Discurso del poeta ante la malicia-.

Ben-.

No me importan esas caracolas nacidas en su

sufrimiento, o aquellas búsquedas tras los cristales

reticentes, ni esas otras que asombran por su particular

sombra gris. En cambio, pronostico

un exigente ojo colérico, un palpitar de navajas,

que engrandece el óxido que todas las armas

debieran tener. Sin embargo, me pesan

los oídos, no resulta fácil conllevar su excesivo peso

de diamantes subterráneos, de entrometidos

y exóticos náufragos de combates.

Así que proclamo el fin de los glaciares,

exiguos convalecientes de materiales convencidos,

o de esa sangre imperiosa que auspicia su necesidad

de escucharse más lejos que el mar sin su oleaje.

Me retumban todas las lápidas como lapiceros cuadrados;

como cuernos sin sustento de amigables ceniceros.

Yo tengo sin duda esos labios amnistiados

esas cenizas de rosales, esas protegidas aberraciones,

la lava convulsa

de participios extinguidos.

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