**~Novela Corta - Tiempo en el Reloj - Parte II~**

Zoraya M. Rodríguez

Yelena del Pozo, una muchacha ingenua, pero, también muy segura de sí, sabía dos cosas en la vida: una era que a los hombres no hay que hacerlos precipitar en una relación, y que las mujeres eran inesperadas, a las cuales, no les gusta esperar para nada ni mucho menos a un amor, cuando sólo quería amar a ése hombre y sin esperas. Yelena del Pozo, sólo quería saber e indagar si su amor regresará a ella, no había posibilidad ni había panadero de él, en el pueblo. Él, Augusto de la Roca, sólo le dijo que lo esperara que él regresará, cuando tuviera un empleo para poder mantenerla a ella y a la familia que quería tener con ella. Mientras todo ésto pasaba y ella en la ingenua espera, tan inesperada, de saber si sí o no, si regresará a ella, ella, camina por el pueblo, mientras que espera lo inesperado el regreso de él, de Augusto de la Roca. Ella camina por el pueblo, tranquila, sosegada, e inocua, e impoluta como la misma verdad en el cielo o en el horizonte que podía ver y observar de cerca entre aquel mar abierto en el malecón del pueblo. Percibe olor a mar, vé las olas que viene y venían, y se preguntó ella que, ¿por qué así no regresa su amor, como esas olas frías, pero, siempre en constante movimiento?, fue una lucha entre el corazón y la mente, entre la locura y la razón, y la cordura y su pensamiento real, sin caer en la ambigüedad de caer psicológicamente en lo peor: en una sola locura. Si Yelena del Pozo, sólo vió la corriente amarrar a su cuerpo como trenzar la espera inesperada y tan desesperada como un terrible tormento, en su camino y más entre aquella habitación pobre y el pueblo donde ella siempre residía. El pueblo yá levantaba la lengua en contra de ella, cuando su novio o marido-novio, o esposo, la había dejado sola, pues, su manera de sentir el silencio, creó un sórdido tiempo, el tiempo en el reloj. Y el tiempo en el reloj, yacía inocuo, estable, pasivo, y frío el tiempo, si era invernal la temporada. Se hizo el tiempo largo, desesperadamente extenso, y sin más que la misma espera, pero, tan inesperada como siempre. Se dedicó en cuerpo y alma, a la espera ¿maldita o bendita?, se decía ella, Yelena del Pozo. Era una espera solitaria en la soledad, y en la desolación más cruel, más callada, más tranquila y más sosegada de todos los tiempos, y más de su vida. Esperar por un hombre para que la amara, le diera todo, y más amor que nunca, pero, faltaba algo en ella, era la fortuna de saber que él sí regresaría. Aunque esa certeza estaba transparente, abstracta y translúcida como al mismo tiempo y como la misma espera inesperada. Cuando en el ocaso se perdió imaginando y pensando por el pueblo, ella camina y no sabe que el destino es frío como la misma agua, como la misma nieve que caía del cielo o como la misma piel sin abrigos. Desatando lo que ató con él, con ése hombre, que le juró de todo y que sólo quería que lo esperara para formalizar una familia, la que siempre ella quería y anhelaba. Cuando en el suspiro de Yelena del Pozo, sólo se debía por aburrirse en esa habitación donde ella camina y camina buscando una respuesta a su desesperación, y el tiempo en el reloj, pasando de largo y desesperadamente muy extenso. Sólo quiso saber una cosa, ¿cómo el reloj pasaba tan de prisa?, y que no llegaba lo que más esperaba a su eterno amor o a su hombre, el cual, ella lo amaba con todo el corazón. Con los celos también en la imaginación, sólo le gustaba caer en el pensamiento, e imaginar de todo, pero, eso le dolía más en el alma. Su interior estaba herido, y compungido, abatido, y con muchas dudas de por qué no regresaba, y ella mirando el tiempo en el reloj, sólo se dieron un lustro de espera y de espera. Sólo el tiempo en el reloj, caminaba como un reloj arena lento, pero, ofreciendo el mismo tiempo. 

