**~Novela Corta - Eco entre el Viento Gélido - Parte I~**

Zoraya M. Rodríguez

Annette decía que su alma estará por siempre en el eco entre el viento gélido del tiempo. Un tiempo frío, invernal, y tan álgido como el mismo cielo perenne de fríos adyacentes. Y ella,  decía también, que su corazón latía como un triste tambor o como las campanas del misterio en eco y en silencio. Y el silente desafío sólo se sintió como un adarga fría y mortal y tan mortífera como la espera y en esperar a su amor, a su único amor que dejándola sola y abandonada sólo sinti´o el frío en la piel, Annette, si sólo presintió un mal camino y tan frío como al mismo tiempo. Cuando el solo veneno se enfrió el sol a cuestas de la pura verdad, cuando lo inesperado fue tan inesperado como la calma o como la paz que escuchó o como el eco entre el viento gélido del mismo y pobre tiempo en que su piel se eriza de fríos incongruentes y tan malos como poder sobrevivir en cada instante o en cada desenlace final de la espera inesperada en saber que su destino era tan frío como ese eco. Y Annette, lo sabía, que era la solterona más desesperada, pues, su amor sólo ella presintió un mal desenlace como la forma de atraer el amor en cada suspiro, y en cada derredor, como alrededor dentro de su propio interior como poder llevar una osadía en cada día por la espera en ese balcón, si sólo quería la espera de ver regresar a su amor y llegar a ella su amor verdadero y único como el mismo amor en el corazón. Y se dijo por sorpresas de la vida que una mujer, no sólo espera, sino que lo que quiere y que desea es tener el amor en el corazón y sentir el amor en el alma con una luz trascendente y translúcida como el mismo deseo en el mismo coraje del silencio como el eco entre el viento gélido en que se avecina la manera tal de perder en el juego en el amor. Y era ella, Annette, la que evadía siempre la pregunta de su amor, y que sólo llevaba una manera cruel de ver el cielo con nubes blancas y de terciopelo. Cuando en el suburbio de su forma de ver a sus ojos sollozar, sólo fue una forma inherente de ver a su corazón en tristeza y con una manera de sufrir y de sentir en su pobre alma en un atrayente desafío y en un sólo pecado: el de mentir. Cuando ella estaba sentada en su hogar en el balcón de su aposento inhóspito, se electrizó una forma cruel de ver el cielo de tormenta cuando ella sólo lo veía de azul y no de tempestad. El álgido silencio se debate entre la risa de ese eco sórdido y tan mortífero como una punzada casi en óbito en el costado. Desnudando el cuerpo para amarse a solas esperando sólo el deseo de ser amada y de poder amar. Quedó como principio de un mal desafío inerte y casi transparente como el mismo ocaso perdido, o como los mismos celos ingratos dentro del mismo corazón latente y tan delirante como el mismo fuego en la hoguera encendiendo la llama. Sólo Annette sabía algo de que su amor regresaría, y que ella lo amaría nuevamente. Él, Raúl del Toro, le escribía cartas dejándole saber a Annette de que regresaría, y en el suburbio del alma una luz transparente casi translúcida como el diamante puro y verdadero brillaba en que sólo ella lo dibujaba como el triángulo con punto negro en el centro, el más real y el más puro y tan verdadero como su pureza en el alma. Ella, Annette se compara con ese diamante, cuando en su alma sólo presentía un dolor negro en su alma pura, era como la impureza innata e indeseable de sentir un amor casi extraño y sin poder tener la certeza de que regresaría. Cuando el alma se oscureció de tiempo y de temores inherentes en su propio destino. Buscando un sólo ocaso en el frío del eco entre el viento gélido que su oído podía percibir y más escuchar. Y Raúl del Toro, si se fue dejándola sola a Annette, pues, su forma más irreal, de ver el cometa de luz en el cielo fue tomar rienda suelta hacia la espera más inesperada. La vecina de Annette, llamada Rosita, sólo le ayudó a tomar un sólo camino y era el de la espera cuando sólo le llamaba la soledad a esperar lo inesperado y tan desesperado como el mismo tiempo en que se debate una rosa en el jardín del tiempo hiriendo a pulso a pulso y gota a gota el deseo y el mal sentido de poder herir a la piel con las espinas de esa rosa. Si él, Raúl del Toro, se fue con el sol a cuestas de la verdad, de que la dejaría sola a Annette. Cuando el eco entre el viento gélido se vió aferrada y más que aterrada se vió Annette cuando pasaba el tiempo y él, Raúl del Toro no regresaba. Si en el desierto se veía como la misma magia entre el derredor, y en el alrededor en que se veía el imperio dentro mismo corazón sólo llorando a destiempo. Si en el balcón del deseo se vió aferrada y horrorizada de tiempo y de una cruel mentira o de una impoluta verdad de que regresaría él. Cuando en el desafío dentro del único suspiro se dió un sólo respiro, y en el alma un atrayente reparo dentro del frío en un ocaso inerte como cuando él se fue y se marchó lejos dejándola fría y tan álgida su piel o como el mismo hielo. Y en ese balcón, sólo la espera iba y sin ir ni marcharse lejos, dentro del interior de ella de Annette, cuando en la alborada se vió aferrada la forma de atraer al sol a sus ojos. Y Annette en la espera tan inesperada y celando su inhóspito balcón en que sus lágrimas brotaban dolor y pena, cuando en el frío invernal se vió aterrada en saber que el suburbio se debía de sentir como un inhóspito lugar en que el deseo y la ambigüedad continuaba con los celos de ese lugar tan poco cómodo, pero, era su lugar favorito cuando en su corazón y en su oír retumba como el sonido del tambor o como el mismo eco que dejan las campanas al repicar. Su esencia y en la mala presencia ausente se debate en la espera y tan inolvidable de esperar por el amor de Raúl del Toro, cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo quiso en ser como el mismo desenlace de ver el cielo de gris y con una lluvia y tan fría como el haber sido álgida a su piel tan sensitiva. Y Annette se debate una espera y tan inesperada por saber del cielo gris, cuando en el tormento debía de cruzar un relámpago de luz en el mismo cielo cuando esperaba la tan inesperada faena de esperar por su eterno amor. Cuando en el tiempo, sólo en el ocaso aquel de ése día en flavo color, se dió como el mismo final en el imperio del olvido, y sin poder bifurcar la manera de un óbito trascendental, se sentía así ella, como un fallecimiento interno. Y el eco entre el viento gélido se escuchaba como un triste lamento, cuando el meneo de las campanas dejan un eco de su repicar como el latir de su propio corazón en el cielo y tan inmenso como el mismo firmamento. El cielo se debía a que la lluvia dejaba inerte el cielo de gris y él, Raúl del Toro, siempre en la espera de Annette por su amor, en el ocaso frío. Cuando en el interior del mismo coraje de Annette se vió aferrado al destino sin destino. Cuando ella, Annette, de la rosa sintió unas espinas que le dolió hasta el alma, su esencia y su presencia como su ausencia, en el sólo desprecio del amor y lo odió más cuando él, Raúl del Toro no regresaba a ella, pues, el alma de ella, se debió de horrorizar más en el tiempo y en el ocaso frío, que por delante del imperio de sus ojos lloran y sollozan una demasiada vil irremediable pérdida, la de su eterno amor, llamado Raúl del Toro. 

