal y atrayente mal infundado de ese mar atrevido en que casi se ahogaba y sí, que casi se ahogaba, pues, su manera de creer en el amor y más en ese ocaso al ver por el reflejo de sus pupilas el mal instante en que casi pierde la vida misma. Cuando en el ocaso se vió inalterado el deseo y el mal tropiezo en que se guardó en el suburbio de un mal final cuando casi muere entre ese ocaso y el mal frío de ese mar bravío en que casi ella, Federica Rosa, pierde la vida y la... ¿perdió?, pues, sí. Cuando en el embate de un mal torbellino o de un mal arranque se dió como el instante que se preparó a ser como el desierto. Cuando en el momento se abrió como penumbras de sombras en soledades cuando ella, Federica Rosa, vió inalterada la forma de creer en el desierto en que se halló su imaginativo numen fraguando un sólo acometido. Y ella naufragó, pues, cuando mira a ese hombre, a ese cuerpo postrado al lado de ella y ella, sumergida en el torbellino de esa corriente cuando lo mira y lo observó, ¿quién habría sido?, si un hombre cualquiera o... ¡¿su amor?!, y quiso recorrer todo el mar penetrando su mirada y sus pupilas en un abrir y cerrar de ojos. Si cuando lo vió y lo miró era él, el amor de su cruel y más terrible vida. Ella quería salvar a ése hombre que apenas encontró a su paso caminando por la playa. Recorriendo una y otra vez, el mar espumoso de ese bravío, en el cual, ella se sumergió para poder salvar a ése hombre que yacía moribundo y ahogado en pleno mar abierto y tan trascendental fue su cometido que no atrajo más que el mismo mar a su boca ahogándose en el mismo acto. Cuando en el suspiro de un sólo respiro, se debió de automatizar la espera y tan inesperada de querer salir de allí viva y con resentimiento de haber salido viva de ese lugar y de ese mar bravío, pero, en el desierto mágico era tan transparente como el mismo desierto trascendental. Si en el peligro se escuchó sólo un lamento o un suburbio dentro del cometido de luces de primavera y de abriles de rosas en el jardín bajo aquel equinoccio por un sol tan real como la misma luz en que se vió el reflejo de todo un sol en el mismo cielo. Cuando en el imperio de su mundo y tan real, se electrizó una manera de ver el cielo de sol sin grises nubes ni una tempestad, sólo que el mar estaba picado y tan bravío como la misma terrible y letal y mortífera muerte. Si en el ocaso se vió sólo el mal desenfreno, el mal combate de creer en ese mar desértico, pero, bravío como lo impetuoso y como lo funesto de aquel momento. Cuando en el ocaso se fue como llega el sol en el amanecer en crepúsculo y que se vá por el oeste esperando a que cambie hacia la noche fría y álgida e inerte. Cuando en el ocaso se enfrió como el mismo desastre de sentir el mismo desenfreno, como por saber que estaba en mitad del mar bravío y sin ser salvada y todo porque no había nadie cerca de ella, de Federica Rosa ni de esa playa. Cuando en el desvarío y el desmayo por ser ahogada con tanta agua, cayó boca abajo en ese mar perdido, cuando en el mal desenlace se enfrió y se enfrió el mal y ambigüo deseo de creer que sería salvada aunque sea por amor al prójimo, pero, no, no había nadie en esa playa. Cuando el coraje del mal infundado se debió de creer en la vil muerte que llegaría y muy pronto. Desde que el suburbio se electrizó la manera de creer en el mal deseo cuando en el instante se dió como el más desafío de ver el ocaso, el cielo y el mar y tan unido en sus propios ojos, cuando es sumergida por el torrente de agua y la mala corriente. Cuando en el ambiente se dió una manera de extrañar el ocaso, el cielo y el mar. Cuando en el desafío se dió como el mismo instante en que se declaró la muerte en aquel mar perdido. Y vió su rostro en el sol, cuando en el ocaso se dió como el mismo mar abierto, y como el mismo cielo de azul y con nubes de terciopelo. Cuando en el ambiente de ese mar perdido se electrizó la forma más perenne de ver el cielo y como el mismo mar bravío cuando por hasta el suelo y llegó en lo más profundo de poder haber muerto. Y se acordó de que antes de lograr llegar a ese mar bravío se acordó de que ella caminó por esa misma arena en que le calentó con espuma y frío a sus pies, y con todo enaguas y encajes y vestido elaborado con perlas. Era el año 1935, bajo aquella primavera llena de rosas como en el jardín de un sólo tiempo como aquella primavera. Cuando en el tiempo, sólo en el suburbio de un solo desafío se creyó en que el terrible nefasto tiempo se debió a que el ocaso enfrió el solo sol como álgido es el deseo y funesto es el camino. Cuando en el ocaso se veía venir en el cielo cuando ella, Federica Rosa, se vió inalterada y bastante ahogada entre aquel mar abierto. Y su rostro en el sol, sólo vió a aquellos rayos desérticos en el cielo azul, y el mar hasta el cuello, cuando en el mar la sumergió hacia el fondo del mar, allí mismo donde yacía el muerto nadador y que precisamente era su amor el de siempre.
Y era John del Hum, su gran e inmenso amor. El que conoció hace unos años en un bar cercano de donde provenía ella, antes de mudarse cerca de la playa con sus maletas y toda su indumentaria. Cuando en el ocaso se ofreció a todo un sol como nuevo, pues, en el ocaso se ofreció un sol muerto, casi inerte y tan frígido o friolero como ese mismo mar que ahora ahogaba a Federica Rosa. Cuando en el suburbio de su propio corazón, se debió de entregar el deseo y el mal desenfreno, y hasta el corazón inundado de ese mar cuando en el ocaso electrizó la forma de dar luz viendo cómo se ahogaba Federica Rosa, por salvar a un muerto en ese mar tan prohibido, y el cual, era su único amor. Cuando en el aire enfrascó a un sol en la tarde de ese ocaso perenne, en el cual, se dió como preámbulo de un cometido solo en la forma de ver a sus rayos dando luz y muriendo Federica Rosa en el mismo acto. Y sí, conoció a John del Hum en un bar cercano a su vivienda, cuando lo vé y se cruzaron las miradas en un torrente lleno de pasión. Y llenando a su corazón de amor y de adyacente deseo, entre los dos, sí, si en el tiempo sólo quiso ser como el aire sin poseer el roce de ese aire, cuando ella se marchó de allí, dejando un calor entre su piel y más entre el deseo de amar y para toda la vida. Cuando en el deseo se enfrascó el momento en creer en el amor a toda costa sin peros ni porqués. Y todo porque cuando se conocieron entablaron una bella magia entre los dos, si entre los dos se llenó la piel de deseos nuevos y de atrayente y de una figura casi trascendental, cuando en el ocaso se vino abajo, cayendo en la tarde más amarga de su corta vida.
Continuará………………………………………………………………………………………
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 27 de noviembre de 2020 a las 00:01
- Comentario del autor sobre el poema: A Federica Rosa desde que la luna apareció en su vida dejó que su rostro no viera más el sol, si quedó en plena oscuridad desde que el amor se marchó con ella bajo la luna perdida y no hubo más sol desde que naufragó en el mar perdido…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 26
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