Poema a Dora

Ellie Woonlon

La noche te lleva;

lejos, muy lejos;

a una ínsula de ciruelos,

y orquídeas perladas en amarena.

 

Antes de que brilles, luciérnaga;

y de mostrarte seas,

recóndita por el cielo,

titila en tu lecho,

¡susúrrame!,

desde tu almohada,

palabras que no puedas,

por más que sea ameno,

llevarte contigo a las nubes. 

 

La noche te lleva;

lejos, muy lejos;

más allá del mar,

más allá de los sueños.  

 

Por eso duerme;

mientras pintan tus bucles,

en el lienzo de mi pecho,

arremolinadas olas;

y que animadas choquen,

como multitudes locas,

contra la quilla,

de tu navío, que en lontananza se despide,

y no vuelve por más que le implores.

 

La noche te lleva;

lejos, oh, muy lejos;

como si desde el amanecer,

a donde vas,

oyera dibujarse en mis latidos,

la brecha de un abismo.

 

Antes de que el aliento,

¡frágil e inaudito!,

a silbidos lo sueltes sin enmiendo;

y velo, ¡antes!, por tu espíritu;

inquieto vaya, y que revolotee,

entre palomas de plata retenido.  

 

 La noche te lleva;

lejos, muy lejos;

como si del infinito,

celosas te nacieran;

dos alas que representen,

mis brazos débiles y vencidos,

para ya no soltar tus dormidos omóplatos.

 

Te llevó la noche,

¡te llevó y no me dijo!,

racimos blanquíneos en tu paraje lodoso,

y en mi corazón un copioso abismo.

 

Antes de que la noche te llevara,

me susurraste un sueño,

¡me susurraste al oído!,

uno donde tú y yo, contamos estrellas.

 

Las contamos hasta de mañana,

y como el amor agradeciendo,

tú sonríes,

yo sonrío.

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