Cuando ella, se había entregado en cuerpo y alma a él, desnudando el amor en el mismo corazón, ella, Annette debió de creer en el amor a todo vapor, como las hélices del barco de vapor. Cuando en el instinto no se olvidó de todo, cuando en el final de un tiempo, sólo quiso saber del amor a toda costa en diferir el camino y el frío final, de un Dios que sabía la verdad en saber discernir, a conciencia y en virtud de un buen comienzo en que todo culminó en un frígido sol. Cuando en el ocaso gélido sólo se vió aferrado el eco entre el viento gélido, en saber que ese eco era el repicar de las campanas, cuando en el imperio del venidero frío invernal, sólo ella, Annette, sintió el silencio de un sólo y penitente desafío cuando la imagen del desierto imaginativo se le iba y venía a ella como fraguando en el camino una mentira verdad que se sabía yá que no regresaría jamás. Cuando en los ojos se ofreció como la imagen de un por qué de un instinto caprichoso e inerte cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo se dedicó en cuerpo y alma a obedecer la carencia y la penuria en soslayar el tiempo cuando en el alma lloró como una triste Magdalena. Cuando en el tiempo, sólo se edificó la ternura y el desdén de que el ademán inerte y tempestuoso se dedicó en cuerpo y alma la luz del cometa de luz arribando al planeta. Cuando el instinto se dedicó al alma en una osadía, en la cual, se dió como el mismo capricho en tener la forma de ver el cielo de lluvia tenebrosa y lloró con lágrimas acérrimas quedando inerte el reflejo en el alma. 



Continuará…………………………………………………………………………………………...                                                        

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de diciembre de 2020 a las 00:05
  • Comentario del autor sobre el poema: Mi novela corta #26 del año 2020... Él se fue dejándole un eco entre el viento gélido en el balcón esperando por su regreso y sí volvió y con familia… era Annette y Raúl del Toro… .
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 29
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