Llega al pueblo su prima, Hence, y le advierte que vá directa en busca de un hombre que la dejó maltrecha y sola y en soledad allá en la ciudad, después de tener relaciones sexuales con ella. Está Hence, enfurecida y enloquecida por ése hombre malo. Y durante el transcurso de la estadía ella, Hence se hace muy amiga de Yelena del Pozo, y ella también muy amiga  de Hence. Cuando en el corazón estaban las dos con la misma herida, el mismo dolor, y tenían el mismo cielo perdido y sin luz. Las dos embarcan en una nueva aventura de saber qué les depara en la vida esperando siempre por un hombre, el cual, las abandonó. Sólo ella, Yelena del Pozo, era la ingenua y con la espera de la esperanza loca de querer esperar a su único amor. Cuando pasó el tiempo en el reloj, sólo se identificó como el mismo reflejo de querer el sol en el camino, pero, sin lluvia. Si la lluvia sólo le señala las lágrimas de ella en su propio rostro. Cuando en el imperio del sueño sólo se dió y electrizó la forma más cruel en saber que el delirio es como el ave que vuela lejos, desatando una euforia devastada por el llanto de Yelena del Pozo por Augusto de la Roca. Y las dos se pasean por el pueblo como dos señoritas buenas, cándida y con una virtud envidiable, pero, no, no era así, pues, su manera y su forma más trascendental de ver la vida sólo se debió de acelerar el corazón en saber que no, no era así, pues, su forma de atraer el amor a sus vidas yá había pasado, como pasa un cometa de luz por el planeta Tierra. Y habían perdido el amor, la virtud a escondidas y sin saber que el destino era el camino tan helado como poder sobrevivir sin salvavidas. Y estaban yá cansadas de todo, pues, su forma de ver la vida se les derrumbó encima, y pudo saber que el destino era el camino y tan congelado, como poder ver el instinto, en caprichos exóticos, de ver el reflejo de ver el cielo en la forma más perenne de creer en el alma con devastar el corazón. Cuando en el cielo se dió como el nuevo triunfo de ver el cielo derrumbado entre el pensar, imaginar y poder sentir. Cuando en el imperio del dolor se vió reflejado, el sentir y más el congelado corazón por no tener un amor, si siempre esperando por el único amor en la espera de sobrevivir en el verdadero amor. Y si regresara o volviera cómo sería su vida si lo pudiera tener, otra vez, entre sus brazos y más entre su corazón amando la vida y más el amor. Si entre ellas se debatía una sola espera de esperar por cada una de ella a su amor verdadero. Yelena del Pozo lo amaba y Hence del Pozo lo odiaba. Dos primas que se relacionaban en algo, y era que su amor se había alejado y marchado lejos. Se sintió el desprecio en camisas de caballeros. Con el olor a hombre que ellas preferían no olfatear. Cuando en el enredo de la vida y esa telaraña por una araña como la viuda negra en que su macho pretende comérselo, pero, ésta vez no fue ni era así. Cuando en el suburbio del coraje del corazón, se debatió en una sola espera y en una sola e inesperada relación en que el amor fue señal de la pasión viva entre dos personas. Si sintió como dos pájaros volando lejos del tiempo, y si el tiempo en el reloj, no se compensa ni se deliberó el ocaso frío en desiertos tan fríos como el mismo pasaje de vivir sin ser ciencia cierta. Las dos se echaron a llorar en una noche clandestina de luna álgida, y tan congelada como el mismo invierno en la piel. Cuando en el ademán frío de las manos entre ambas se dió el confín o el festín del frío abrigando a la piel con mantas y frisas dando calor a la piel. El hombre de Hence del Pozo, se vino al pueblo en busca de una libertad exacta en creer en la magia del desierto, o en la manera de fracasar en el amor dejando maltrecha a la vida y más al amor. Cuando en el alma se dió una oscura sensación cuando en el combate de la vida se dió la más débil de las fortalezas, que un hombre huya lejos de una mujer sin fuerzas casi para continuar y luchar por su amor y por su vida, pues, sí, tenías las fuerzas necesarias para luchar y vengar su amor y virtud y más su candidez e ingenuo amor. Y era ella, también Hence, que buscaba lo más recóndito del amor en su pobre corazón un solo amor en el tiempo, si era el tiempo en el reloj. Como esperanza en volver y de regresar hacia los brazos de Yelena del Pozo, ese amor inocuo, pero, que no regresó ni volverá jamás. Y si era tan clara la verdad, como en el tiempo una impoluta y transparente certeza. Cuando en el ocaso se dió como el frío invernal, y como el frío en la misma piel. cuando en el capricho deseoso, se sintió como naufragando en el tiempo y más en ese mar perdido y tan hondo como el saber del universo sin tanta luz nada más con solamente algunas estrellas. Cuando en la alborada se sintió como la paz en el mismo cielo o en el mismo corazón desolado y en una sola soledad que le ahogó el alma en un suspiro. Y Hence del Pozo, sólo le había advertido a Yelena del Pozo, que debía de encontrar un hombre, el cual, la enamoró perdidamente, y que enloqueció locamente, torturando a su corazón de amor y de pasiones buenas como el saber que el destino era soberbio como el mismo tiempo en el