Apenas aclaraba el día, cuando Claudio detiene el automóvil, en el paso a nivel frente a las vías.
Los rieles, semejaban dos líneas hacia el sol, que amarillento se anunciaba en el horizonte.
Claudio venía manejando durante la noche y en su mente martillaba cada vez más fuerte, la idea que debía demostrar sus superpoderes, deteniendo al tren de cien vagones, que pasaría en pocos minutos.
Ya se veía recortada la imagen del tren, como si del mismísimo disco solar, emergiera la bestia a detener.
Claudio, sabía que de lograrlo, ya no sería objeto de las burlas de sus conocidos, ante la aseveración que tenía superpoderes, desde muy chico, sentía esa necesidad de compensar las carencias de carácter, mimetizándose en alguno de los tantos superhéroes que alimentaban su imaginación.
Ya sentía el sonido del tren, anunciando su paso, eso movió la decisión de Claudio, que se para sobre las vía tomándose las manos para exponer el hombro, decidido a detener al monstruo de acero.
Desde la cabina de mando, en la locomotora, Roberto sorbe el mate de la mañana, pensando en cosas vanas…, en el próximo paso a nivel, en accionar la bocina como si fuese un instrumento solista, en esa inmensa orquesta sinfónica de una pampa dilatada y monótona…
El continuo ritmo del motor y dos golpes de bocina, con el espacio de un mate, otro dos golpes de bocina y un bizcochito de grasa…
Con el sol a su espalda, el paisaje, tiene una rara nitidez, dramatizada por las últimas sombras de la noche y un sol dorado.
El paso a nivel, ya está a cuatrocientos metros, cuando nota el vehículo parado frente a las vías, con las luces encendidas y la puerta abierta…, eso le llama la atención.
Tres golpes de bocina…, un breve silencio y un largo golpe de sonido…, las aves se espantan despertando en escándalo la mañana…, otro largo golpe de bocina.
Claudio, busca afirmarse con las piernas, trabando sus pies en los durmientes, inclinando sus hombros en la búsqueda de la mayor fuerza posible.
El rugido de la máquina, se hace nítido y esa única luz, surge de la borrosa sombra del tren emergiendo del sol.
El sonido largo, le parece un grito feroz e intimidatorio, de la bestia a vencer…, toneladas a detener, una demostración definitiva de su inmenso poder.
Nadie podrá minimizar su valor, ni su altura…, en la llanura su estatura es descomunal, solo superada por el emergente ingenio de acero, que se agranda en medio de fuertes bocinazos .
Roberto, ya distingue a los trecientos metros, iluminado por los faros del automóvil, una figura pequeña, que agarrándose las manos, expone un flanco, en medio de las vías.
Ya no deja de sonar la bocina y detiene abruptamente el motor, para que no genere tracción.
Sin otra opción, acciona el freno, mientras el tren trepida ruidoso, sintiendo ser empujado por los vagones cargados. El mate, el termo y los bizcochos se lanzan hacia adelante, para caer rodando por el piso, mientras Roberto, inútilmente grita con todas sus fuerzas ¡ Salí !, como si fuese escuchado por el infeliz parado sobre las vías.
Claudio, ya siente los furiosos estertores de la bestia, acercándose en medio de un estruendoso sonido metálico, chirrido de las ruedas frenándose en los rieles.
La brisa, le acercaba ese olor metálico, que irritaba su respiración. Ya el sol había desaparecido por la sombra del tren y unos pocos metros los separaban.
Reforzó su posición, exponiendo el hombro derecho y evitó cerrar los ojos, mirando fijamente a la máquina y esa luz amarillenta que por encima, lo encandilaba.
¡ Te detendré !, dijo Claudio,que finalmente cerró los ojos, un instante antes del golpe.
Roberto, a los veinte metros del paso a nivel, pudo distinguir plenamente al sujeto, que lo miraba con los ojos bien abiertos, exponiendo el hombro. No entendía que pretendía hacer, solo sabía cual sería el desenlace del inevitable encuentro.
En esos pocos metros, el tren se detuvo, frente a las luces del automóvil…, de a poco, soltó el mando de la bocina y el del freno.
Un inmenso silencio, fue cubriéndolo todo…, le pareció una inmensa cantidad de tiempo, hasta que respiró profundamente, quedó mirando la puerta y la escalerilla, por donde debería bajar y constatar la muerte del sujeto.
El sol, ganaba en intensidad, cuando trasponiendo la puerta de la cabina, comienza a apearse y ver qué pasó.
El golpe fue seco y el hombro comenzó a doler…, tendido sobre los durmientes Claudio, comienza a erguirse, mientras ve la inmensa locomotora detenida delante de él…
Olvidando el dolor, comienza una carcajada descontrolada y sus ojos se humedecen de lágrimas de felicidad, ¡ lo detuve !, grita en medio del silencio.
¡Qué estás haciendo…, loco!, escucha y es cuando Claudio ve al conductor del tren, que varía entre la bronca y la alegría, al saber que no había matado a nadie.
– Es que tengo superpoderes, pude detener al tren, con mi infinita fuerza-- decía esto, mientras sostenía el brazo que le dolía.
-- Estúpido, no te das cuenta que yo frené el tren, antes que te pisara--, le contestó el maquinista
Claudio, quedó mudo por unos instantes, antes de caer de rodillas ante Roberto. Tomándole los pies, comenzó a besarlos y reconocer que estaba ante el mismísimo Dios.
Dios,era el único con poderes superiores a los de él, sin lugar a dudas, ese era un día excepcional, en la vida de Claudio…, no pensaba desaprovecharlo y comenzó a decirle.
Dios, ya que nos conocemos y sabes de mis poderes, por que no me brindas la oportunidad de mejorarlos, hazme volar, así podré detener un avión en vuelo y todos verán mi poder.
En ese momento, Roberto, toma la cabeza de Claudio, con ambas manos y dándole un beso en la frente, le dice – Concedido –.
Roberto se da vuelta y sube por la escalerilla de la locomotora y se siente resoplar el motor, mientras la ruedas comienzan a moverse lentamente.
- Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 29 de noviembre de 2020 a las 12:11
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 27
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