AMAR LA VIDA.

Amar la vida,

amar.

Que buena frase llena de solidas formas.

De flores abiertas mirando al sol.

De volúmenes convencidos.

De fronteras imposibles

y de muros musculares

donde se asientan las leyes de la verdad,

los tribunales de asuntos ciertos

y el alma instantánea de recursos empáticos.

Amar la vida,

amar.

Que niebla tan densa

y que atmósfera tan transparente.

Que sonoro sentir y que música

diaria en el levantarse después del sueño.

Las cruces siguen y yo escapo de las ideas

justificando la simetría del olvido

y un muerto que me cae todos los días

justo junto a los pies de esta infamia desatada, costumbrista.

No tengo fuerzas para amar la vida

ni sus uñas me arañan

y hasta el pan desprecio si el goteron de mis gustos

toma la determinación lapidaria de no aceptarlo.

¿Amar la vida?

Amar la vida es estar al lado de quien perdió

el oxígeno que le mantenía.

Que perdió las fuentes de sus ojos

y las costuras de la esperanza

y el norte en un revés de materia ciega.

Amar la vida es morir un poco en el desierto

de la esperanza.

Amar la vida es dar un abrazo

a quien lo rechaza.

Un palabra a quien no quiere escuchar.

Una moneda a quien ya le sobra la intención

y el concepto de la nada.

Amar la vida es esa comodidad

en donde estoy instalado,

con sombras y soles de un marketing de peticiones.

Ese agudo vivir viendo la miseria desde lejos.

No escucho los lamentos.

No veo las lágrimas.

No veo el dolor.

No veo el frío.

No veo la indiferencia.

No veo la enfermedad.

No veo al niño que ya no sabe ni llorar.

Si.

Amar la vida.

Claro,

desde mi punto de vista.

El resto no me afecta.

A todo lo sumo tiemblo falsamente.

Y aquí paz y después gloria.