reloj, si las horas era desérticas como el mismo tiempo tan largo en que no sólo consiguió amar nuevamente. Si en la habitación ellas dos sólo se enfrascaron en una sola aventura como la cruel desventura en saber que el delirio era tan frío como el saber del destino y el camino sin ser devastado por el mismo tiempo y si era el tiempo en el reloj, el que eran horas tan crudas como tan reales, pero, un tiempo muy extenso. Cuando en el albergue de su propio corazón se debió de atraer la manera de creer en el amor perdido. Si en el desierto de la comitiva terrestre de la vida humana, sólo se veía el amor sin consecuencias inertes y tan gélidas como el mismo frío en el invierno crudo sin poder salvar ese amor que le enloqueció perdidamente. Cuando en el alma se enfrió como el mismo desastre de ver el desierto en la misma imaginación en que se vivió el desastre de ver el cielo de gris tempestad y no con claras nubes de un clandestinaje, pero, tan oscuro como la misma tormenta en que se dió el llanto entre ambas en esa fría habitación. Y las dos confesaron su terrible amor, cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, o en el mismo tiempo en el reloj, se dió como el mismo pasaje de vivir sin ser demasiado inerte en el desamor o en el capricho del desprecio por parte de éstos dos hombres que las dejaron a la suerte o al azar de la vida misma. Si en el tiempo, sólo en el tiempo en el reloj, se reflejaron las horas perdidas de haber creído en el amor a cuesta de la vida misma, si en el suburbio de la manera de ver y de creer en el amor sin tiempo alguno, se debatió una forma de atraer el mismo imperio de la soledad que le dejó el tiempo en el reloj. Cuando ella observaba el tiempo en el reloj, se debía a que el tiempo pasaba como el mismo cometa de luz en el planeta. Si el veneno del amor le cayó como bomba sin explotar, y sin más que el desierto efímero de creer en el amor sin corazón y sin poder amar más. Se debía a que el destino fuera como el mismo desenlace o como el final de un sólo tiempo con horas extremadamente serias y perdidas como el mismo amor en que se perdía en el mismo corazón apagando la llama del amor como dejando cenizas heladas en la hoguera. Cuando en el ocaso o en el mismo reflejo, se debatió la espera y tan inesperada de un sólo tiempo, en que el destino fue y será, como el mismo timepo sin pasajes de vida y sin poder volver a amanecer ni ver ni observar el mismo sol, en que la vida se pintó o se dibujó como el mismo tiempo. Cuando ella Yelena del Pozo, se volteó a ver el cielo sólo vió nubes tan oscuras como el mismo color negro de su vestido, pero, aunque no estaba de luto, le parecía que sí. Cuando en el destino y en el camino se electrizó la forma de ver el cielo con nubes tan blancas como el mismo sol en el cielo de azul, pero, no, era como el mismo instinto, en que se debió de reflejar el antónimo del amor como el dolor que sufrían ambas y todo por un sólo amor que las abandonó a las dos. Cuando en el alma se aferró a la sola soledad cuando en el imperio del amor sólo se dió como el soplo de un silbido cuando en el albergue del coraje de su propio corazón, dejando un sólo dolor en el tiempo, como el tiempo en el reloj. Cuando en el destino y de ojos se debió de entregar el dolor como en lágrimas ópimas y acérrimas de soledades y sin amor alguno. Cuando en el suburbio de lo acontecido fue lo prometido, en envases sin amor, pero, sí, con dolor. Cuando en el destino se perfiló como el mismo instante en que se formó la contienda entre el corazón y la sola razón y que la llevó a la locura cuando en el tiempo, sólo en el tiempo fue sólo el tiempo en el reloj. Cuando en el llanto del ocaso inerte y frío se dió una compenetración entre lágrimas y dolor, cuando había llegado el desamor hacia su corta vida, pero, con tan larga lluvia en el cielo. Si en el camino se dió como órbita que las atrapó en el destino y con el amor en el mismo corazón. Cuando sin poder importar el desenlace frío e inerte de un inconsecuente camino se enfrió el amor en su corazón. Y Yelena del Pozo, sólo desafío y descifró un sólo destino sin más que el mismo cielo de gris. Y sí, que era la meta a seguir, cuando en el instinto de proseguir el destino, sólo se sintió como el suave delirio y tan frío como el mismo hielo en el refrigerador. Cuando en el ocaso se enfrió como el invierno que arropaba a todo el pueblo. Cuando en el silencio se debatió una sola espera y tan inesperada, pero, el sueño se convirtió en una terrible pesadilla, cuando la espera se tornó esperanza de creer que él, Augusto de la Roca regresaría o volvería a amar a Yelena del Pozo. 

 

Continuará…………………………………………………………………………………………….                                              

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de diciembre de 2020 a las 00:02
  • Comentario del autor sobre el poema: Mi novela #24 del año 2020...La espera del amor la llevó al sucidio, porque nunca él volvió a ella, pensando sólo en él, y se suicidó… era Yelena del Pozo y Augusto de la Roca…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 15
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