¿Qué significa ser padre? ¿Acaso no es algo que implica una enorme responsabilidad, quizás la mayor de todas? Crear una vida. Nada más y nada menos. Y que esa vida dependa total y completamente de ti. Una vida que puede significar el momento más feliz, pletórico, inefable de tu vida. O el más triste, doloroso, desgarrador. Un arma de doble filo. Aunque como todo en la vida supongo. Es una apuesta. A todo o nada. Te puede salir bien, o te puede salir mal. Es algo que es imposible saber. Sólo te queda arriesgarlo todo. Y darlo todo por esa vida. Fruto del amor entre dos personas. Es estremecedor realmente: el crear vida, algo imposible en el resto del Universo, exclusivo de nuestro planeta, producto del amor, producto de algo de lo que aún sabemos muy poco: no es algo que hayamos inventado, simplemente podemos observarlo, sentirlo… Pero, ¿cómo comprender racionalmente que amamos a personas que, por ejemplo, están muertas? No tiene ningún tipo de utilidad social, no es algo necesario para la evolución y mantenimiento de nuestra especie. Es lo único que conocemos que trasciende las dimensiones del espacio, y del tiempo… Y por eso nos resulta tan fascinante.
Sin embargo, la sublimación de ese amor es aquel que sienten unos padres por su hijo. Porque ningún amor es incondicional excepto ese. Pocas verdades más certeras que esa. Todos tenemos un límite. Todos tenemos un precio. Si este es demasiado grande, destruye inexorablemente ese ideal romántico. Pero unos padres no. Unos padres darían su vida por su hijo. Sin pensarlo dos veces. Sin cuestionarlo moralmente. Porque su amor es incorruptible, leal, categórico, absoluto, ilimitado y sempiterno. Ese amor es capaz de provocar sentimientos tan inalcanzables a veces como la empatía, el sacrificio y la renuncia a muchas cosas, siempre más de las que te gustaría, por tu hijo. Ese amor es capaz de hacer frente a las telarañas de la monotonía, del hastío, del rencor, de eso tan vapuleado y caricaturizado que conocemos como matrimonio. Ese amor es capaz de hacer que tu vida quede relegada a un segundo plano, porque la de un hijo vale mucho más, porque quieres que sea mejor que tú, que no cometa los mismos errores que tú, que tenga un futuro mejor y más próspero…
Y todo eso, y esto es probablemente uno de las mayores contradicciones del mundo, sin esperar nada a cambio… Sólo que tu hijo sea feliz. Que disfrute de la vida como tú lo hiciste. Que pases esos veranos de la tan anhelada pero efímera juventud en el bar de tu pueblo disfrutando hasta las tantas de la mañana con tus amigos de siempre. Que pase esos maravillosos días en la playa y escuche el sonido de las olas del mar y le transmitan al menos la mitad de paz de lo que te transmitían a ti… Y de vez en cuando, atesorar para el baúl algún recuerdo con tu hijo, que sabes que lo son todo, de esos sobre los que sostienes tu vida… Como esos partidos domingueros de baloncesto viendo al club de tu ciudad, disfrutando cada posesión, comentando después las sensaciones con tu hijo… O como esas conversaciones de la vida durante horas que parecen segundos, enseñando a tu hijo a quererse más, a que madure, a que abra los ojos, y también permitiendo que él te enseñe a ti, que te sorprenda, que haga que te sientas orgullosa de él… O como esas comidas o cenas, de sentarse o de picoteo, da lo mismo, lo importante es pasar un rato charlando o disfrutando de algún manjar, que algunos disfrutan más que otros… O también recuerdos amargos, que eso también es amor.
Porque todo eso y más significa ser padre. La decisión más importante de tu vida, junto a escoger a la persona con la que vas a pasar el resto de la misma. Palabras mayores, sin lugar a dudas. Porque al final, todo se reduce a eso. Al amor. Y a delegarlo en tus hijos. Porque, como oí una vez decir a un padre: “Estamos aquí para ser los recuerdos de nuestros hijos”.
- Autor: Peguti (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 5 de enero de 2021 a las 15:41
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 40
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